"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

domingo, 24 de maio de 2009

Democracia na política externa americana

Es necesario reconsiderar la promoción de la democracia

by Joseph S. Nye

Cambridge – El presidente George W. Bush solía proclamar que la promoción de la democracia era uno de los objetivos centrales de la política exterior estadounidense. No es el único que ha utilizado esta retórica. La mayoría de los presidentes estadounidenses desde Woodrow Wilson han hecho declaraciones similares.

Por ello, cuando la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, testificó ante el Congreso hace unos meses sobre las tres “D” de la política exterior de su país, llamó la atención que hablara de defensa, diplomacia y desarrollo. La “D” de democracia brilló por su ausencia, lo que sugiere un cambio de política de la administración de Barack Obama.

Tanto Bill Clinton como George W. Bush frecuentemente hacían referencia a los efectos benéficos de la democracia sobre la seguridad. Citaban estudios de las ciencias sociales que demuestran que las democracias rara vez se declaran la guerra. No obstante, dicho con más cuidado, lo que los académicos indican es que las democracias liberales rara vez se declaran la guerra, y puede ser que una cultura constitucional liberal sea más importante que el mero hecho de las elecciones.

Si bien éstas son importantes, la democracia liberal es más que una "electocracia". Las elecciones sin limitaciones constitucionales y culturales pueden provocar violencia, como en Bosnia o en el caso de la Autoridad Palestina. Además, las democracias no liberales se han enfrentado, como sucedió con Ecuador y Perú en los años noventa.

A ojos de muchos críticos internos y externos, los excesos de la administración Bush devaluaron la idea de la promoción de la democracia. Al invocar la democracia para justificar la invasión de Iraq, Bush implicaba que se podía imponer por la fuerza de las armas. La palabra democracia quedó asociada con su peculiar variante estadounidense y adquirió una connotación imperialista.

Además, la exagerada retórica de Bush contrastaba a menudo con sus prácticas, con lo que se granjeó acusaciones de hipocresía. Para él era mucho más fácil criticar a Zimbabwe, Cuba y Birmania que a Arabia Saudita o Pakistán, y los reproches que hizo a Egipto en un principio pronto bajaron de tono.

No obstante, existe el peligro de reaccionar de manera exagerada a las fallas de las políticas de la administración Bush. El crecimiento de la democracia no es una imposición estadounidense y puede adoptar muchas formas. El deseo de una mayor participación se amplía a medida que las economías se desarrollan y los pueblos se ajustan a la modernización. La democracia no está en retirada. Freedom House, una organización no gubernamental, contaba 86 países libres al principio de la administración Bush, con un ligero incremento a 89 cuando ésta terminó.

La democracia sigue siendo una meta encomiable y extendida, pero es importante distinguir entre el objetivo y los medios que se utilizan para alcanzarlo. Hay diferencias entre la promoción agresiva y un apoyo más moderado a la democratización. Evitar la coerción, las elecciones prematuras y la retórica hipócrita no debería impedir una política paciente que recurra a la asistencia económica, la diplomacia tras bambalinas y los enfoques multilaterales a la ayuda para el desarrollo de la sociedad civil, el Estado de derecho y elecciones administradas correctamente.

Las formas en que practiquemos la democracia en casa son tan importantes como los métodos de política exterior que utilicemos para apoyarla en el extranjero. Cuando tratamos de imponer la democracia, la devaluamos. Cuando hacemos honor a nuestras mejores tradiciones, podemos estimular la emulación y crear el poder suave de la atracción. Este enfoque es lo que Ronald Reagan llamaba la “ciudad resplandeciente en la colina.”

Por ejemplo, muchas personas, tanto dentro como fuera de Estados Unidos veían con cinismo el sistema político estadounidense y aducían que estaba dominado por el dinero y cerrado a los extranjeros. La elección de Barack Hussein Obama en 2008 hizo mucho para restablecer el poder suave de la democracia estadounidense.

Otro aspecto de la práctica interna de la democracia liberal en Estados Unidos es cómo encara el país la amenaza del terrorismo. En el ambiente de miedo extremo que siguió a los ataques del 11 de septiembre de 2001, la administración Bush se dedicó a hacer interpretaciones jurídicas tortuosas del derecho nacional e internacional que mancharon la democracia estadounidense y redujeron su poder suave.

Afortunadamente, una prensa libre, un poder judicial independiente y una legislatura pluralista ayudaron a que esas prácticas se sometieran a debate público. Obama ha proclamado que cerrará la prisión de Guantánamo en un plazo de un año y ha desclasificado los memorandos legales que se utilizaron para justificar lo que ahora se considera de manera generalizada como tortura de los detenidos.

Pero el problema de cómo afrontar el terrorismo no es sólo una cuestión de historia. La amenaza persiste y es importante recordar que los pueblos con sistemas democráticos desean tanto libertad como seguridad.

En momentos de miedo extremo el péndulo se mueve hacia el lado de la seguridad. Durante la Guerra Civil, Abraham Lincoln suspendió el derecho de habeas corpus – el principio por el cual los detenidos pueden impugnar su arresto en un tribunal y Franklin Roosevelt encerró a los ciudadanos estadounidenses de origen japonés durante los primeros días de la Segunda Guerra Mundial.

Cuando se les pregunta a algunos de los miembros más razonables de la administración Bush cómo pudieron adoptar las posiciones que adoptaron en 2002, citan los ataques con ántrax posteriores al 11 de septiembre, los informes de inteligencia sobre un inminente ataque con material nuclear y el miedo generalizado de un segundo ataque contra el pueblo estadounidense. En esas circunstancias, hay tensión entre la democracia y la seguridad.

El terrorismo es una forma de teatro. Logra sus efectos no con la destrucción misma, sino con la dramatización de actos atroces contra los civiles. El terrorismo es como el Ju-jitsu. El adversario más débil utiliza la fuerza del poderoso para derrotarlo.

Los terroristas buscan crear un ambiente de miedo e inseguridad en el que nosotros mismos nos dañemos socavando la calidad de nuestra democracia liberal.  Para preservar y apoyar la democracia liberal, tanto en casa como en el extranjero, será esencial impedir nuevos ataques terroristas y al mismo tiempo entender y evitar los errores del pasado. Este es el debate que la administración Obama encabeza actualmente en Estados Unidos.

Joseph S. Nye, Jr., profesor en Harvard, recientemente fue calificado como el académico más influyente en materia de política exterior estadounidense.

http://www.project-syndicate.org/commentary/nye70/Spanish

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