El corazón tiene razones que la tristeza entiende
Cinthya Sánchez
El Universal
Sábado 31 de octubre de 2009
Cuando se va el ser querido, la depresión crónica es el síntoma de los que “mueren por amor”
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Caminó erguido con sus 92 años hasta que la enterró. Salió del panteón encorvado, con la cabeza sumida entre los hombros, la mirada sombría, sin luz, sin sonrisa, sin esperanza. Se trasladó a casa solo, no quiso que nadie ocupara su mano ni tampoco su brazo. A partir de ese día comenzó su camino hacia la misma fosa donde dejó lo que para él era el sentido de su vida.
Regresó a casa sin Martha, su compañera en los últimos 62 años. Hacía 30 que ninguno de los dos salía a trabajar. Se dedicaban a cuidar los árboles frutales del jardín. Tenían vida sexual activa, cocinaban juntos, sembraban juntos, desayunaban, comían y cenaban juntos. Alistaban la casa y llenaban las cazuelas de comida los domingos para esperar a sus 10 hijos con parejas y nietos.
Se tomaban de la mano. Se besaban tiernamente en la mesa. Hacían un viaje al año. Salían a caminar a diario durante una hora. Agustín le decía “Mi vida”. Y Martha le respondía “Mi amor”.
Ella tenía una mente veloz. Era capaz de armar rimas en menos de un minuto. Experta en calaveritas, a quien se le pusiera enfrente le armaba una, mientras él preparaba un buen chiste para alargar la carcajada de la visita en turno.
Llevaban seis décadas enamorados. Un amor en el que pocos creían, pues Agustín se casó con ella cuando Martha era una niña: tenía 14 , él le llevaba 16.
Tuvieron 10 hijos e hicieron equipo para educarlos, ella se quedó en casa y él trabajó durante 32 años en una empresa federal como contador.
Vivían de su pensión, de la ayuda de sus hijos, de sus árboles frutales, de su huerta de hierbas con las que preparaban té, sopas, guisos y de su eterno amor, éste último fue el que en realidad los mantuvo sanos, al menos, eso piensan sus hijos. Aunque los dos eran fuertes. No padecían de ninguna enfermedad, no sufrían de presión alta ni baja, no eran diabéticos ni obesos.
El principio del fin
Un día, Martha no despertó. Lo hacían al mismo tiempo, cuando entraba la luz por la ventana. Pero esa mañana ella no respondió. Durante la noche sufrió un paro respiratorio. Desde entonces, a Agustín se le agotaron los chistes, la chispa, las ganas. “Su vida” se había ido, sin despedirse, sin avisarle.
Sus hijos sabían que desde el momento en que su mamá no despertó, su padre estaba muerto en vida. Se le notaba. Se dejó vencer. De ser un hombre alto, fuerte y hasta guapo, sólo reflejaba tristeza. El tiempo sin ella fue desgastante. En cuanto él salió de aquel panteón se desencadenaron las enfermedades. Lo que no había envejecido en los últimos 15 años, lo hizo en meses.
Primero una cirugía de cataratas, luego, otra de próstata, fue un malestar tras otro hasta que a los 13 meses de que Martha murió, sus diez hijos enterraron a Agustín al lado de su amada.
Hicieron lo imposible para que la tristeza no lo invadiera. Nunca lo dejaron solo, en ese año siempre hubo alguien de la familia que dormía en su casa, estuvieron al pendiente de cada una de sus enfermedades, de que tomara sus medicinas, pero la decisión ya la había tomado él. Después de Martha, no había nada.
Alejandro Gómez fue su psiquiatra durante 18 años. Cuenta que Agustín es parte de la estadística de viudos que mueren en el primer año de duelo por la pérdida de su mujer. No hay cifras de cuánta gente muere después de enviudar, pero la tendencia indica que los menos “aguantadores” son los hombres.
El profesional explica que la gente no se muere de amor, pero que una pérdida puede llevar a la depresión y con ésta acontecen cambios bioquímicos, ataques al sistema inmunológico, pueden venir un cáncer o un infarto.
“La depresión produce una serie de efectos negativos en los órganos y en el sistema inmunológico que puede complicar una enfermedad hasta el grado de provocar la muerte, pues hay un desinterés en el autocuidado”, dice.
Asunción Lara es investigadora del Instituto Nacional de Psiquiatría. Ha trabajado desde hace 15 años con mujeres deprimidas, la gran mayoría como consecuencia de una pérdida, de un contrato de amor que termina.
“Perdieron a sus parejas, se divorciaron, se les murió una madre, un padre, un marido o un hijo”, explica.
Aunque para la investigadora, el término “morir de amor”, le parece una exageración de la gente. “En una depresión severa, los pacientes no tienen ganas de vivir. No disfrutan de lo que antes les emocionaba. Sienten un vacío, hay una pérdida de interés por todo tipo de actividades, hay trastornos del sueño, angustia, cansancio, dificultad para concentrarse y pensamientos de muerte”, explica.
Los síntomas del dolor
Para la doctora, si estos síntomas se presentan durante más de dos semanas en una persona ya no es tristeza sino depresión. “No toda la gente que sufre de una pérdida de algún ser querido termina por deprimirse o, peor todavía, por morirse, pues para que esto suceda la persona debe tener una vulnerabilidad biológica, tener familiares directos que hayan sufrido de depresión”, dice.
La médica asegura que la falta de amor siempre ha sido uno de los motivos por los que la gente se deprime. “No sólo cuentan los que perdieron el amor, sino los que nunca lo hallaron. La gente también se deprime por no tener pareja”, dice en la certeza de la cantidad de gente sola que transita por el mundo entero.
Agrega que la mayoría de éstos casos no termina con la muerte. Cuando se pierde un amor tan grande las personas tienen que apoyarse en su red social. “Además, la depresión no se quita sola, hay libros, conferencias, grupos de ayuda, psicólogos, psiquiatras, medicamentos de última generación”, aconseja.
Antes de que una depresión severa termine con la vida de una persona, la ciencia tiene mucho que hacer en su beneficio y en su apoyo para la cura.
Por ejemplo, el Instituto Nacional de Psiquiatría ha puesto una línea de ayuda gratuita donde se atiende a las personas que sufren depresión por cualquier motivo y gracias a la que los porcentajes de recuperación son altos y comprobados.
La situación puede agravarse mucho y transformarse en una depresión crónica si no se toma el tratamiento adecuado.
Así, aquella metáfora de los culebrones que consiste en “morirse de amor”, se convierte en un problema de salud, considerando que sólo el 11.6% de las mujeres y el 13.4% de los hombres acude con un especialista.
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