00:00 | ARGENTINA 1 - BRASIL 3
Argentigasinos
Rosario tuvo un rato de pasión, pero Brasil se encargó de apagar el fuego. Al final, atroz fue la preocupación. SERGIO MAFFEI | smaffei@ole.com.ar
Donde hubo fuego, cenizas quedaron. Rosario estuvo ardiendo de pasión, pero no fue el agua del Arroyito el que lo apagó; los brasileños les tiraron con todo el Amazonas... Y la fiesta se extinguió al ritmo de los goles de ellos y de los errores nuestros. Queda, sí, la esperanza de que otros resultados amortiguaron la caída. Pero este dolor, el de perder con Brasil, se siente igual en cualquier cancha del país... Tan cierto como que ninguna cancha del país gana los partidos si no hay un equipo que haga su parte.
La gente jugó su partido. Rosario siempre estuvo cerca. Y por eso el Gigante no fue un coliseo exclusivo para nativos: fue de todos los argentinos. No distinguió la insólita disputa entre el Interior y la Capital, ni tampoco estratos ni actividades. Entonces en la popular convivieron los que pagaron 50 pesos tras comerse la espera amansadora previa a la venta del viernes, o los que llegaron a poner 500 mangos en la reventa por una ubicación que costaba diez veces menos. Todos se unieron en el grito sagrado. Batistuta, Griguol, Nalbandian, Kempes, David Pintado y Viviana Canosa. Todos. El equipo llegó al estadio en medio de un pasillo de cuadras y cuadras con gente que acompañaba su paso. Desde adentro del ómnibus se daban muestras de confianza; todos cantaban, todos golpeaban. Lo hacían Maradona, adelante; Messi, en el medio, o Palermo, más atrás. Y en el micro de apoyo venían familiares, como el papá del Kun Agüero azotando el parche de un bombo que pedía auxilio.
Ya en el estadio, la entonación del himno, con todo el estadio gritándolo a viva voz, fue la más conmovedora desde aquella que Los Pumas hacían con lágrimas en los ojos en el último Mundial de rugby. Todo el estadio se unió en un solo aplauso para cada uno de los players, con las lógicas excepciones de Messi y Diego (y algo más atrás Tevez y Mascherano, hincha de Central), propietarios del récord de decibeles.
El calor se mantuvo hasta el minuto 25; la gente procuró gambetear el golpe del gol de Luisao y levantar al equipo, pero la falta de reciprocidad la fue apagando. El letargo sólo se rompió con algún slalom de Messi. Y hubo un rapto de ilusión con el zurdazo de Dátolo, rápidamente masacrado por el segundo grito de Luis Fabiano.
El final: un "olé, olé, olé, Bruja, Bruja", tibios aplausos y algún silbido. La clasificación al Mundial, por ahora, sólo es brasileña...
http://www.ole.clarin.com/notas/2009/09/06/seleccion/01993235.html
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