"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

sexta-feira, 7 de março de 2008

Aí sim há o risco de uma guera de verdade!

Jordi Joan Baños

Corresponsal en Nueva Delhi

El lugar más peligroso del mundo
Srinagar
Pakistán e India deberían aparcar durante una generación la disputa de Cachemira. Así lo ha afirmado esta semana Asif Ali Zardari, viudo de Benazir Bhutto y hombre fuerte del Partido Popular de Pakistán, reciente ganador de las elecciones. Según Zardari, ambos países deberían estrechar sus relaciones económicas, a pesar del litigio fronterizo, tal como ya sucede entre India y China. De ser así, la tregua abriría grandes esperanzas en Cachemira, que antes de convertirse en un valle de lágrimas, fue sinónimo de vacaciones. Tanto de verano -en románticos hoteles flotantes- como de invierno- en la estación de esquí de Gulmar. Las shikaras se mecen melancólicamente a la espera de algún cliente, pero casi veinte años de violencia y sesenta mil asesinatos políticos han ahuyentado el turismo. Asimismo, la efervescencia económica india ha pasado de largo en Srinagar, la capital cachemir, pese a la fama mundial de sus tejidos. Sin embargo, esta ciudad al pie del Himalaya, salpicada de jardines mogoles y lagos repletos de lotos, puede transmitir aún la calma que le valió el apelativo de Suiza de India. Es una sensación falsa: el terrorismo y el contraterrorismo producen una media de dos muertes diarias. Lo que no deja de suponer una clara mejora respecto a los doce asesinatos diarios de hace seis años, cuando el estado era gobernado por el Presidente de India. Las elecciones a la asamblea estatal de 2002 devolvieron una cierta legitimidad al gobierno resultante, aunque fueron boicoteadas por la mayoría de la población. Otro tanto podría ocurrir este 2008. Aunque hay signos de vuelta a la normalidad, Cachemira sigue en el filo de la navaja, a la espera de que se concrete el cambio de gobierno en Pakistán, de sus propias elecciones estatales y de posibles elecciones anticipadas en India.
Bill Clinton afirmó que Cachemira, donde se encuentran estacionados 600.000 soldados indios, era "el lugar más peligroso del mundo". A finales de 2001, el asalto terrorista al Parlamento Indio le dio la razón, ya que la respuesta india condujo a ambos países al borde de la guerra nuclear.
Hoy, como todos los días, cientos de uniformados patrullan en grupo por Srinagar, casi en cada esquina, con chaleco antibalas y el dedo en el gatillo de la ametralladora. Unos con gesto tenso y otros con sonrisa retadora. Lejos queda la época en que los mujahidines afganos se paseaban con kalashnikov por pleno centro. A última hora de la tarde, regresan hileras de camiones con soldados hacinados, de expresión aliviada, tras una jornada rutinaria de arrestos en la llanura y enfrentamientos en las montañas. La cara casi siempre oscura, chata y con bigote de los soldados indios contrasta con las facciones más claras y la nariz aguileña de los cachemires. No es la única diferencia visible entre estos últimos y el resto de India. También las mezquitas, con su arquitectura única en madera y piedra hablan de una secular influencia centroasiática. Cachemira es además el único estado de India de mayoría musulmana: más de tres cuartas partes. Una proporción que en el valle supera el 95%, sobre todo desde que, en 1990, más de 200.000 hindúes huyeron de sus hogares ancestrales para evitar represalias, siguiendo el llamamiento de un gobernador que prometió aplastar el terrorismo. Los ilustrados "pándits" siguen malviviendo en campamentos en Jammu, en el sur hindú del estado, mientras sus hijos se olvidan de hablar cachemir.
De cualquier modo, empieza a haber signos de normalización, que los medios de Nueva Delhi magnifican, a la vez que minimizan los atentados y enfrentamientos armados. Se terminó el toque de queda, que hace cinco años convertía Srinagar en una ciudad fantasma antes de las seis de la tarde. En 2007, la violencia política en Cachemira sólo se habrá cobrado unas 800 vidas, lejos de las 4500 de 2001.
Recientmente, el gobierno de Cachemira ha conseguido que los soldados indios abandonen todos los hoteles –menos dos- que ocupaban al pie del lago Dal, así como un cuartel en la ciudad antigua. Este mismo año, el ejército ha concluido la evacuación de todos los hospitales y escuelas –menos una- que usaba como caserna. Un cine ha reabierto sus puertas, después de muchos años de abstinencia de Bollywood, aunque está amenazado por los fundamentalistas y la gente lo evita por miedo. Porque la inseguridad persiste y se palpa en las conversaciones y en los silencios. Temor a hablar ante desconocidos, pero también entre colegas. Aversión al ejército –que paga a decenas de miles de informadores- y pánico a los guerrilleros. Angustia, también, a la hora de votar. Este mes habrá elecciones a la asamblea del estado. Pero Geelani, el líder del partido propakistaní, ya ha llamado al boicot, como hizo en 2002, cuando votó menos del 40% del censo. Nuevamente, muchos no votarán por solidaridad, pero otros no lo harán por temor a los mujahidines. Para la asamblea de partidos propakistaníes, todo lo que funcione, refuerza la ocupación india. Mientras, la población sigue rehén de una anormalidad que ahoga las perspectivas de futuro y que obliga a emigrar al resto de India. Cuando los síntomas de normalidad se multiplican, aparece una mano negra. Lo hizo el pasado agosto, cuando una bomba hizo explosión en un autobús de turistas indios, frente a los jardines de Shalimar. Ahí terminó la temporada turística para los barqueros. Es inevitable preguntarse a quién le interesa mantener a Cachemira, desgarrada entre tres potencias nucleares, en permanente atraso y rebeldía.
Historia de una escisión
India y Pakistán han librado tres guerras por Cachemira (1948, 1965 y 1999), en una escalada armamentista que ha sangrado sus haciendas y nuclearizado sus arsenales. En 1947 el maharajá hindú impuesto por los británicos en Cachemira no se decidía a integrar el territorio en la India o Pakistán independientes. Una invasión de patanes patrocinada por Pakistán le movió a pedir ayuda militar a India, que le arrancó una anexión no del todo incondicional: Cachemira es el único estado con bandera propia y los demas indios no pueden adquirir allí propiedades. La "dinastía" Nehru-Gandhi, de origen cachemir, impuso la idea de que la permanencia de Cachemira era la prueba de la naturaleza laica de India. Pero India lleva sesenta años eludiendo un referéndum para que los cachemires puedan optar entre India, Pakistán o la independencia. En 1989, después de décadas de elecciones amañadas y de encarcelamiento de líderes, se prendió la mecha de la rebelión armada en el valle. Cachemira, cuya extensión equivale a casi la mitad de España, cuenta con once millones de habitantes, siete de los cuales viven bajo dominio indio y casi todo el resto bajo dominio pakistaní. China ocupa unos 42.000 km2 estratégicos, adyacentes al Tíbet, de escasa población.
El valle de las viudas
Srinagar
En Cachemira se mata más de lo que se encarcela. "Sólo" hay 2.000 guerrilleros presos, frente a decenas de miles de muertos. Y aunque las víctimas mortales acostumbren a ser hombres, las mujeres cachemires están pagando un precio muy alto y se lee en sus rostros. Al menos 20.000 han enviudado desde el inicio de la rebelión armada en 1989. El índice de suicidios, entre ellas, es elevadísimo, en un estado donde las dolencias psiquiátricas se han multiplicado. Incluso entre los soldados, el suicidio causa más bajas que la actividad guerrillera. Muchos se producen en el glaciar de Siachen, que India pretende reabrir al turismo, a pesar de que en sus estribaciones, a más de 6.000 metros de altura, soldados indios y pakistaníes siguen en pie de guerra.
42.000 muertos más tarde -según las estimaciones más conservadoras, 60 u 80.000 según otras- está claro que ni Pakistán puede vencer, ni India convencer. Las víctimas las ponen, sobre todo, los cachemires. Pero los militares pakistaníes, perdida la esperanza de arrebatar el valle, mantienen su doctrina de "sangrar a India con un millar de cortes", tal como defendió un exjefe de los servicios secretos de Pakistán. En Azad Kashmir, la Cachemira "libre" bajo administración pakistaní no hay rebelión, ni mucha necesidad de boicotear las urnas: allí no se vota en las elecciones pakistaníes, mientras que su asamblea estatal tiene escasas competencias. Un limbo legal denunciado el año pasado por la UE. Lo que sí que hay, en abundancia, son campos de entrenamiento -bajo tutela del ejército pakistaní- de organizaciones terroristas como Lashkar e-Toiba y Jaish-e-Muhammad, prohibidas en el resto de Pakistán. El volumen de infiltración de estos guerrilleros -cachemires o extranjeros- es un termómetro de la tensión entre India y Pakistán.
Ahora mismo, no hay fiebre, pero la inestabilidad política en Pakistán hace temer a los indios que Cachemira pueda convertirse en una válvula de escape para que el régimen aligere la presión interna de los sectores islamistas. No en vano, 2007 terminó con más de 3000 víctimas mortales de la violencia política en Pakistán, por primera vez, más que en India. Cabe añadir que el terremotó de octubre de 2005, que provocó 75000 muertos en el lado pakistaní de Cachemira, ha contribuido indirectamente a frenar el nivel de infiltración en India.
La explosiva alianza entre guerrilleros islamistas y el ejército pakistaní se ha ido haciendo cada vez más insostenible tras el 11-S. Por lo que hoy aparece muy lejana una operación como la que, en 1999, Pervez Musharraf -Jefe del Ejército- lanzó al infiltrar en los altos de Kargil a miles de soldados pakistaníes disfrazados de yihadistas. La tercera guerra indo-pakistaní terminó en tablas y retirada pakistaní -tras más de mil bajas por bando- por la determinación india y por la presión norteamericana, ante el temor a un conflicto nuclear.
La "ocupación" india de la musulmana Cachemira está siempre presente en la agenda política pakistaní. La asesinada presidenta del Partido Popular del Pakistán, Benazir Bhutto, se pronunció en contra de una Cachemira independiente, que, según aseguraba, podría "balcanizar" su propio país. Su contrincante por la Liga Musulmana, Nawaz Sharif -de familia cachemir- fue el primer ministro de las pruebas atómicas pakistaníes y bajo el cual se produjo la última guerra, en Kargil. Cabe esperar una postura igualmente dura por parte del partido que apoya al Presidente Pervez Musharraf. Aunque este último, hace un año, abandonó la petición de referéndum, así como sus reclamaciones territoriales, si se producía una progresiva desmilitarización y se creaba un órgano común para toda Cachemira, manteniendo en cualquier caso la actual "línea de control". India toma nota, pero opta por la prudencia. Por otro lado, el impasse de India ha encendido las alarmas de algunas fuerzas soberanistas cachemires que hace un año y medio accedieron a dialogar con el gobierno indio, pagando un elevado precio político por ello. Los demás, siguen instalados en la lógica del "cuanto peor, mejor". Y se sienten traicionados por Musharraf.
India sabe que la llamada guerra contra el terrorismo islamista juega a su favor. Aunque Pakistán juega con la baza de ser un aliado imprescindible en dicha lucha. Pero a ambos se les hace cada vez más difícil jugar con dos barajas. Para Pakistán, la del antiterrorismo y del terrorismo. Para India, la de la democracia, por un lado, y una ocupación militar que causa miles de muertos y desaparecidos, por otro.
Ocho mil desaparecidos
Ningún otro lugar cuestiona tan a fondo la pretensión de India de ser la mayor democracia del mundo. En Cachemira, la cifra de desaparecidos empequeñece los de la dictadura de Pinochet. Cuatro mil, según las valoraciones oficiales más optimistas. Ocho mil según la Asociación de Padres de Personas Desaparecidas. Casi todos ellos "desaparecieron" después de ser detenidos por las fuerzas de seguridad. El abogado Parvez Imroz es cofundador de la citada asociación, que agrupa a 300 familias de afectados, que han denunciado unas 500 desapariciones.
En varias ocasiones se ha podido demostrar que supuestas escaramuzas entre el ejército y guerrilleros, que terminaban con la muerte de "infiltrados extranjeros" eran montajes en los que soldados asesinaba a civiles. Tras dejar sus rostros irreconocibles, se embolsaban una gratificación por cada terrorista muerto y subían en el escalafón militar. Aunque decenas de casos han sido denunciados, el ejército goza de impunidad en los estados de Cachemira y Manipur gracias a la ley de poderes especiales. En contadas ocasiones llegan a tribunales militares, sin testigos y sin repercusión. Sin embargo, se puede interpretar como síntoma de desmilitarización la multiplicación de policías del propio estado, que alcanzan ya los 85.000 agentes. "Más uniformes pagados por India", descalifica Imroz.
India también paga periódicos y agencias, fuertemente custodiadas. Sin embargo, Imroz, junto a otras siete ONG, publica un boletín mensual en el que consigna todas las muertes e informa sobre los atropellos del ejército. Tal como hacen multitud de cabeceras diarias en Srinagar, en urdu y en inglés. Por lo menos en lo que respecta a la libertad de información, no cabe duda de que es mejor estar del lado de Pratibha Patil que del lado de Pervez Musharraf.

http://www.lavanguardia.es/lv24h/20080306/53442647064.html

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