Tras el desastre, salir de Irak con responsabilidad
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Es sensata la posición de Hillary Clinton y Barack Obama, que plantean reparar la pésima decisión de Bush.
Por: Zbigniew Brzezinski
Los dos candidatos presidenciales demócratas coinciden en que Estados Unidos debería poner fin a su misión de combate en Irak en un plazo de 12 a 16 meses a partir de su posible asunción. El candidato republicano ha hablado de continuar la guerra, aunque sea por cien años, hasta la "victoria". El tema central de esta campaña es por lo tanto un desacuerdo básico en cuanto a los méritos de la guerra y los beneficios y costos de su continuación.
Los argumentos a favor del retiro estadounidense de la lucha son de por sí contundentes. Pero deben combinarse con una iniciativa política y diplomática completa para mitigar las consecuencias regionales desestabilizadoras de una guerra que la saliente administración Bush inició deliberadamente, justificó demagógicamente y llevó adelante mal. (Escribo como demócrata que prefiere a Barack Obama).
La argumentación a favor del fin de la guerra se funda en sus costos prohibitivos y tangibles, mientras que la argumentación para "mantener el rumbo" está inspirada por oscuros temores a lo desconocido y se basa en las peores hipótesis.
No obstante, si le hubieran preguntado al pueblo estadounidense hace más de cinco años si valía la pena pagar el costo de 4.000 vidas estadounidenses, casi 30.000 estadounidenses heridos y varios billones de dólares —sin hablar de la imposibilidad de medir el daño hecho a la credibilidad y la posición moral de Estados Unidos— por la obsesión de Bush con el derrocamiento de Saddam Hussein, la respuesta casi seguro habría sido un inequívoco "no".
Poner fin a las operaciones estadounidenses de combate requerirá más que una decisión militar. Demandará acuerdos con los dirigentes iraquíes para que siga habiendo una estructura residual estadounidense que ofrezca asistencia de emergencia en el caso de una amenaza externa (por ejemplo, de Irán); también implicará encontrar maneras de ofrecer apoyo estadounidense continuo para las fuerzas armadas iraquíes al enfrentar los remanentes de al Qaeda en Irak.
La decisión de una retirada militar también deberá acompañarse de iniciativas políticas y regionales concebidas como salvaguardas contra potenciales riesgos. Deberíamos debatir a fondo nuestras decisiones con los dirigentes iraquíes, aun con los que no residen en la Zona Verde de Bagdad, y deberíamos mantener negociaciones sobre la estabilidad regional con todos los vecinos de Irak, Irán incluido.
Contrariamente a lo que sostienen los republicanos en el sentido de que nuestra partida generará una calamidad, un retiro organizado con sensatez permitirá que Irak sea más estable a largo plazo. La impasse en las relaciones shiítas-sunitas es en gran medida el amargo subproducto de la destructiva ocupación estadounidense, que alimenta la dependencia iraquí al tiempo que destruye su sociedad.
Dentro de este contexto, que tanto recuerda la época colonial británica, cuanto más tiempo nos quedemos en Irak, menos incentivo tendrán los distintos grupos contendientes para alcanzar un compromiso y más razones para cruzarse simplemente de brazos. Un diálogo serio con los dirigentes iraquíes sobre el próximo retiro estadounidense los sacaría de su letargo.
Poner fin al esfuerzo de guerra estadounidense implica algunos riesgos, naturalmente, pero a esta altura son ineludibles. Algunas partes de Irak ya se gobiernan en forma autónoma, como Kurdistán, parte del sur shiíta y algunas zonas tribales en el centro sunita. El retiro militar estadounidense acelerará la competencia iraquí por controlar efectivamente su territorio, lo cual puede llegar a producir una etapa de intensificación de los conflictos inter-iraquíes. Pero el riesgo es la consecuencia inevitable de la prolongada ocupación estadounidense. Cuanto más dure, más difícil será que vuelva a surgir un Estado iraquí viable.
El objetivo global de una estrategia estadounidense amplia para corregir los errores de los últimos años debe ser enfriar a Oriente Medio, no calentarlo. El "momento unipolar" que los fanáticos de la administración Bush recomendaron después del colapso de la Unión Soviética fue mal utilizado para generar una política basada en el uso unilateral de la fuerza, amenazas militares y una ocupación disfrazada de democratización, todo lo cual encendió inútilmente las tensiones, alimentó los resentimientos anti-colonialistas y nutrió el fanatismo religioso.
Terminar la guerra en Irak es el primer paso necesario para calmar Oriente Medio, pero harán falta otras medidas. A Estados Unidos le conviene involucrar a Irán en negociaciones serias, tanto sobre seguridad regional como sobre el problema nuclear que plantea. Dichas negociaciones son poco probables en tanto el precio que pone Washington a la participación sean concesiones no compensadas por parte de Teherán. Las amenazas de usar la fuerza contra Irán también resultan contraproducentes porque tienden a mezclar el nacionalismo iraní con el fanatismo religioso.
Un verdadero avance en el proceso de paz israelí-palestino seriamente empantanado también ayudaría a aplacar las pasiones religiosas y nacionalistas de la región. No obstante, para que ese avance se produzca, Estados Unidos debe ayudar vigorosamente a ambas partes a implementar las concesiones mutuas sin las cuales dicho compromiso histórico no podrá ser alcanzado. La paz entre Israel y los palestinos sería un paso gigantesco hacia una mayor estabilidad regional, y finalmente haría que tanto israelíes como palestinos recibieran los beneficios de la creciente riqueza de Oriente Medio.
Iniciamos esta guerra imprudentemente, pero debemos terminar nuestro enfrentamiento de manera responsable. Y debemos terminarlo. La alternativa es una parálisis generada por el miedo que perpetúe la guerra para gran perjuicio histórico de Estados Unidos.
Copyright Clarín y The Washington Post, 2008. Traducción de Cristina Sardoy.
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