"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

quinta-feira, 21 de fevereiro de 2008

A Europa ainda terá um papel como potência mundial? Quem dominará o mundo no futuro?

La capacidad de Europa para dirigir

by Joseph S. Nye

CAMBRIDGE – En el Foro Económico de Davos de este año lo que más se comentaba era el poder en aumento de Asia. Un analista asiático sostuvo que en 2050 habrá tres potencias mundiales: los Estados Unidos, China y la India. No citó a Europa, pero subestimar el poder de Europa es un error.

Sí, actualmente Europa pinta menos de lo que le corresponde. Está fragmentada y es pacífica y normativista en un mundo de poder duro, pero el mundo no es todo poder militar. El uso de la fuerza entre las democracias industriales avanzadas es virtualmente inconcebible. En sus relaciones mutuas , esos países son todos de Venus, por parafrasear a Robert Kagan, y a ese respecto la atención de Europa centrada en la ley y las instituciones es un activo.

En cuanto a otras partes del mundo, una reciente encuesta del Centro Pew de Investigaciones reveló que a muchos europeos les gustaría que Europa desempeñara un papel mayor, pero, para equilibrar la capacidad militar americana, habría que duplicar o triplicar el gasto en defensa y pocos europeos están interesados en semejante aumento. Aun así, una estrategia idónea para Europa requerirá mayores inversiones en poder duro.

Sin embargo, el panorama para Europa no es tan desolador como creen los pesimistas. El poder es la capacidad para conseguir los resultados que se desean y los recursos que produce ese comportamiento dependen del marco. Desde el punto de vista funcional, el poder está distribuido como un juego de ajedrez tridimensional. En el tablero de arriba están las relaciones militares entre los Estados, con los EE.UU. como única superpotencia con alcance mundial. En él el mundo es unipolar.

En el tablero del medio están las relaciones económicas y en él el mundo ya es multipolar. En él Europa actúa como una unión y otros países, como el Japón y China, desempeñan papeles importantes. Los EE.UU. no pueden lograr un acuerdo comercial o zanjar los casos antimonopolio sin la aprobación de la UE o, por poner otro ejemplo, Europa pudo encabezar la ofensiva para destituir a Paul Wolfowitz del Banco Mundial.

En el tablero de abajo están las relaciones transnacionales fuera del control de los gobiernos: desde las drogas hasta las enfermedades infecciosas, pasando por el cambio climático y el terrorismo. En este tablero, el poder está distribuido caóticamente entre los protagonistas no estatales y carece de sentido calificar ese mundo.

de unipolar o multipolar.

En él es importante una estrecha cooperación civil, para la que Europa está bien dotada. El éxito de los países europeos al superar siglos de animosidad y el desarrollo de un mercado interior les ha valido un gran poder blando. Al final de la Guerra Fría, los países de la Europa oriental no intentaron formar alianzas locales, como hicieron en el decenio de 1920, sino que dirigieron la vista a Bruselas para asegurar su futuro. Asimismo, países como Turquía y Ucrania han ajustado sus políticas en consonancia con su atracción por Europa.

Recientemente, el Consejo Nacional de Inteligencia de los EE.UU. hizo públicas cuatro hipótesis muy diferentes sobre el mundo en 2020: el Mundo de Davos, en el que continuaría la mundialización económica, pero con un acento asiático más marcado; la Pax americana , en la que los EE.UU. seguirían dominando el orden mundial; el Nuevo Califato, en el que la identidad religiosa islámica desafiaría el predominio de las normas occidentales; y el Ciclo del Miedo, en el que fuerzas no estatales provocarían conmociones en materia de seguridad que producirían sociedades orwellianas. Como todos los ejercicios de futurología, semejantes hipótesis tienen sus límites, pero nos ayudan a preguntarnos cuáles serán los tres o cuatro factores principales que modelarán los resultados.

El primero es el ascenso de Asia. La gran cuestión será la de China y su evolución interna. China ha sacado a 400 millones de personas de la pobreza desde 1990, pero otros 400 millones siguen viviendo con menos de dos dólares al día. A diferencia de la India, China no ha resuelto el problema de la participación política. Si China substituye su erosionado comunismo por el nacionalismo o asegura la cohesión social, el resultado podría ser una política exterior más agresiva y la renuencia a abordar cuestiones como la del cambio climático o bien puede abordar sus problemas y pasar a ser un “partícipe responsable” en la política mundial.

Europa puede contribuir en gran medida a la integración de China en el sistema de normas e instituciones mundiales. En general, Europa y los EE.UU. tienen más razones para temer a una China débil que a una China rica. El segundo factor será el islam político y su posible desarrollo. La lucha contra el terrorismo de los extremistas islamistas no es un “choque de civilizaciones”, sino una guerra civil dentro del islam. Una minoría radical está utilizando la violencia para imponer una versión ideológica y simplificada a una mayoría con opiniones más diversas.

Si bien la mayor parte de los musulmanes viven en Asia, están influidos por el núcleo de esa lucha, que se encuentra en el Oriente Medio, zona que ha estado rezagada respecto del resto del mundo en cuanto a la mundialización, la apertura, las instituciones y la democratización. A este respecto la fuerza económica y el poder blando de Europa tienen mucho que aportar. Un comercio más abierto, el crecimiento económico, la instrucción, el desarrollo de instituciones de la sociedad civil y aumentos graduales de la participación política podrían contribuir a fortalecer a la mayoría con el tiempo, como también podría hacerlo el trato que reciban los musulmanes en Europa y en los EE.UU. Igualmente importante será que las políticas occidentales para con el Oriente Medio satisfagan a los musulmanes de la mayoría o refuercen el relato de guerra contra el islam formulado por los radicales.

El tercer factor que determinará cuál hipótesis prevalece será el poder americano y su forma de utilizarlo. Los EE.UU. seguirán siendo el país más poderoso en 2020, pero, paradójicamente, el Estado más fuerte desde la época de Roma no podrá proteger a sus ciudadanos por sí solo.

La fuerza militar americana no es suficiente para afrontar amenazas como las pandemias mundiales, el cambio climático, el terrorismo y la delincuencia internacional. Esas cuestiones requieren cooperación en la prestación de bienes públicos mundiales y el poder blando para lograr apoyo. Ninguna parte del mundo comparte más valores o tiene una mayor capacidad para influir en las futuras actitudes americanas que Europa, lo que indica que el cuarto factor político determinante del futuro será la evolución de las políticas y del poder europeos.

Joseph S. Nye es profesor en la Universidad de Harvard y su libro más reciente es The Powers to Lead (“Los poderes para dirigir”).

http://www.project-syndicate.org/commentary/nye54/Spanish

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