"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

quarta-feira, 27 de maio de 2009

Neoliberalismo não fez melhor nem resolveu os problemas que anunciou

Anatomía del thatcherismo

by Robert Skidelsky

Londres – Este mes se cumplen treinta años de que Margaret Thatcher llegó al poder.  Si bien las condiciones locales precipitaron la revolución de Thatcher (o de manera más amplia, de Thatcher-Reagan), ésta se convirtió en una etiqueta instantáneamente reconocida a nivel mundial para una serie de ideas que dieron origen a políticas orientadas a liberar a los mercados de la interferencia gubernamental. Tres décadas después, el mundo está en recesión y muchos atribuyen la crisis global a esas ideas.

En efecto, incluso fuera de la izquierda política, se considera que el modelo angloestadounidense de capitalismo ha fracasado. Se le culpa de la debacle económica casi total. Pero una visión retrospectiva a treinta años nos permite juzgar qué elementos de la revolución de Thatcher deben conservarse y cuáles deben modificarse a la luz de la actual desaceleración económica mundial.

Resulta obvio que lo que más necesita modificarse es la noción de que los mercados con un mínimo de injerencia y regulación son más estables y más dinámicos que los que están sujetos a la intervención del gobierno. Dicho de otro modo, la premisa del thatcherismo era que el fracaso del gobierno es una amenaza mucho mayor a la prosperidad que el fracaso del mercado.

Esto siempre fue una mala interpretación de la historia. Los anales muestran que en el período 1950-1973, cuando la intervención del gobierno en las economías de mercado alcanzó su punto más alto en épocas de paz, se registró un éxito económico único, sin recesiones globales y con tasas de crecimiento del PIB –y del PIB per cápita—más rápidas que en ningún período comparable, anterior o posterior.

Se puede argumentar que el desempeño económico habría sido aun mejor con menos intervención del gobierno. Pero los mercados perfectos no son más reales que los gobiernos perfectos. Todo lo que tenemos son comparaciones entre lo que sucedió en distintos momentos. Lo que estas comparaciones muestran es que los mercados con gobierno se han desempeñado mejor que los mercados sin gobierno.

No obstante, para la década de los setenta, la economía política previa al thatcherismo estaba en crisis. El síntoma más notorio de ello fue el surgimiento de la “estanflación” – un aumento simultáneo de la inflación y el desempleo. Algo había salido mal en el sistema de administración económica que había legado John Maynard Keynes.

Adicionalmente, el gasto del gobierno estaba creciendo, los sindicatos se estaban volviendo más combativos, las políticas para controlar los pagos no funcionaban y las expectativas de dividendos estaban disminuyendo. Muchos consideraban que el gobierno había abarcado más de lo que podía controlar, y que era necesario, o bien reforzar su control, o bien reducir su alcance. El thatcherismo surgió como la alternativa más aceptable al socialismo de Estado.

Nigel Lawson fue el segundo ministro de finanzas de Thatcher. De los esfuerzos antiinflacionarios del gobierno nación la “doctrina Lawson”, que se enunció por primera vez en 1984 y desde entonces recibió amplia aceptación entre los gobiernos y los bancos centrales. Lawson dijo que “La conquista de la inflación debe ser el objetivo de la política macroeconómica. Y la creación de condiciones conducentes al crecimiento y el empleo debe ser el objetivo de la política microeconómica.”

Esta propuesta derrocó la ortodoxia keynesiana previa de que la política macroeconómica debía tener como objetivo el pleno empleo y el control de la inflación debía dejarse a las políticas salariales. No obstante, a pesar de todas las reformas “del lado de la oferta” que introdujeron los gobiernos del thatcherismo, el desempleo ha sido mucho mayor desde los años ochenta que en los cincuenta o sesenta –7.4% en promedio en el Reino Unido, en comparación con 1.6% en las décadas anteriores.

¿Y los objetivos de inflación? También en este punto el historial desde 1980 ha sido desigual, a pesar de la enorme presión deflacionaria que ha ejercido la competencia de salarios bajos de Asia. La inflación en los períodos 1950-1973 y 1980-2007 fue más o menos la misma –apenas superior al 3%– mientras que la fijación de objetivos de inflación no ha logrado evitar una sucesión de burbujas de valores que han generado recesiones.

La política del thatcherismo tampoco ha tenido éxito en uno de sus principales objetivos –reducir la proporción del gasto de gobierno en el ingreso nacional. Lo más que puede decirse es que detuvo su aumento durante un tiempo. Ahora el gasto público está creciendo nuevamente y los récords de déficit en tiempos de paz del 10% o más, se alargan durante años.

Al desregular los mercados financieros en todo el mundo, la revolución Thatcher-Reagan ocasionó la corrupción del dinero, sin mejorar el crecimiento de la riqueza anterior –salvo para los muy ricos. El ciudadano promedio del mundo habría sido 20% más rico si el PIB per cápita mundial hubiera crecido al mismo ritmo entre 1980 y 2007 que entre 1950 y 1973—y eso a pesar de las elevadas tasas de crecimiento de China en los últimos 20 años. Además, al desatar el poder del dinero, el thatcherismo, pese a todas sus prédicas sobre la moralidad, contribuyó a la decadencia moral de Occidente.

En contraste con estos formidables defectos, hay tres virtudes. La primera es la privatización. Al poner nuevamente la mayoría de las industrias propiedad del Estado en manos privadas, la revolución de Thatcher eliminó el socialismo de Estado. La mayor influencia del programa de privatización británico se dio en los países ex comunistas, que extrajeron las ideas y técnicas necesarias para desmantelar las economías planificadas tan ineficientes. Este avance debe conservarse ante el clamor actual para “nacionalizar” los bancos.

El segundo éxito de Thatcher fue debilitar a los sindicatos. Para la década de los setenta, los sindicatos, establecidos para proteger a los débiles frente a los fuertes, se habían convertido en enemigos del progreso económico, una gran fuerza de conservadurismo social. Fue acertado alentar una nueva economía que creciera por fuera de estas estructuras anquilosadas.

Por último, el thatcherismo acabó con la política de fijar precios y salarios por imposición central o mediante “arreglos” tripartitas entre los gobiernos, los empleadores y los sindicatos. Estos eran los métodos del fascismo y el comunismo y habrían terminado por destruir no sólo la libertad económica sino también la política.

Los péndulos políticos a menudo oscilan demasiado. Al reconstruir la destrozada economía post-thatcheriana debemos tener cuidado de no resucitar las políticas fallidas del pasado. Me sigue pareciendo útil la distinción que hacía Keynes entre la agenda y la no agenda de la política. Keynes pensaba que mientras el gobierno central asumiera la responsabilidad de mantener un nivel alto y estable de empleo, el resto de la vida económica podía quedar libre de interferencias oficiales. La principal tarea de hoy es crear una división adecuada de la responsabilidad entre el Estado y el mercado a partir de esta idea.

Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de economía política en la Universidad de Warwick, autor de una biografía del economista John Maynard Keynes que ha sido premiada y miembro de la junta directiva de la Escuela de Estudios Políticos de Moscú.

http://www.project-syndicate.org/commentary/skidelsky17/Spanish

Nenhum comentário: