Jorge Montaño
Obama: ¿popularidad sin liderazgo?
03 de abril de 2009
El saldo actual del presidente Obama refleja un balance controvertido, similar a cualquier quehacer humano. Lamentablemente, el nivel de tolerancia que parecía asegurarle los resultados electorales se ha reducido a su mínima expresión. Los indicadores económicos erosionan los cimientos de paciencia social frente a una tasa de desempleo de 8% que amenaza con alcanzar dos dígitos en el futuro cercano. Las hipotecas incumplidas siguen produciendo remates masivos de casas y el índice de consumo se ha desplomado, creando un círculo perverso que impide la recuperación.
Lo que parecía una decisión acertada de nombrar gabinete antes de la toma de posesión se convirtió en una carga que daña la credibilidad presidencial. Una decena de nominaciones fallidas genera impresiones de ineficiencia, combinadas con un desempeño cuestionable del secretario del Tesoro, el que destaca por ser poco mediático y menos acertado en sus decisiones.
Quien debería ser el mariscal en el campo de lucha interna incurre en desatinos y tiene que ser rescatado por el superior con frecuencia. Warren Buffett, el legendario líder de la revista Forbes y un obamaniaco certificado, ha dicho públicamente que el presidente “le ha quitado el ojo a la bola”, comentario que no pasa desapercibido por sus oponentes.
El ambiente de tensión ha propiciado en Obama la tentación de hacer demasiadas cosas en el menor tiempo posible, fórmula de cultivo de decisiones erráticas, exacerbando un umbral de paciencia que se diluye con gran velocidad. El rescate bancario se retrasó demasiado, con un titubeo eventualmente enmendado que propició incertidumbre respecto de la habilidad presidencial, misma que nuevamente está sometida a juicio por la decisión que adoptará acerca del destino de las grandes automotrices, que sin duda convocará una polémica nacional.
Sin embargo, aún no son aceptables los juicios lapidarios de los círculos republicanos. A estas alturas, John F. Kennedy enfrentaba las secuelas de la incursión en Bahía de Cochinos, derrotado por una isla caribeña, mientras Clinton buscaba salidas al debate sobre el derecho de los homosexuales a pertenecer al ejército o respuestas sobre sus fallidas nominaciones a procuradoras, ambas sorprendidas en declaraciones falsas.
Los recursos creativos y la popularidad de Obama le preservan espacios que sabe ocupar. La diplomacia articulada del vicepresidente y de la secretaria de Estado refleja niveles de eficacia. La estrategia ha permitido entregar mensajes a los interlocutores precisos, atendiendo criterios de una política exterior diferente a su antecesor, atenta a ritmos conciliadores y no de imposición. Por cierto, también los enviados especiales han respondido, como es el acercamiento logrado por uno de ellos en el caso de Irán.
Las quejas de nuestra región respecto de la indiferencia de Bush han sido atendidas con buenos resultados por Biden y Clinton, preparando una participación relevante del propio Obama en la reunión de las Américas que tendrá lugar en Trinidad y Tobago. El encuentro del ex senador con los presidentes sudamericanos en Chile y su reunión en San José con los mandatarios de América central constituyen respuestas que rompen la tentación de la inactividad para no perturbar el ensimismamiento del electorado.
En el primer viaje transcontinental de Obama para participar en el G-20, celebrar el sexagésimo aniversario de OTAN y atender discusiones estratégicas en Praga, así como en Estambul, intentará aprovechar la popularidad que mantiene intacta en Europa, convirtiéndola en liderazgo del mundo en crisis.
La ausencia de dirigentes carismáticos le abre una oportunidad que puede ayudarle en su país para mantener la esperanza, al menos por el tiempo necesario para despejar las principales incógnitas de la crisis. Nuevamente, sorprende con su audacia para encontrar fórmulas imaginativas, instinto que le ha permitido alcanzar siempre lo que parece imposible.
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