Política exterior desde la realidad regional
00:00
Si América latina forja una mirada común, puede ayudar a ordenar el mundo. La experiencia referida a Irak es ejemplo.
Por: Ricardo Lagos
Se cumplen cinco años desde el inicio de la guerra en Irak a mediados de marzo del 2003. Hoy nadie discute el fracaso y el error de aquello ni la falsedad de los fundamentos entregados para llevar adelante la invasión.
Vale la pena meditar sobre las lecciones que esto deja al mundo y, especialmente, a América latina por la forma como actuamos en aquel momento.
La guerra se inscribió originalmente en la lucha —inobjetable desde todo punto de vista— contra el terrorismo. Por ello Naciones Unidas actuó como un todo contra Afganistán, dado que allí estaba el corazón de Al Qaeda. Remover al régimen talibán fue un acto bélico con legitimidad. La guerra con Irak fue otra cosa. Se veía venir, pero también ello reclamaba el visto bueno de la comunidad internacional, expresado en el Consejo de Seguridad de la ONU.
Chile fue miembro del Consejo de Seguridad en ese difícil momento. Siempre pensamos que era indispensable establecer y agotar los esfuerzos de Hans Blix, el inspector de Naciones Unidas, para definir si existían o no armas de destrucción masiva y eventualmente armamento nuclear. Creíamos en la urgencia de construir un consenso.
La historia es conocida. El inspector Blix no tuvo tiempo suficiente para dar una respuesta clara. No encontró armas de destrucción masiva, pero no estaba en condiciones de garantizar su inexistencia, como me lo dijo personalmente. Era indispensable darle más plazo. Así lo pensaban otros miembros permanentes del Consejo.
Fue en medio de este debate cuando el presidente Bush dijo que ya no había tiempo para seguir esperando y decidió proceder con aquellos países dispuestos a avanzar. Fue la coalición "of the willing", los que estaban dispuestos. Chile fue muy franco al plantearle al presidente Bush que no estábamos en condiciones de iniciar ninguna acción fuera del Consejo de Seguridad. Le insistimos en la necesidad de dar más tiempo al negociador Blix. Ya transcurrió demasiado tiempo, se nos dijo, ahora era el momento de la acción. Entonces dijimos "no", porque así no estábamos en condiciones de sumarnos a la acción impulsada por Estados Unidos.
Esta no fue una decisión fácil. Nunca dudamos de que Estados Unidos iba a ganar la guerra. Diez años antes había hecho lo mismo Bush padre; llegó a estar cerca de Bagdad, pero prefirió no entrar. Esta vez, Estados Unidos hizo "un ejercicio de exhibición de poderío internacional", como ha dicho Hobsbawm. Se ocupó Bagdad, pero cualquier conocedor de la historia de Irak sabía que ese país devendría en enfrentamientos religiosos o nacionalistas, derivados de visiones muy distintas de sunnitas, shiítas y kurdos. Era fácil ganar la guerra, era muy difícil ganar la paz. Y esa paz todavía no llega cinco años después.
Mucha gente pensó que para Chile sería imposible decir no. Lo hicimos por principios, pero también por un buen trabajo mancomunado con México, en ese momento el otro miembro latinoamericano del Consejo de Seguridad. En definitiva, fue una tarea de coherencia indispensable en política exterior. Esa coordinación con México fue determinante para entendernos con otros miembros no permanentes del Consejo de Seguridad.
¿Qué aprendimos? Si Latinoamérica tiene una mirada común sobre ciertos temas, puede ayudar a ordenar al mundo. El drama es cuando no sabemos cómo coordinarnos entre nosotros, no tenemos consensos y se nos olvida que se hace política exterior desde la realidad regional en la cual se vive.
Además de estas razones específicas sobre la guerra en Irak, el no de Chile expresó también una visión sobre los organismos internacionales y la globalización. Vivimos en un mundo cada vez más global, donde se requiere un conjunto de bienes y servicios que deben generarse y proveerse a escala planetaria. Así lo entiende y demanda cada vez más la ciudadanía en todas partes. El respeto a los derechos humanos, el cuidado del clima, la necesidad de tener una política común ante ciertas pandemias, o incluso la guerra contra el terrorismo, son ejemplos concretos donde se requiere una mirada global.
Y para ello se necesitan instituciones sólidas, respetadas, capaces de dar reglas a esta globalización, sin que nadie se las salte, por poderoso que sea.
Por eso, hubo allí un tema de principios muy importantes para Chile: el uso de la fuerza en el ámbito internacional sólo puede ser determinado por los organismos multilaterales que el mundo se ha dado para preservar la paz.
Y con la misma fuerza que dijimos no a Irak, nueve meses después, cuando ese mismo Consejo de Seguridad pidió enviar tropas a Haití, no dudamos y en 72 horas Chile envió tropas a Puerto Príncipe. Ese fue un momento importante para América latina. Con Brasil y otros países, construimos algo mayor: el primer ejemplo donde los latinoamericanos hemos asumido la responsabilidad principal para resguardar el orden en América latina, es decir, nuestro espacio natural de acción.
El futuro de Irak todavía hoy es incierto. Irak ha tenido consecuencias sobre el destino político de muchos países. Perdieron los que propiciaron la guerra. Y la gran lección: sólo tendremos un mundo en paz cuando, si es necesario recurrir a la guerra, aquélla sea una decisión cubierta por la legitimidad internacional. Una nación, por poderosa que sea para ganar la guerra, también debe pensar cómo va a ganar la paz y para ello es indispensable esa legitimidad internacional. Irak nos enseña que, por grande que sea el poder militar, también tiene límites.
Nenhum comentário:
Postar um comentário