La elección del Sr. Europa
by Giles Merritt
BRUSELAS – La fascinante campaña para la elección presidencial en Estados Unidos puede estar acaparando todos los titulares, pero en Europa también hay una pelea de liderazgo en curso. En este momento, todos los ojos están depositados en los candidatos no definidos para convertirse en el primer presidente electo del Consejo Europeo.
Nadie –ni siquiera la gente estrechamente involucrada en el proceso- realmente sabe cómo se eligen los líderes de la Unión Europea. No hay reglas formales, mucho menos elecciones; de alguna manera, los nombres simplemente salen a la superficie en los medios para pasar a ser parte del misterioso sistema de negociación interna de la UE.
De hecho, existen cinco empleos vacantes, de modo que se está llevando a cabo una discusión compleja pero sigilosa entre los cancilleres de Europa sobre quién podría hacer qué sin perturbar los delicados equilibrios entre las familias políticas o entre los grandes y pequeños estados.
En el corazón de este proceso está la cuestión aún más sensible de si las personas que se harán cargo de las principales instituciones de la UE deberían ser líderes fuertes. En principio, todos quieren personas influyentes; en la práctica, muchos líderes nacionales se oponen a la idea de un equipo más independiente y agresivo en Bruselas.
El dilema queda claramente resumido en los dos candidatos evidentes para el puesto principal de “Sr. Europa”. Por un lado, existe el par de manos seguras personificado por Jean-Claude Juncker, el veterano primer ministro del pequeño Luxemburgo, quien conoce los pormenores de la maquinaria política de la UE y preside la organización ministerial de la eurozona. El no va a hacer olas, pero tampoco generará titulares.
Luego está Tony Blair. Famoso a nivel mundial pero polémico, Blair es capaz de consolidar a la opinión pública y darle al proyecto europeo el perfil alto que desea ardientemente la UE. Pero también es proclive a convertir el puesto ceremonial de 30 meses como la figura decorativa de la UE en un cargo con mucha más influencia política de la que podría gustarle a sus 27 líderes nacionales.
Los otros cuatro puestos probablemente se decidirán como parte de un acuerdo global, debido a la necesidad de alcanzar alguna suerte de equilibrio. Primero, está la cuestión de si el actual presidente de la Comisión Europea, el ex primer ministro portugués José Manuel Barroso, debería recibir otro mandato de cinco años. Su promesa temprana de ser la nueva escoba del órgano ejecutivo de la UE se ha convertido en una capitanía que sigue su curso hacia adelante, y está la cuestión adicional de si su renombramiento podría convertir el puesto en un cargo estándar de 10 años para sus sucesores, más allá de sus capacidades.
La opción para el puesto Nro. 3 –la persona responsable de la política exterior que tendrá recursos extra y poderes para desarrollar el cargo creado por Javier Solana- parece más clara. Solana, el español de voz suave que anteriormente fue secretario general de la OTAN, parece el candidato seguro para asumir el nuevo empleo por unos meses antes de entregárselo a Carl Bildt, el ministro de Relaciones Exteriores y ex premier sueco que ganó estatura internacional en los Balcanes en los años 1990.
Pero nada es seguro. Si el primer ministro de Dinamarca, Anders Fogh Rasmussen, terminara siendo un candidato neutral entre Juncker y Blair, como muchos sugieren, la presencia de dos escandinavos de centroderecha plantearía un problema. Los dos puestos restantes, presidente del Parlamento Europeo y el cargo de “Sr. Euro” actualmente en manos de Juncker, también tendrán que contribuir al equilibrio general y reflejar el resultado de las elecciones del Parlamento Europeo de mediados de 2009.
El parlamento es otro comodín en este proceso absolutamente antidemocrático e impredecible. Bajo el Tratado de Reforma –el sucesor similar para la polémica constitución europea que crea el puesto de presidente de la UE-, los 785 miembros del parlamento también expresarán su opinión. En el pasado, sólo los gobiernos podían torpedear candidatos para los principales cargos de Europa, pero ahora el parlamento también podrá rechazarlos. No resulta para nada claro quién tendrá mayor poder para decidir el resultado.
Esta incertidumbre está empezando a concentrar la atención en la cuestión fundamental de si la UE puede seguir eligiendo a sus líderes de una manera tan extraña y furtiva. Cuando la Unión era más pequeña y más modesta, las negociaciones intergubernamentales parecían aceptables, al menos porque los políticos nacionales podían minimizar la importancia de “Europa”.
Hoy, con la UE ansiosa por ejercer un papel enérgico en el escenario mundial, un avance hacia un sistema más abierto parece inevitable. Los interlocutores de la UE en Washington, Beijing y otras partes ya explican a las claras que los líderes nacionales que pretenden hablar por Europa carecen de credibilidad, al igual que los líderes de la UE que tan evidentemente no tienen un mandato político convincente.
Están surgiendo dos escuelas de pensamiento claramente definidas. Están los que sostienen que éstas son cuestiones sensibles y complicadas más allá del entendimiento de la mayoría de los votantes, y que una mayor democracia resultaría en populismo o en abstenciones incómodamente generalizadas. Otros creen que la UE no puede seguir siendo conducida según los mismos lineamientos que se aplican en Beijing o Pyongyang. Es una cuestión a la que se enfrentará cualquier equipo nuevo elegido según los métodos antiguos.
Giles Merritt es secretario general del centro de estudio Friends of Europe con sede en Bruselas y editor de la publicación Europe’s World.
http://www.project-syndicate.org/print_commentary/merritt5/Spanish
Um comentário:
Obrigado por voce colocar um link do meu blog aqui. Vou me tornar leitor porque gosto muito de relações internacionais. Um abraço
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