Autonomía, un debate encendido en Sudamérica
José ValesCorresponsal
El Universal
Viernes 22 de enero de 2010
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BUENOS AIRES.— “La autonomía de los bancos centrales”, no es un tema que sólo ronda las reuniones que por estos días afloran en la cumbre del Banco Internacional de Pagos (BIS en inglés), sino también en los debates políticos y económicos de varios países sudamericanos, como en el caso de Venezuela y Argentina, donde sendas crisis, una devaluatoria y otra fomentada bajo el argumento de “paga de deuda”, pusieron sobre la mesa el rol de las respectivas entidades monetarias.
Dos crisis, muy distintas, que en algún lugar de sus historias recientes se tocan, como son la de Venezuela y de Argentina, que pasan sin falta por sus bancos centrales y su autonomía.
En Venezuela hace ya tiempo, desde 2001, en que el banco central (BCV) fue perdiendo su autonomía y su independencia para decidir la política monetaria. Fue cuando el gobierno impulsó una reforma para modificar el método de medición de “las utilidades cambiaras”.
“La utilidades que arrojaban la compra de dólares de las reservas y vendidas a otros, eran derivadas al tesoro, algo que estaba peleado con la carta orgánica”, explica el economista José Guerra, ex director de la entidad.
Aquella reforma, para captar utilidades del central, había sido el primer avance del Ejecutivo sobre la entidad monetaria. Después, en 2005, otra ley permitió que el presidente Hugo Chávez anunciara, con bombos y platillos, el Fonden (Fondo de Desarrollo Nacional), por el que el Central comenzó a derivar reservas hacia el tesoro que a su vez fue financiando el gasto social.
Cualquier semejanza con el Fondo del Bicentenario, con el que Cristina Kirchner apeló a las reservas y puso en jaque la autonomía del central no es coincidencia. El “gobierno busca financiar el gasto social de aquí a las elecciones de 2011”, dice la diputada argentina Alcira Argumedo.
Pero en Venezuela desde el anuncio del Fonden hasta diciembre de 2009, el central aportó a la estructura del Ejecutivo, 40 mil millones de dólares. Por lo que Guerra no duda en calificar a la entidad monetaria como “la caja chica del gobierno”. “La caja” (grande) fue y sigue siendo PDVSA, al menos mientras el petróleo se mantenga a los actuales precios internacionales.
Desde entonces, el mercado de cambios funcionaba con un dólar oficial y otro paralelo. Ninguna advertencia sobre el aumento de la inflación y los riesgos de devaluación fueron escuchadas, porque “todo se financiaba con el petróleo y con reservas”, explica el economista Juan Carlos Azcoita. Pero ahora donde había dos tipos de cambio (oficial y paralelo), ahora hay cuatro (oficial y paralelo que cotiza en la calle a 5.9 bolívares fuertes, el que rige para el pago de la deuda privada interna y otro para emisiones de bonos). En síntesis, la traducción de la política cambiaria fue lo que Chávez hizo hace dos años con el uso horario: atrasarlo media hora (y no una como todo mundo).
Tanto para Azcoita como para Guerra, el central “está actualmente en quiebra contable”, por la transferencia indiscriminada de fondos y por las sucesivas reformas, la última fue en noviembre último, la que terminó de “recortar todo margen de maniobra y ahondó en esta política pro devaluatoria”, en una economía que depende con fuerza de las importaciones, equivalentes a 29% del PIB.
La inflación en Venezuela fue de 28% en 2009 y según el ministro de Hacienda Alí Rodríguez, este año rondaría 30. “Si no se adelanta el colapso”, dice Guerra.
Un caso aparte: Brasil
Existen países en la región, como el caso de Brasil, en los que la autonomía de la entidad monetaria, no está escrita en ningún lado, pero a nadie se le ocurrió no respetarla. De hecho Luiz Inacio Lula da Silva, hizo siempre oídos sordos cuando sus compañeros del Partido de los Trabajadores (PT) y hasta algunos empresarios le reclamaban la renuncia de Enrique Meirelles, “un neoliberal ex CEO en la banca privada”, presidente del banco central, porque se negaba a bajar la tasa de Interés, que llegó a rondar 16%.
“La continuidad de las gestiones en los Bancos centrales es algo que genera confianza en los mercados y estabilidad monetaria”, recuerda Pablo Guidotti, decano de la Universidad Torcuato Di Tella, como ocurrió en Brasil.
En Argentina, en cambio, se transitó el camino contrario. Martín Redrado, era hasta algunas semanas “uno de los mejores funcionarios del gobierno”, pero desde que se le exigió la renuncia, hace 10 días, pasó a ser “un golpista”, según palabras del matrimonio gobernante, aunque la política cambiaria (interviniendo en el mercado a diario con montos de entre 40 a 70 millones de dólares para mantener la paridad), aún se sostiene.
Con una inflación en 19% (26 según entidades privadas), sin fuentes externas de financiamiento (agotada la de Chávez con tasas de 15%) y con la vorágine para “juntar caja”, con la que cumplir los compromisos externos, la administración Kirchner buscó en el central 6. 5 mil millones de dólares, para enfrentar sus compromisos externos y su recuperación política a través de “la duplicación de planes sociales”, según lo había admitido el subsecretario de Infraestructura Roberto Feletti. Redrado buscó la oportunidad que venía esperando para tomar distancia del gobierno, y se aferró a la ley. Ahora la puja está en la Justicia, mientras él, la máxima autoridad del Banco ve recortado su poder en las reuniones del directorio, donde la mayoría responde a los Kirchner.
Temor a que no se pueda pagar la deuda no hay en el país, porque si algo no dejarán de hacer los Kirchner es cumplir con el pago porque su meta es regresar al mercado internacional de financiamiento. El temor pasa por la inflación. “El día que se sinceren las cifras y se hagan los relevamientos como se deben, nos daremos cuenta de que este año la subida de precios puede superar hasta 27%”, opina el senador radical Ernesto Sanz.
Por lo pronto, las dos políticas monetarias que no son fruto de una autonomía de sus bancos centrales, son las que acaparan la atención. Una, la venezolana, por haber desatado una carrera inflacionaria, y la otra, la Argentina, por esa suerte de pasión nacional por vivir en crisis, aun cuando no existan motivos contundentes.
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