"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

segunda-feira, 13 de abril de 2009

Dois artigos de Francisco Valdés Ugalde sobre o desenvolvimento

Francisco Valdés Ugalde
Desde adentro y hacia arriba
05 de abril de 2009

No, no es albur. Los países que han logrado un mejor desempeño lo han hecho por sus esfuerzos y políticas endógenas, y porque han sabido promover el capital humano de sus poblaciones elevando sus condiciones de vida y aumentando su capacidad de iniciativa.

Una de las enseñanzas de la crisis financiera global es que las recetas únicas no pueden aplicarse sin convocar catástrofes. Nada sustituye a la imaginación colectiva de cada pueblo para construir la estructura económica, social y política que le permita desarrollarse y tener un desempeño a la altura de sus necesidades y aspiraciones.

Pero no todos lo consiguen. Hay una ley de hierro que determina quiénes tienen éxito y quiénes fracasan o se mantienen en la medianía en tal empeño. Y esta ley indica que los países que tienen mejor desempeño en las diferentes áreas de su vida lo consiguen gracias a un esfuerzo endógeno y a un proceso de elevamiento a condiciones de igualdad de ciudadanía social, económica y política de las capas más bajas de la población para acercarlas a las que están más arriba.

En este esfuerzo endógeno y de abajo hacia arriba hay dos elementos clave que determinan el buen desempeño de una economía y un Estado. El primero es establecer condiciones de libertad e igualdad de acceso a las oportunidades económicas y, además, fórmulas de protección de esa libertad e igualdad entendidas como derechos. El segundo es institucionalizar derechos políticos impersonales y garantizar su cumplimiento por parte de todos los miembros de la sociedad.

Sin estas condiciones, por más grandes que sean las sumas que se inviertan en la economía, ya sea en infraestructura o en empresas productivas, las ganancias van a parar en las mismas manos y no a distribuirse entre la población mejorando su bienestar. De hecho, los países más ricos del mundo crecen a tasas menores que los países menos ricos en los periodos de crecimiento; pero también disminuyen en menor grado su ritmo de crecimiento cuando hay periodos de crisis. Lo mismo puede decirse del ingreso: en los países ricos cae en menor medida el ingreso per cápita en los periodos de vacas flacas mientras que en los países menos ricos esas caídas son mucho más acusadas.

Esta es sólo una pequeña muestra de la diferencia entre países en la aplicación efectiva de las condiciones fundamentales para desarrollarse económica y políticamente.

México es un caso ejemplar de medianía, al igual que casi todos los países de América Latina. Buena parte de su crecimiento se explica por la captación de inversión foránea, mientras que se mantienen condiciones oligopólicas y oligárquicas (estatales o privadas), en el funcionamiento de su estructura económica y social. Además, en este país, como dice el dicho, hay unos que son más iguales que otros. Los que están arriba de las pirámides económica, política y social reciben privilegios que les facilitan apropiarse de la riqueza y de los beneficios generales desplazando a los que están en medio o en la base.

Nuestros esfuerzos para desarrollarnos a partir de condiciones endógenas siguen siendo precarios e insuficientes; lo mismo pasa con las instituciones que deben resguardar y garantizar la igualdad política y los derechos impersonales. Estas son razones que explican por qué estamos como estamos.

Francisco Valdés Ugalde
Sobre el desarrollo económico y político
12 de abril de 2009

La semana pasada me referí a un tema que provocó reacciones de varios lectores. Por eso lo abordo de nuevo. La idea central es que para que un país sea exitoso en su desarrollo económico y político debe convocar la imaginación colectiva para formular políticas que desde dentro de la propia realidad (siempre singular para cada país y región) se produzca una combinación de esfuerzos de la sociedad para conseguir un buen desempeño. Este buen desempeño está relacionado con la capacidad de esa sociedad para darse un marco de convivencia civilizado, justo y confiable. Y esta capacidad se deriva directamente de otra: la de crear instituciones y formas de comportamiento de los actores que toman decisiones en todos los niveles (tanto “macro” como “micro”), de modo que hagan sinergias para cumplir propósitos colectivos y satisfacer, a la vez, sus propios intereses sin conflictos graves.

Entre los arreglos institucionales más importantes están la formulación (y arraigo en la conciencia pública) de los derechos impersonales. Éstos son el instrumento básico para emparejar el terreno del juego. Cuando hay jugadores de primera, de segunda y de tercera, etcétera, es evidente que no se cumple el principio básico de equidad, que es fundamento de esos derechos. Los de primera estarán atentos a satisfacer su interés aprovechando el sistema de privilegios que permanecen cerrados para los demás, y estos últimos tendrán interés, siempre, por sacar las mejores ventajas posibles sin pagar los costos de cooperar con los demás dada la ausencia de reciprocidad. Un ejemplo elemental se puede encontrar en el sistema fiscal: los de arriba pagan más que todos los demás, pero evaden todo lo que pueden o tuercen las reglas para aportar lo menos posible; los del medio quedan cautivos y en manos de cobranzas ineficientes, injustas y hasta draconianas. Y los de abajo, la gran mayoría, simplemente evaden, hacen uso de los bienes públicos de mala calidad (recordemos los “diablitos de la luz”) como piso para sobrevivir, hostiles y hostilizados, sin interés alguno por integrarse y cohesionarse con el resto.

Así, triunfan la segmentación y el conflicto, y permanece ausente el sentimiento de pertenecer a lo mismo.

La historia económica demuestra que sin el Estado las condiciones favorables al desarrollo no se crean. Pero ¿qué es el Estado? Tampoco para esto hay respuesta fácil. Por lo pronto, no es el gobierno, pues éste es un resultado de aquél. El Estado es más que eso, es el conjunto de acuerdos que mantienen ligado a un país y que alcanzan una síntesis en la organización del poder político. En este poder residen la calidad de la representación, la naturaleza del derecho en sentido práctico, y la amplitud y calidad de las oportunidades que la patria da a sus hijos, por decirlo con cursilería declamatoria.

Ahí está el quid de la cuestión. Escindir Estado y mercado para explicar separadamente el desarrollo político y el económico es un sinsentido, como lo es la idea de que los mercados pueden funcionar solos. Son los sistemas de reglas, asumidas o impuestas, o parte y parte, y la coordinación social que producen, los que hacen que un país tenga un desempeño virtuoso, en mercados y Estados equilibrados desde abajo por los ciudadanos. No hay otra manera. Juzgue usted, lector, en dónde estamos.

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