"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

domingo, 17 de maio de 2009

Quando a razão extrapola os seus limites!

Los torturadores intelectuales de Bush

by Tzvetan Todorov

PARÍS -- Los memorandos secretísimos hechos públicos por el gobierno de Obama sobre los métodos de tortura aplicados en las cárceles de la CIA arrojan nueva luz sobre una cuestión fundamental: ¿cómo es que personas que actuaban en nombre del gobierno de los Estados Unidos pudieron aceptar tan fácilmente la idea de torturar a los detenidos que tenían a su cargo?

Los documentos recién publicados no revelan los datos mismos de la tortura, que ya conocían quienes quisieran conocerlos, pero sí que revelan mucha información sobre cómo se desarrollaban las sesiones de tortura y cómo las consideraban los agentes participantes.

Lo más asombroso es el descubrimiento de detallitos inquietantes de las normas expuestas en los manuales de la CIA y hechas suyas por ejecutivos jurídicos del gobierno. Habríamos pensado que la tortura era consecuencia de fallos o excesos no intencionados cometidos impulsivamente. Al contrario, en esos memorandos se ve claramente que la tortura era una táctica formulada con el mayor detalle.

En las “directrices” del gobierno de Bush, se puede dividir la tortura en tres categorías de diversos niveles de intensidad: “básico” (desnudez, manipulación dietética, privación de sueño); “correctivo” (golpes) y “coercitivo” (mojar con agua, encierro en celdas minúsculas, “el submarino”),

En el caso de una bofetada, el interrogador debía golpear con dedos ligeramente separados, a una distancia igual entre la punta de la barbilla y la base del lóbulo de la oreja. El método de mojar con agua a un detenido desnudo debía durar 20 minutos, si la temperatura del agua era de 5º grados centígrados, 40 minutos, si era de 10 grados, y hasta 60 minutos, si era de 15 grados. La privación de sueño no podía exceder 180 horas, pero podía reanudarse después de ocho horas de descanso.

La inmersión en el agua de una tina podía durar hasta 12 segundos y no más de dos horas al día durante treinta días seguidos. La aplicación del “submarino” podía durar 40 segundos como máximo, si bien dos prisioneros fueron sometidos a ese tormento 286 veces en total durante un solo mes. El encierro en una celda minúscula no podía exceder dos horas, pero, si el prisionero podía permanecer de pie en la celda, podía prolongarse durante ocho horas cada vez y dieciocho horas al día. Si se introducía un insecto en la celda, también había normas que lo regulaban.

También se ha revelado cómo se capacitaba a los torturadores. La mayoría de los métodos consistían en ingeniería inversa del entrenamiento dado a los soldados de los EE.UU. que se preparaban para afrontar situaciones “largas y extremas” (lo que, en cierto modo, permitía a los ejecutivos concluir que esas durísimas pruebas eran totalmente soportables). Dicho de otro modo, los torturadores habían sido torturados, a su vez, a lo que seguía un curso acelerado e intensivo que duraba cuatro semanas, lo suficiente para instruirlos con vistas a sus nuevas tareas.

Los abogados de Bush eran los colaboradores necesarios de los torturadores, cuya labor iba encaminada a lograr la impunidad jurídica. También eso era una novedad: la tortura no parece una violación de una norma común, desafortunada, pero justificable. En cambio, tiene una norma legal.

A ese respecto, los abogados recurrieron a otra serie de técnicas. Para eludir la ley, había que hacer el interrogatorio fuera de los EE.UU, aun cuando ese lugar fuese una base militar americana.

La definición legal de tortura consiste en infligir intencionadamente un profundo sufrimiento. Así, pues, se aconseja a los torturadores que nieguen esa intención. A consecuencia de ello, el fin de una bofetada no es infligir dolor físico, sino provocar sorpresa y humillación. El objeto del encierro en una celda minúscula no es desorientar a un detenido, sino darle una sensación de incomodidad. El torturador debe insistir siempre en su “buena fe”, “creencias sinceras” y la premisa racional para ellas.

De modo que se usaban eufemismos sistemáticamente: “técnicas perfeccionadas” por tortura, “experto en interrogatorios” por torturador. Dejar marcas materiales está contraindicado. Para ese fin, el daño mental es preferible a las heridas físicas. No es de extrañar que después se destruyeran todas las grabaciones en vídeo de esas sesiones.

Diversos grupos profesionales tenían que ver con los métodos de tortura. Así, el contagio se extendió mucho más allá del limitado círculo de los torturadores. Además de los abogados que legitimaban los hechos, había psicólogos, psiquiatras, médicos (cuya presencia era obligatoria en todas las sesiones) y también había estudiosos  que aportaban sin falta justificaciones morales, jurídicas o filosóficas, y, mientras los hombres infligían torturas, la degradación en presencia de mujeres intensificaba la humillación.

¿A quién se debe considerar legalmente responsable de esa perversión de la ley y los principios morales básicos?

El voluntario que desempeña la tarea de torturar es menos responsable que el funcionario de alto nivel que la justificaba y la fomentaba y éste es menos responsable que el encargado de decisiones políticas que la pedía.

También se puede considerar responsables a los gobiernos extranjeros amigos, en particular los de Europa: aunque estaban enterados de la tortura y aprovechaban la información así obtenida, en ningún momento expresaron la menor protesta ni indicaron siquiera su desaprobación. Su silencio equivalió a un consentimiento.

Así, pues, ¿deberíamos procesarlos?

El mejor castigo para los políticos es no reelegirlos. En cuanto a los colaboradores y facilitadores no elegidos, podemos esperar que sean sancionados por sus pares: ¿a quién le gustaría estudiar con un profesor partidario de la tortura? ¿Quién deseará justicia impartida por un juez que autorizó la brutalidad? ¿Quién querrá ser tratado por un médico que la supervisó?

Para entender por qué algunos americanos aceptaron tan fácilmente la aplicación de la tortura, no debemos buscar un odio o temor ancestral de los musulmanes y los árabes. No, la causa es mucho peor. Los memorandos que el gobierno de Obama ha hecho públicos nos enseñan que cualquiera que se ajuste a principios aparentemente nobles dictados por un “sentido del deber” o por la necesaria “defensa de la patria” o que se sienta acuciado por un temor fundamental por su vida y su bienestar o por las vidas y el bienestar de sus familiares puede llegar a ser un torturador.

Tzvetan Todorov es Directeur de recherche honoraire en el CNRS de París y autor de muchos libros sobre la historia y la cultura.

http://www.project-syndicate.org/print_commentary/todorov5/Spanish

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