"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?
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domingo, 15 de maio de 2011

Economistas y democracia por Dani Rodrik

Economistas y democracia

Dani Rodrik

2011-05-11

Economistas y democracia

CAMBRIDGE – Últimamente he estado presentando mi nuevo libro The Globalization Paradox (La paradoja de la globalización) a diferentes grupos. A esta altura ya estoy acostumbrado a todo tipo de comentarios de parte de la audiencia. Pero en un evento reciente de lanzamiento del libro, el economista asignado para analizarlo me sorprendió con una crítica inesperada. “Rodrik quiere que el mundo sea seguro para los políticos”, dijo, enfurruñado.

Para que el mensaje no cayera en saco roto, luego ilustró su argumento recordándole al público al “ex ministro japonés de Agricultura que sostuvo que Japón no podía importar carne vacuna porque los intestinos humanos son más largos en Japón que en otros países”.

El comentario generó algunas risitas entre dientes. ¿A quién no le gusta hacer bromas a expensas de los políticos?

Pero la observación tuvo una intención más seria y evidentemente estaba destinada a exponer un error fundamental en mi argumento. El hombre que analizaba mi libro encontraba evidente que dejarles a los políticos más espacio de maniobra era una idea disparatada –y suponía que la audiencia estaría de acuerdo-. Si uno elimina las limitaciones a lo que los políticos pueden hacer, insinuó, lo único que conseguirá son intervenciones tontas que estrangulan a los mercados y frenan el motor del crecimiento económico.

Esta crítica refleja un malentendido grave respecto de cómo funcionan realmente los mercados. Educados con libros de texto que oscurecen el papel de las instituciones, los economistas suelen imaginar que los mercados surgen por sí solos, sin la ayuda de una acción resuelta y colectiva. Adam Smith puede haber tenido razón al decir que “la propensión a transportar, trocar e intercambiar” es innata de los seres humanos, pero hace falta una panoplia de instituciones ajenas al mercado para materializar esta propensión.

Consideremos todo lo que se necesita. Los mercados modernos precisan una infraestructura de transporte, logística y comunicación, que en gran parte es el resultado de inversiones públicas. Necesitan sistemas de cumplimiento de contratos y protección de los derechos de propiedad. Precisan regulaciones que aseguren que los consumidores tomen decisiones informadas, que las externalidades se internalicen y que no se abuse del poder del mercado. Necesitan bancos centrales e instituciones fiscales para evitar el pánico financiero y los ciclos comerciales moderados. Precisan protecciones sociales y redes de seguridad para legitimar los resultados distributivos.

Los mercados que funcionan bien siempre están arraigados en mecanismos más amplios de gobernancia colectiva. Esa es la razón por la cual las economías más ricas del mundo, las que tienen los sistemas de mercado más productivos, también tienen grandes sectores públicos.

Una vez que reconocemos que los mercados requieren reglas, luego debemos preguntarnos quién escribe esas reglas. Los economistas que denigran el valor de la democracia a veces hablan como si la alternativa a la gobernancia democrática fuera la toma de decisiones de reyes-filósofos platónicos de mentes elevadas –idealmente economistas.             

Sin embargo, este escenario no es ni relevante ni deseable. Por un lado, cuanto más baja la transparencia, representatividad y responsabilidad del sistema político, más probabilidades hay de que intereses especiales se apropien de las reglas. Por supuesto, también se puede capturar a las democracias. Pero siguen siendo nuestra mejor salvaguarda contra el régimen arbitrario.

Es más, la formulación de las reglas rara vez tiene que ver sólo con la eficiencia; puede implicar compensar objetivos sociales enfrentados –estabilidad versus innovación, por ejemplo- o tomar decisiones distributivas. Estas no son tareas que querríamos encomendar a economistas, quienes podrían saber el precio de muchas cosas, pero no necesariamente su valor.  

Es verdad, la calidad de la gobernancia democrática a veces se puede aumentar si se reduce la discreción de los representantes electos. Las democracias que funcionan bien suelen delegar el poder de formular las reglas a organismos cuasi-independientes cuando las cuestiones que se barajan son técnicas y no plantean cuestiones distributivas; cuando el intercambio de favores políticos podría resultar en desenlaces subóptimos para todos; o cuando las políticas están afectadas por la miopía y descartan considerablemente los costos futuros.

Los bancos centrales independientes ofrecen una ilustración importante de esto. Puede estar en manos de los políticos electos la tarea de determinar el objetivo de inflación, pero los medios utilizados para alcanzar ese objetivo son relegados a los tecnócratas en el banco central. Aún entonces, los bancos centrales normalmente siguen siendo responsables ante los políticos y deben ofrecer una explicación cuando no logran los objetivos.

De la misma manera, puede haber instancias útiles de delegación democrática a organizaciones internacionales. Los acuerdos globales para ponerle un tope a las tasas de aranceles o reducir las emisiones tóxicas son, por cierto, valiosos. Pero los economistas tienden a idolatrar estas limitaciones sin escudriñar suficientemente las políticas que las producen.

Una cosa es defender las limitaciones externas que mejoran la calidad de la deliberación democrática –impidiendo el cortoplacismo o exigiendo transparencia, por ejemplo-. Otra cosa totalmente distinta es subvertir la democracia privilegiando intereses particulares por sobre otros.

Por caso, sabemos que los requerimientos globales de adecuación del capital generados por el Comité de Basilea reflejan abrumadoramente la influencia de los grandes bancos. Si las regulaciones fueran escritas por economistas y expertos en finanzas, serían mucho más rigurosas. Por el contrario, si las reglas fueran relegadas a procesos políticos internos, podría existir una mayor presión compensatoria de parte de los accionistas que se oponen (aunque los intereses financieros también son poderosos fronteras para adentro).

Del mismo modo, a pesar de la retórica, muchos acuerdos de la Organización Mundial de Comercio no son el resultado de la búsqueda del bienestar económico global, sino del poder de lobby de las multinacionales que buscan oportunidades para generar ganancias. Las reglas internacionales sobre patentes y propiedad intelectual reflejan la capacidad de las empresas farmacéuticas y de Hollywood –para dar apenas dos ejemplos- para salirse con la suya. Estas reglas son ampliamente ridiculizadas por los economistas por haber impuesto limitaciones inapropiadas a la capacidad de las economías en desarrollo para acceder a productos farmacéuticos baratos u oportunidades tecnológicas. 

De manera que la opción entre discreción democrática en casa y limitación externa no siempre es una elección entre buenas y malas políticas. Aún cuando el proceso político interno funcione de manera deficiente, no existe ninguna garantía de que las instituciones globales vayan a funcionar mejor. Muy a menudo, la elección es entre ceder ante quienes buscan rentas en el país o los extranjeros. En el primer caso, al menos las rentas se quedan en casa.

Para terminar, el interrogante tiene que ver con a quién le concedemos el poder para hacer las reglas que los mercados necesitan. La realidad inevitable de nuestra economía global es que el principal sitio de responsabilidad democrática legítima sigue estando dentro del estado nación. De manera que de buena gana me declaro culpable de la acusación de mi crítico economista. quiero que el mundo sea seguro para los políticos democráticos. Y, francamente, me preocupan aquellos que no quieren lo mismo.

Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Universidad de Harvard, es autor de The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy.

http://www.project-syndicate.org/commentary/rodrik56/Spanish

quinta-feira, 3 de fevereiro de 2011

El mundo árabe, como América Latina en la década del 2000, parece también en camino de írsele de las manos a Estados Unidos

La revolución árabe
Ángel Guerra Cabrera

El mundo árabe, como América Latina en la década del 2000, parece también en camino de írsele de las manos a Estados Unidos. ¿Recuerdan las puebladas que derrocaron a capillas neoliberales en Ecuador, Venezuela, Bolivia y Argentina? El orden geopolítico internacional podría recomponerse de manera radical en favor de los pueblos si las revoluciones que estallan hoy del Maghreb al golfo de Adén –sobre todo la de Egipto– no son mediatizadas, diluidas o aplastadas a sangre y fuego. Con lograr lo último sueñan y trabajan a tiempo completo Estados Unidos, sus aliados europeos y especialmente Israel. Empavorecidos por los últimos acontecimientos, estos enemigos sempiternos de las masas árabes y de sus movimientos revolucionarios y progresistas pretenden ahora mostrarse como sus salvadores, mientras ganan tiempo para lograr un cambio por arriba”, como intentan en Túnez, para que todo siga igual.

Su odio, ignorancia y subestimación de ese mundo y de sus refinadas culturas y gentes laboriosas no les permite entender los profundos valores morales y sentido de la dignidad arraigados en el alma de sus pueblos, ni el orgullo que sienten por héroes como Saladino o Nasser, ni que estén enterados de la responsabilidad mayúscula de Washington en el desmantelamiento del nacionalismo árabe, la feroz ocupación de Palestina por Israel mientras continúa armándolo y apoyándolo incondicionalmente, la demolición de Irak, la obstinación con que han implantado y sostenido gobiernos de fuerza serviles y corruptos e impuesto políticas neoliberales desde el norte de África hasta la península Arábiga, siempre en nombre de la democracia. Para los egipcios y la calle árabe no han pasado inadvertidas las cambiantes y oportunistas declaraciones de Obama y su secretaria de Estado desde que el 25 de enero se inició el levantamiento popular. Entonces Clinton proclamó que la situación en el país de los faraones era “estable”.

Discrepo de los enfoques que sospechan de una teledirección por el imperialismo, a través de grupos juveniles amaestrados, del potente movimiento popular egipcio, y lo instan a modificar sus consignas exigiendo la partida de Mubarak por otras más radicales contra Washington, sus bases militares y el neoliberalismo. Además de que no es nueva la incrustación de grupos pro imperialistas –casi siempre desenmascarados a la postre– en los movimientos revolucionarios, otras revoluciones auténticas, como la cubana, movilizaron a millones pidiendo la salida del tirano, libertad y justicia, y enarbolaron en el momento preciso, ni antes ni después de ser necesario, las banderas del antimperialismo y el socialismo hasta convertirse en inspiradora de las luchas sociales en todos los confines del planeta.

El pueblo es sabio, aprende el camino de la revolución sobre la marcha al enfrentar a sus enemigos –la inevitable contrarrevolución con la que habrá que batallar a muerte– y no necesita que se lo dicten desde fuera, ni siquiera con buenas intenciones. Aunque no haya líderes raigales a la vista, éstos pueden surgir de las luchas de base, al igual que Evo Morales, de los indígenas del Chapare; Hugo Chávez, de las filas de los militares patriotas de rango medio; Lula, del sindicalismo, o Cristina Fernández, del peronismo de izquierda.

La revolución árabe está en sus comienzos y puede llevar tiempo la definición de su futuro. Lo importante es que ya el pueblo ha probado el poder que le da tomar las calles y que nada a partir de ahora será igual. Mubarak podrá en el pataleo mandar sus esbirros de civil a ensañarse con los manifestantes, hacer que el ejército trate de desmovilizar las protestas o presionarlo para que las reprima, pero sus días en el poder están contados y las multitudes en la plaza Tahrir serán mayores y más radicales mientras más traten Washington y sus aliados de evitarlo.

Las masas árabes quieren democracia, sí, pero en su acepción etimológica de gobierno del pueblo, una que no desea ser de elites como la occidental, sino en la que el pueblo de veras decida su destino. Y es que no ha habido mayores enemigos de la democracia en el mundo árabe que Estados Unidos y sus aliados. Ellos han impuesto a los tiranos de turno y fresco está el ejemplo del veto a Hamas, votado abrumadoramente por los palestinos, o a Hezbollah en Líbano, que por mucho que les pese es la fuerza política más popular del país de los cedros y, por cierto, inspiradora y ejemplo en muchos sentidos de esta gran revolución árabe.

http://www.jornada.unam.mx/2011/02/03/index.php?section=opinion&article=026a1mun

sexta-feira, 14 de maio de 2010

Rodrik acredita que globalização, democracia e Estado nacional são inconciliáveis!

Enseñanzas griegas para la economía mundial

Dani Rodrik

2010-05-11

CAMBRIDGE – El plan de ayuda de 140.000 millones de dólares que el Gobierno griego ha recibido al final de sus socios de la Unión Europea y del Fondo Monetario Internacional le da el respiro necesario para emprender la difícil tarea de poner en orden sus finanzas. El plan puede o no prevenir que España y Portugal acaben tan gravemente afectados o incluso evitar, de hecho, una posible quiebra griega. Sea cual fuere el resultado, está claro que el desastre griego ha dejado un ojo morado a la UE.

En el sentido más profundo, la crisis es otra manifestación de lo que yo llamo “el trilema de la economía mundial”; la mundialización económica, la democracia política y el Estado-nación son mutuamente irreconciliables. Podemos tener, como máximo, dos a la vez. La democracia es compatible con la soberanía nacional sólo  si limitamos la mundialización. Si intensificamos la mundialización, al tiempo que conservamos el Estado-nación, debemos abandonar la democracia y, si queremos democracia junto con la mundialización, debemos dejar de lado el Estado-nación y luchar por un mayor gobierno internacional.

La historia de la economía mundial muestra el trilema en pleno desarrollo. La primera era de la mundialización, que duró hasta 1914, fue un éxito mientras las políticas económicas y monetarias permanecieron aisladas de las presiones políticas internas. Entonces dichas políticas podían estar enteramente sometidas a las exigencias del patrón-oro y la libre movilidad de los capitales, pero, una vez que aumentó el derecho de voto, la clase obrera se organizó y la política de masas pasó a ser la norma, los objetivos económicos nacionales empezaron a competir con las normas y limitaciones exteriores y a arrollarlas.

El caso clásico es el del corto regreso de Gran Bretaña al patrón oro en el período de entreguerras. El intento de reconstituir el modelo de la mundialización anterior a la primera guerra mundial se desplomó en 1931, cuando las políticas interiores obligaron al Gobierno británico a elegir la reflación interior frente al patrón-oro.

Los arquitectos del régimen de Bretton Woods tuvieron presente esa enseñanza cuando prepararon una nueva concepción del sistema monetario en 1944. Entendieron que los países democráticos necesitarían margen para aplicar políticas monetarias y fiscales independientes. Por eso, sólo previeron una “ligera” mundialización, con corrientes de capital limitadas en gran medida a préstamos y endeudamiento a largo plazo. John Maynard Keynes, quien formuló las normas junto con Harry Dexter White, no consideraba los controles de capitales un expediente temporal, sino un rasgo permanente de la economía mundial.

El régimen de Bretton Woods se desplomó en el decenio de 1970 a consecuencia de la incapacidad o la renuencia –no está claro de cuál de ellas se trató– de los gobiernos principales a gestionar la oleada en aumento de corrientes de capital.

La tercera vía revelada por el trilema es la de la supresión completa de la soberanía nacional. En ese caso, la integración económica puede ir acompañada de la democracia mediante la unión política de Estados. Entonces, la pérdida de la soberanía nacional queda compensada por la “internacionalización” de la política democrática. Se debe considerarla una versión mundial del federalismo.

Los Estados Unidos, por ejemplo, crearon un mercado nacional unificado, una vez que su gobierno federal arrebató el suficiente control político a los estados individuales. No fue un proceso fácil precisamente, como lo demuestra más que de sobra la guerra civil americana.

Las dificultades de la UE se deben a que la crisis financiera mundial afectó a Europa a mitad de camino en un proceso similar. Los dirigentes europeos siempre han entendido que la unión económica debía tener una pata política para sostenerse. Aun cuando algunos, como, por ejemplo, Gran Bretaña, deseaban conceder a la Unión el menor poder posible, la fuerza de la argumentación correspondió a quienes propugnaron la integración política junto con la económica. Aun así, el proyecto político europeo adquirió una amplitud política mucho menor que la económica.

Grecia se benefició de una moneda común, mercados unificados de capitales y libre cambio con los demás Estados miembros, pero no tiene un acceso automático a un prestador europeo como último recurso. Sus ciudadanos no reciben subsidio de desempleo de Bruselas del mismo modo, por ejemplo, que los californianos lo reciben de Washington, D. C., cuando California padece una recesión. Como tampoco, dadas las barreras lingüísticas y culturales, pueden los desempleados griegos cruzar las fronteras y trasladarse con la misma facilidad a un Estado europeo más próspero y, si los mercados advierten que su gobierno es insolvente, los bancos y las empresas griegos pierden solvencia, junto con él.

Por su parte, los gobiernos francés y alemán no han tenido voz y voto respecto de las políticas presupuestarias de Grecia. No pudieron impedir que el Gobierno griego tomara préstamos (indirectos) del Banco Central Europeo, mientras las agencias de calificación crediticia consideraron solvente la deuda griega. Si Grecia opta por quebrar, no pueden aplicar las reclamaciones de sus bancos a los prestatarios griegos ni incautarse de activos griegos. Como tampoco pueden impedir a Grecia abandonar la zona del euro.

Lo que todo eso significa es que la crisis financiera ha resultado ser mucho más profunda y su resolución considerablemente más complicada de lo necesario. Los gobiernos francés y alemán han acabado preparando a regañadientes un importante plan de préstamo, pero con un retraso considerable y con el apoyo del FMI. El BCE ha reducido el umbral de solvencia que los valores griegos deben cumplir para permitir la continuación del endeudamiento griego.

El éxito del rescate dista de estar asegurado, en vista de la magnitud de la reducción de gasto que exige y la hostilidad que ha inspirado a los trabajadores griegos. En última instancia, la política interior puede más que los acreedores extranjeros.

La crisis ha revelado hasta qué punto son exigentes las condiciones políticas previas de la mundialización. Revela hasta qué punto deben evolucionar las instituciones europeas para sostener un mercado único sólido. La alternativa que afronta la UE es la misma en otras partes del mundo: o integrarse políticamente o reducir la unificación económica.

Antes de la crisis, Europa parecía el candidato más probable a hacer una transición lograda hasta el primer equilibrio: una mayor unificación política. Ahora su proyecto económico está hecho trizas, mientras que la capacidad de dirección necesaria para reavivar la integración política brilla por su ausencia.

Lo mejor que se puede decir es que Europa no podrá seguir aplazando la elección de una de las dos opciones de la alternativa que el caso griego ha dejado al descubierto. Desde una posición optimista, se podría concluir que, por esa razón, Europa acabará fortalecida en última instancia.

http://www.project-syndicate.org/commentary/rodrik43/Spanish

sábado, 6 de março de 2010

Debt Is A Political Issue

Debt Is A Political Issue

DESCRIPTION

Earlier this week I gave a talk about the state of the crisis at Princeton’s Plasma Physics Lab, and one audience member asked a really good question: if the problem is that interest rates are at the zero lower bound, why should we worry about government borrowing? After all, doesn’t that mean that the government can borrow at a zero rate?

Now, part of the answer is that you really don’t want governments financing themselves largely with very short-term debt — that makes them too vulnerable to liquidity crises. But even long-term rates are low — the real interest rate on 10-year bonds is below 1.5 percent.

And if you do the arithmetic of debt service, that really does seem to suggest that debt isn’t a problem. To stabilize the real value of debt, all the government has to do is pay the real interest on it. So suppose that we add debt equal to 100 percent of GDP, which is much more than currently projected; servicing that debt should cost only 1.4 percent of GDP, or 7 percent of federal spending. Why should that be intolerable?

And even that, you could argue, is too pessimistic. To stabilize the debt/GDP ratio, all you need is to pay r-g, where r is the real interest rate and g the economy’s real growth rate; and right now r-g looks, ahem, negative.

And this benign view of debt isn’t just hypothetical: countries have, in reality, run up immense debt/GDP ratios without going insolvent: see the history of Britain, above.

So what’s the problem? Confidence. If bond investors start to lose confidence in a country’s eventual willingness to run even the small primary surpluses needed to service a large debt, they’ll demand higher rates, which requires much larger primary surpluses, and you can go into a death spiral.

So what determines confidence? The actual level of debt has some influence — but it’s not as if there’s a red line, where you cross 90 or 100 percent of GDP and kablooie; see the chart above. Instead, it has a lot to do with the perceived responsibility of the political elite.

What this means is that if you’re worried about the US fiscal position, you should not be focused on this year’s deficit, let alone the 0.07% of GDP in unemployment benefits Bunning tried to stop. You should, instead, worry about when investors will lose confidence in a country where one party insists both that raising taxes is anathema and that trying to rein in Medicare spending means creating death panels.

http://krugman.blogs.nytimes.com/2010/03/05/debt-is-a-political-issue/

domingo, 30 de agosto de 2009

Excelente artigo sobre Estados, nações, nacionalismo e pequenos Estados

Soberanías ficticias

by Robert Skidelsky

LONDRES – Hace un año, la pequeña Georgia intentó recuperar el control de su enclave secedido de Osetia del Sur. Los rusos expulsaron rápidamente al ejército georgiano, con la condena casi general de Occidente. Osetia del Sur, junto con Abjasia (con un población combinada de 300.000 personas) declaró prontamente su "independencia", creando dos nuevas soberanías ficticias, y adquiriendo en el proceso toda la parafernalia oficial de los estados: héroes nacionales, coloridos uniformes, himnos, banderas, puestos fronterizos, fuerzas militares, presidentes, parlamentos y, lo más importante, nuevas oportunidades para el contrabando y la corrupción.

Hasta ahora, sólo Rusia y Nicaragua reconocen la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. El reconocimiento ruso se considera en general una represalia por el reconocimiento de Kosovo (con una población de 2 millones), la provincia secesionista de Serbia, por parte de los países occidentales el año pasado.

A mil millas al oeste de Georgia se encuentra Moldavia (con una población de 3,5 millones), entre Rumania y Ucrania. Anexionada por la Rusia zarista en 1812, pasó a formar parte de Rumania en 1918, sólo para volver a sufrir la anexión por la Unión Soviética en 1940. En 1991 logró independizarse de Moscú. Es miembro de las Naciones Unidas, del Consejo de Europa, en la Organización Mundial de Comercio, de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, y varios otros prestigiosos organismos internacionales.

El principal orgullo histórico de Moldavia es el Rey Esteban el Grande, que derrotó a los otomanos en una gran batalla del siglo XV. Además, produce bastante buen vino. Un recuerdo perdurable de mi propia visita a su capital, Chisinau, es el póster electoral de un político local llamado Lupu, que sostiene que sus ojos un par de gafas... no está claro si para sugerir visiones o sabiduría.

Para llegar a Moldavia desde Odesa (que se encuentra en la actual Ucrania) hay que conducir a través de la autoproclamada "República" de Transdniestria (población: 700.000 personas), una franja de tierra en la orilla norte del río Dniéster. Un montón de edificios con las fachadas descascaradas, alambre de púas oxidado y un sucio lavatorio marcan el comienzo de la soberanía transdniestriana.

Para poder pasar por este puesto fronterizo escuálido, pero bien dotado de personal, es necesario timbrar montones de documentos y ser generoso en la repartición de sobornos, proceso que se repite al abandonar la "república". Una nebulosa compañía con tintes mafiosos, Sheriff, es propietaria de la mayor parte de la economía. Se dice que tiene estrechos vínculos con el Presidente y su familia. Ha construido un estadio de fútbol gigante en la capital, Tiraspol, que parece ser cierto tipo de símbolo de la virilidad transdniestriana. No reconocida por el resto del mundo, la "independencia" de este trozo de tierra está protegida por una guarnición rusa

La población mundial es de cerca de 6000 millones de personas. Supongamos que estuviera dividida en unidades políticas independientes de 2 millones de personas cada una. Esto significaría 3000 micro estados, cada uno rechazando aceptar toda soberanía superior a la suya. Por supuesto, sería una receta para la anarquía global.

Sin embargo, la tendencia a lo largo del último siglo ha sido hacia un continuo aumento de la cantidad de pequeños estados, principalmente debido a revueltas nacionalistas contra imperios multinacionales: el último arranque de creación de estados ocurrió tras la desintegración de la Unión Soviética. Incluso estados de larga data, como el Reino Unido, tienen hoy fuertes movimientos separatistas. En su vida política, el mundo ha estado sufriendo una regresión hacia una forma de tribalismo, a pesar de que su vida económica se ha globalizado cada vez más.

La ecuación de estado con nación es la gran herejía de nuestro tiempo. Básicamente, una "nación" es una entidad de raíces etnolingüísticas y ocasionalmente religiosas y, puesto que la cultura se transmite a través del idioma y la liturgia, cada nación tendrá su propia historia cultural particular, de la que se puede hacer uso y abuso, y que está sujeta a fantasías y descubrimientos.

Por otra parte, el estado es una construcción política, diseñada para mantener la paz en un territorio económicamente viable. Hay sencillamente demasiadas "naciones", reales o potenciales, para formar la base de un sistema mundial de estados, y una razón no menor es que muchos de ellos, tras siglos de interacción interna, ya no se pueden desmembrar.

Nunca será posible hacer que los micro estados sean lo suficientemente pequeños como para satisfacer los exaltados estándares de integridad cultural que sus promotores. De manera que la desintegración de los estados multinacionales es un falso camino. La manera de avanzar radica en formas democráticas de federalismo, que puedan preservar suficiente autoridad central para los fines del estado, al tiempo que respetan las culturas locales y regionales.

El auge actual de micronacionalismo no es sólo una consecuencia de una rebelión contra los imperios: es también una rebelión contra la globalización. Hay una resistencia generalizada a la idea de que la función principal de los estados modernos sea insertar a sus pueblos en un mercado global dominado por los imperativos de la eficiencia y el bajo costo, sin considerar los daños a las actividades no económicas. Este sentimiento se fortalece cuando la economía global resulta ser un casino global. Afirmar los elementos nacionales es una manera de combatir fuerzas impersonales y autoridades remotas.

La globalización promete demasiado en términos de aumento del bienestar, particularmente para los países en desarrollo, como para ser abandonada. Sin embargo, la lección de la crisis actual es que tendremos que desarrollar estilos de gobierno económico global para gestionar, regular y mitigar las fuerzas creativas, pero a menudo perturbadoras, desatadas por el mercado global. Ante la ausencia de un gobierno mundial real, esto sólo se puede lograr a través de la cooperación entre los estados. Mientras menos estados "soberanos" haya, más fácil será asegurar la cooperación necesaria.

El acuerdo de Bretton Woods de 1944, que sentó las bases institucionales de la economía tras la Segunda Guerra Mundial, fue posible porque Estados Unidos y Gran Bretaña tenían la última palabra. Cuando surgieron objeciones al hecho de que Cuba formara parte del comité encargado de proponer el borrador, Harry Dexter White, el representante estadounidense, dijo que la función de Cuba era proveer los cigarros.

Ya no es posible una actitud así de arrogante ante las exigencias de las potencias menores de ser escuchadas, pero todo esto significa que las fachadas tendrán que ser más sutiles y las ficciones, más elaboradas. Siempre y cuando no nos engañemos a nosotros mismos sobre dónde está el poder real, dejemos que los presidentes y los parlamentos jueguen a la pompa y a la circunstancia, si eso les hace sentir bien.

Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick, autor de una galardonada biografía del economista John Maynard Keynes y miembro de la junta directiva de la Escuela de Estudios Políticos de Moscú.

http://www.project-syndicate.org/commentary/skidelsky20/Spanish

quarta-feira, 5 de março de 2008

O neoliberalismo que não reduz o Estado, desorganiza o Estado

Hubo una época en que el Estado británico funcionaba

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Desde que Thatcher impuso sus ideas, la administración de los bienes públicos no es ni transparente ni eficaz. Es el resultado de creer que el mercado resuelve todo.

Por: John Gray

Ya nadie confía en el Estado británico, y para la mayor parte de la gente el motivo no es tanto el creciente autoritarismo como la desorganización endémica.
Estamos tan habituados al carácter errático de los servicios públicos, que olvidamos que el correo se repartía antes de las nueve y que alguna vez los médicos de cabecera hicieron visitas a domicilio. A la gente mayor que lucha por asegurarse una jubilación o una pensión le cuesta creer que, en otra época, cobrarlas no implicaba llenar extensos formularios de jerga incomprensible.
Ya nadie piensa que los departamentos gubernamentales tienen información exacta sobre los servicios que proporcionan ni que pueda confiarse en que no van a perder nuestros datos personales.
Hubo una época en que el gobierno británico funcionaba. El NHS (Servicio Nacional de Salud) se creó tras los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y durante décadas la población le confió sus necesidades médicas básicas. En el plano económico era de una eficiencia asombrosa, pero lo más importante era que formaba parte de un Estado en el que la mayor parte de la gente sentía que podía confiar.
Cuando esa confianza no existe —como en Italia y en Grecia, donde por su propia voluntad nadie le encomienda nada importante al Estado—, la gente les da la espalda a las instituciones públicas y toma sus propias disposiciones.
Algo por el estilo puede estar empezando a pasar en Gran Bretaña. Casi todos seguimos dependiendo de los servicios del Estado, pero hay quienes renunciarían y pasarían al sector privado si pudieran permitírselo.
No es que Gran Bretaña se esté deslizando hacia la tiranía, si bien el aumento de las facultades de la policía es alarmante. El gobierno británico ya no parece apto para ningún propósito coherente, y su autoridad se desvanece. Se trata de un cambio notable, dado que durante por lo menos sesenta años se consideró que el Estado británico era honesto y razonablemente eficiente. El cambio de actitud puede remontarse al intento de Margaret Thatcher de reducir las dimensiones del gobierno, lo cual tuvo el efecto paradójico de aumentar la presencia del mismo en nuestras vidas.
Al mismo tiempo, el Estado es también menos transparente y a todas luces menos eficiente. Todo el que haya tratado de conseguir hora con un médico un sábado por la mañana, buscar un dentista del NHS u obtener ayuda para descifrar la carta de un organismo de bienestar social sabe qué difícil es dar con alguien que pueda hacer que el sistema funcione.
Sin embargo, se nos pide que encomendemos a esa maquinaria deteriorada historias clínicas de gran importancia y, en el caso de los documentos de identidad, una parte considerable de nuestra libertad.
¿Cómo llegamos al actual estado de cosas? Es una historia enmarañada, pero hay una línea que se destaca: la convicción de que hay que inyectar los mercados en todos los sectores de la sociedad.
La política británica llegó a basarse en la premisa de que servir a los intereses públicos es algo que no puede confiarse a nadie: ni a maestros, médicos, trabajadores sociales, funcionarios públicos ni integrantes de las fuerzas armadas. Un aparato de mercados internos y objetivos gubernamentales tiene que vigilar, evaluar y mantener a todo el mundo bajo su constante supervisión.
Se cree que siempre que sea posible, hay que tercerizar los servicios y reducir al mínimo los costos laborales mediante el uso de tecnología de la información. Forjada en los centros de la Nueva Derecha y el Nuevo Laborismo, esa es la ortodoxia que nos dio el Estado británico que tenemos en la actualidad, un caos impenetrable que ni los ministros ni los organismos de supervisión pueden controlar.
Los miles de millones que se gastaron en redes de computación inoperables en el NHS, así como la reiterada pérdida de información en todos los ámbitos del gobierno, son indicios de un sistema que no funciona.
El Estado británico que se desplomó como consecuencia del thatcherismo no puede resucitarse. Pertenece a un país —en cierto sentido con mayor cohesión, pero también más jerárquico— que ya no existe.
A pesar de ello, un Estado eficaz es algo que sigue siendo la condición más importante de cualquier cosa a la que pueda llamarse una sociedad liberal.
Tenemos que desechar la idea de que los servicios estatales deben administrarse como empresas, algo que dejó a los servicios públicos inmersos en deudas y paralizados por objetivos rígidos. Es mejor archivar algunas funciones del Estado y aceptar que otras deben dirigirse según lineamientos no relacionados con el mercado. La transferencia de poder se convirtió en el lema del momento para los partidos opositores, pero comprende más que dar a las escuelas y los hospitales más libertad para decidir su propio presupuesto. Significa darles la libertad de autodirigirse, sea o no eficiente el resultado.
El consenso surgido de los años 80 alentó la convicción de que el Estado no es mucho más que un gran servicio público, la mayoría de cuyas funciones podría tercerizarse sin problemas. El resultado es el torpe Leviatán que tenemos en la actualidad.
La renovación del Estado se impone como la tarea política del momento, ya que, a menos que se lo logre, no podrá concretarse ningún otro objetivo.
Copyright Clarín y John Gray, 2008.Traducción de Joaquín Ibarburu.

http://www.clarin.com/diario/2008/03/05/opinion/o-03101.htm

quarta-feira, 5 de dezembro de 2007

Paul Kennedy diz aos governantes: sejam como Bismarck

05.12.2007

¿Y si los políticos pudieran callarse al menos un mes?

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Nadie duda del valor de la libre circulación de las opiniones. Pero ante la sobreabundancia de discursos, se termina añorando la parquedad de Bismarck o la sigilosidad de los chinos.

Por: Paul Kennedy

Fue una escena divertida, aunque tal vez les dé a algunos diplomáticos de carrera bastante trabajo de "control de daños" en los próximos meses.
Durante la importante cumbre de gobernantes latinoamericanos e ibéricos del mes pasado en Chile, la ansiada solidaridad del mundo luso-hispánico se vio muy afectada cuando el efervescente Hugo Chávez lanzó un ataque personal contra el ex primer ministro español José María Aznar. Cuando el actual primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, pidió que se respetara a su antecesor, Chávez redobló los insultos.
Ante eso, el rey Juan Carlos de España, un monarca respetado y de mente muy amplia, exclamó: "¿Por qué no te callas?" Qué buena idea. ¿Por qué el infatigable mandatario venezolano no trata de hacer silencio, por lo menos por un tiempo?
¿No sería un alivio para los oídos de la humanidad que los políticos redujeran en general la cantidad de declaraciones que hacen sobre temas de actualidad?
En ese sentido, los mayores pecadores deben ser los estadounidenses. La danza electoral hace que la gente sensata recurra a tapones para los oídos. Y todavía queda más de un año de cháchara.
La Casa Blanca, por su parte, no es mejor: informes de prensa diarios y frecuentes discursos del presidente Bush. Ninguno de ellos carece de importancia, pero el efecto acumulativo da la impresión de una gigantesca combinación de talk show y malabarismo en la que las palabras pierden su significado.
La lista de ejemplos políticos de verborragia e hiperactividad puede extenderse con facilidad; a París, por ejemplo, donde los funcionarios se esfuerzan por seguir el ritmo de (y explicar) las incursiones verbales de Sarkozy en temas complejos y delicados. ¿Y podría pasar una semana sin que nada, excepto silencio, saliera de la oficina de Ahmadinejad?
Hablar demasiado y actuar con excesiva frecuencia reduce la credibilidad de lo que se quiere lograr. En ese sentido, llegué a admirar las declaraciones públicas de Vladimir Putin, breves y severas, sin duda, y por lo general cargadas de advertencias a Occidente, pero piadosamente escasas y sin histrionismo alguno.
Los maestros de ese arte casi olvidado de salirse con la suya cerrando la boca son los chinos. Dan su opinión sólo cuando tienen que hacerlo, y preferentemente en privado. Las diferencias internas se discuten a puertas cerradas. A menos que surja un tema demasiado urticante (Taiwan, por ejemplo), optan por la diplomacia discreta y no por la oratoria pública, y casi siempre se salen con la suya.
Me resulta interesante que, a pesar de que China emitió muchos menos vetos que los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, no dejó de tener peso en las decisiones. Los diplomáticos chinos se limitan a caminar con sus colegas extranjeros por los pasillos del poder y a sugerir que no están contentos con, por ejemplo, el lenguaje de un proyecto de resolución sobre Darfur y el lenguaje en cuestión se modifica. La mera alusión privada a un veto es suficiente.
Tal vez los chinos sean mejores discípulos de la gran figura alemana Otto von Bismarck que los occidentales. Sin duda Bismarck hizo una serie de declaraciones públicas (sus famosas palabras "sangre y hierro" sobre cómo se unificarían los Estados alemanes, por ejemplo), pero por lo general prefería conseguir sus objetivos por medio de la diplomacia y la negociación. Su proporción de éxitos, hasta el final de sus veinte años como primer canciller alemán, fue extraordinaria.
Lo más impresionante de todo fue la conducta impasible que adoptó Bismarck cuando las rivalidades entre los Estados balcánicos y algunas de las grandes potencias parecieron amenazar con una guerra generalizada en Europa. En las décadas de 1870 y 1880, los ejércitos sólo podían luchar en los meses más cálidos, de modo que fue entonces cuando surgieron las amenazas de conflicto. Bismarck, sin embargo, optó por retirarse a sus casas de campo durante el verano, se negó a recibir visitas y dispuso que toda la correspondencia se manejara a través del Ministerio de Relaciones Exteriores (y de su hijo Bill, que se desempeñaba como subsecretario en el ministerio). Al no poder descubrir cuáles eran las intenciones del Canciller de Hierro, las otras potencias se detuvieron: nadie quería dar un paso hasta saber cómo reaccionaría Berlín, lo cual, por supuesto, era imposible de saber durante las constantes ausencias de Bismarck. A medida que se acercaba la estación fría, las posibilidades de acción militar disminuyeron.
Esas fueron, sin duda, épocas extraordinarias o muy especiales en términos históricos. Alemania era el eje del sistema de la Gran Potencia Europea, Bismarck era un gran jugador de póquer y un diplomático genial y, por sobre todas las cosas, no tenía las limitaciones del Parlamento, la opinión pública y los medios que tienen los políticos en nuestros días. Sería ridículo sostener que las autoridades actuales podrían tomarse dos o tres meses libres del gobierno de sus países.
De todos modos, ese ejemplo extremo bismarckeano del "silencio es oro", y el ejemplo más actual de la reticencia de las autoridades chinas en relación con temas internacionales complejos, son puntos que vale la pena considerar. Por más que nuestros políticos no puedan guardar un largo silencio ni desaparecer durante toda una estación, ¿no podrían comprometerse a "callarse" un mes? Bastaría hasta con una semana. Por favor.
Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2007. Traducción de Joaquín Ibarburu.

http://www.clarin.com/diario/2007/12/05/opinion/o-02301.htm

Onde além de no El País seria possível ler algo tão verdadeiro, mas que a mídia busca esconder no Brasil e nos EUA?

05 diciembre, 2007 - Lluís Bassets

Menos impuestos, menos democracia

Ni un solo impuesto sin representación fue el eslogan de la Revolución Americana. La ciudadanía responsable está vinculada a los impuestos, sobre todo a los directos,que gravan a las rentas y los rendimientos del trabajo y del capital. No hay Estado ni autoridad pública sin financiación por parte de los ciudadanos, pero los ciudadanos deben elegir a la autoridad y controlar cómo gastan sus impuestos. Todo esto tan sencillo e incluso tan bello, descubierto en el Siglo de las Luces, parece que está en una crisis sin remedio. No es una crisis de la fiscalidad, sino una crisis de la democracia. Los impuestos no sirven únicamente para redistribuir la riqueza, que también, sino sobre todo para que funcionen la administración, los servicios públicos, nuestra seguridad, la educación y la sanidad, etc. De ahí que suene un poco rara esa teoría de que bajar los impuestos es de izquierdas. Lo será en determinados casos, cuando se trata de restablecer capacidad adquisitiva a las rentas más pobres. Pero dudo que sea de izquierdas reducir y eliminar cada vez más impuestos directos y aumentar los indirectos. El caso más claro son los impuestos de sucesiones, cuya conservación han reclamado incluso un buen montón de multimillonarios norteamericanos.

Esta reflexión sobre los impuestos viene al caso por dos motivos. Porque en algunos países ricos parece haberse establecido una subasta para ver quien ofrece más recortes de impuestos, algo siempre muy popular y eficaz cuando se acercan las elecciones. Y porque el problema de los populismos rampantes, como el de Venezuela, es que en vez de crear Estado redistribuidor, mediante un buen sistema impositivo, la eliminación del fraude y de las economías paralelas, lo que se hace es utilizar directamente los beneficios que obtiene el Estado de las industrias extractivas para subsidiar y asistir a los más necesitados. Es pan para hoy y hambre para mañana. Crear impuestos, incrementar la fiscalidad, evitar la evasión, y luego gastar bien, controlar democráticamente el gasto, todo esto sí es de izquierdas y es lo que hay que promover en países como Venezuela o Rusia. Y, por qué no, en otros, más ricos y menos populistas.

La conclusión es que el eslogan revolucionario para este mundo nuestro en crisis es que no hay Estado democrático sin impuestos. Cuanto menos impuestos, menos participación, menos responsabilidad, más preocuparse cada uno de lo suyo, en todo: seguridad privada, educación privada, sanidad privada… ¿Menos impuestos? Menos democracia. No creo que sea un buen camino. Si queremos democracia, transparencia, gobierno eficaz y responsable debemos pagar impuestos y luego exigir que se gasten correctamente. Claro que es el esfuerzo de Sísifo, pero no tenemos derecho a desanimarnos. Y con un problema adicional y muy de fondo que otro día habrá que tratar: todo esto está en crisis gracias al peso creciente de la economía off-shore, que escapa del control de los Estados democráticos y está en cambio muy vinculada a los Estados autoritarios y despóticos e incluso a las mafias y a los grupos de delincuentes internacionales. La gobernanza mundial depende, en gran medida, de que la humanidad sea capaz, algún día, de hincar el diente a esta cuestión candente.

http://blogs.elpais.com/lluis_bassets/2007/12/menos-impuestos.html#more

domingo, 21 de outubro de 2007

Ficando rico com o dinheiro do Estado, no Brasil? Não, no Mundo!

MOISÉS NAÍM

Cómo hacerse rico con el Estado y sin el mercado

MOISÉS NAÍM 21/10/2007

El mundo está experimentando una explosión de megarricos. Este año, el número de nuevos nombres en la lista de las personas con fortunas superiores a los mil millones de dólares ha batido de nuevo récords. De acuerdo con la revista Forbes, hoy hay en el mundo 947 de estos individuos, de los cuales 178 aparecen en la lista por primera vez.

De los nuevos, 19 son rusos, 14 hindúes, 13 son chinos y por primera vez aparecen un rumano, un serbio y un chipriota. También por primera vez el hombre más rico del mundo reside y trabaja en un país pobre. El mexicano Carlos Slim ha superado a Bill Gates y Warren Buffet.

No hay nada nuevo ni en el hecho de que en el mundo haya individuos con enormes fortunas ni que la inimaginable riqueza de pocos coexista con la indescriptible pobreza de muchos. Lo que es nuevo es lo mucho que en algunos países han cambiado las fuentes de riqueza y lo poco que lo han hecho en otros. En ciertos países, para obtener grandes fortunas hay que inventar o controlar algo que la gente quiera comprar. En otros hay que inventarse la manera de controlar al Gobierno. Esta última, como sabemos, es la vieja manera de hacerse rico. Y en muchas partes, a pesar de la retórica de la globalización y el libre mercado, el abusar de los consumidores con el apoyo del Gobierno sigue siendo la norma.

Pero otras cosas han cambiado. Poseer vastas extensiones de tierra, por ejemplo, ya no basta para entrar en las ligas de los megarricos del mundo. Inventar eBay, Google o YouTube, sí. El ingenio, la educación y la creatividad son ingredientes que nunca antes habían tenido tanto peso en darle a millones de individuos, muchos de ellos sin más recursos que su talento, la posibilidad de competir con éxito en mercados globales. La clase social, los contactos, la nacionalidad o el color de la piel ya no son requisitos indispensables para llegar a estar entre los más ricos del planeta. Innumerables empresas de países pobres, por ejemplo, están sorprendiendo a sus competidores más establecidos y desplazándolos. SABMiller de Suráfrica se ha transformado en una de las cerveceras más grandes del mundo. Infosys, una empresa de la India que se especializa en tecnología de información, ha logrado una envidiable posición en el mercado mundial del outsourcing. Naturalmente, estos éxitos han enriquecido mucho a los dueños de estas empresas.

Pero no tanto como a Victor Pinchuk. El señor Pinchuk, de 46 años, que vive en Dnienepropetrovsk, en Ucrania, tiene una fortuna estimada en 7.000 millones de dólares. Es dueño de una fábrica de tubos de acero cuyo éxito en los años noventa le permitió diversificarse a muchos otros negocios, incluyendo la política. Pinchuk, que es yerno del anterior presidente de Ucrania, fue miembro del Parlamento hasta la revolución naranja.

Y ni siquiera es el hombre más rico de su país. Ese honor se lo lleva Rinat Akhmetov, que a los 41 años ya ha acumulado una fortuna de 16.000 millones de dólares. El señor Akhmetov también ha cultivado relaciones muy estrechas con gobernantes y políticos. Para los críticos de estos magnates no hay dudas de que sus fortunas se deben más a su habilidad para extraer privilegios, protecciones y ventajas de funcionarios públicos que a su capacidad para ser mejores que sus rivales, compitiendo en mercados no interferidos por el Estado.

Y ésta es una tendencia mundial: las megafortunas logradas gracias al Gobierno y no al mercado. Pero otra tendencia quizá más importante aún es que en la misma lista de megarricos que incluye a tantos empresarios que se enriquecen empobreciendo a sus clientes están muchos otros de todas partes del mundo, que gracias a su ingenio nos enriquecen a todos.

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terça-feira, 12 de junho de 2007

A diferença é o Estado!

O Paul Singer, quando ainda era economista de verdade, escreveu um texto que se chamava Globalização positiva ou globalização negativa: a diferença é o Estado para mostrar que onde o Estado atuava, interferia na economia ao invés de liberalizar a globalização gerava conseqüências positivas. A reportagem abaixo mostra exatamente isso. Mostra como os EUA e UE tem dificuldades em montar processos comerciais contra a China, porque as empresas têm medo de ser retaliadas pelo governo da China. Se fosse um processo contra o Brasil é provável que até as empresas brasileiras cooperassem. A diferença é o Estado, tem na China não tem aqui!

http://www.ft.com/cms/s/65a0946e-1379-11dc-9866-000b5df10621.html