"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

domingo, 22 de junho de 2008

Falta tudo, até boas intenções!

Espectacular despilfarro de la cooperación internacional

Solamente en el año 2005, los países desarrollados nucleados en la Organización de Cooperación Económica para el Desarrollo (OECD) reportaron más de ¡106.000 millones de dólares! en fondos destinados a asistencia oficial a países pobres y en vías de desarrollo, lo que nos lleva a una simple pregunta: ¿a dónde se va todo ese dinero?

La cifra llamó la atención a más de un lector que la vio mencionada en una serie de notas que acabamos de publicar sobre la liberalización del comercio agrícola, y no es para menos. Si se toma como referencia el Indice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas y se observa que los países con desarrollo humano medio y bajo son casualmente 106 (entre 177), se deduciría que esos 106.000 millones de dólares que las naciones desarrolladas afirman destinar cada año al Tercer Mundo habrían sido suficientes para regalar 1.000 millones de dólares anuales en efectivo a cada nación pobre y muy pobre del planeta. ¡Se acabarían las penurias del mundo!

El Paraguay, por ejemplo, que figura entre los países con desarrollo humano medio, si recibiera cada año 1.000 millones de dólares de arriba podría solucionar rápida y fácilmente todos sus problemas sociales y de infraestructura. En un solo año podría llenar el país de rutas pavimentadas, construir puertos, aeropuertos, ferrocarriles, líneas de transmisión eléctrica. O podría triplicar su presupuesto de educación pública e invertir en investigación y desarrollo. O, incluso, ya que sería una plata extra, se podría dar el lujo de entregarle casi un sueldo mínimo mensual a cada familia pobre del país.

¿Por qué, entonces, semejante volumen de ayuda externa no tiene el impacto que a simple vista debería? Una de dos: o la cifra está groseramente inflada o existe un despilfarro escandaloso del dinero que nuestros amigos contribuyentes del Primer Mundo aportan para darnos una mano. La verdad es que hay mucho de ambas cosas.

Indudablemente hay cuestiones intrínsecamente perversas en la forma misma como está organizada y orientada la cooperación internacional.

En un análisis para el Global Policy Forum titulado “Stingy Samaritans” (“Avaros Samaritanos”), el finlandés Pekka Hirvonen pone algunos puntos sobre las íes. “En muchos casos, la ayuda está primordialmente diseñada para servir intereses económicos y estratégicos de los países donantes o para beneficiar a poderosos grupos domésticos de interés (…) Muy poca asistencia alcanza a los países que más desesperadamente la necesitan y, demasiado a menudo, la ayuda es dilapidada en costosos bienes y servicios de los mismos países donantes”, señala.

Este último aspecto nos parece especialmente relevante. Una crítica que se suele escuchar es que los gobiernos y organismos internacionales gastan una fracción desproporcionada de sus fondos de asistencia en pagos de altas remuneraciones a consultores externos o en la compra de productos o contratación de empresas de sus mismos países.

“Muchas naciones ricas atan su asistencia a adquisiciones de bienes y servicios del país donante. Los países pobres obtienen ayuda, pero solamente bajo la condición de que la gasten de una manera que beneficie los negocios de la nación aportante. En efecto, la ayuda atada constituye una forma de subsidio gubernamental, porque el dinero de los contribuyentes se utiliza para comprar bienes y servicios de compañías domésticas y los receptores de la ayuda solo obtienen el producto”, dice Hirvonen.

Agrega que esta situación hace particularmente ineficiente la ayuda externa, porque, en vez de crear nuevos negocios y empleos en los países receptores, la mayor parte de los beneficios quedan en los países de origen.

Esto suele implicar un importante sobrecosto, porque frecuentemente hay proveedores locales o del mercado mundial que pueden suministrar los mismos bienes y servicios a menores precios.

Hirvonen también menciona algunas trampitas que se hacen para inflar las estadísticas y hacer aparecer a varios países donantes más generosos de lo que en realidad son.

Como ejemplos cita la inclusión de las medidas que se adoptan para el alivio de la deuda y aquellas relacionadas con costos vinculados con inmigrantes y refugiados, pese a que en estos casos el dinero nunca de hecho sale del país en cuestión.

Sumémosle corrupción e ineficiencia. Ahora mismo el presupuesto paraguayo contempla donaciones extranjeras por 180 millones de dólares, que se utilizarán vaya uno a saber cómo.

MUCHO DINERO, POCOS RESULTADOS

De acuerdo con la base de datos de la OECD, los 22 países “donantes” de esa organización destinaron en promedio en 2005 (último dato disponible) el 0,33 por ciento de su Ingreso Nacional Bruto (ING) a proyectos de cooperación con el Tercer Mundo, lo que implica un monto neto de 106.479 millones de dólares (más de 310.000 millones entre 2002 y 2005).

El principal aportante en términos absolutos es, por buen margen, Estados Unidos, con 27.457 millones de dólares, seguido bastante más atrás por Japón, Reino Unido, Francia y Alemania. Sin embargo, en términos relativos, como porcentaje del ING, Estados Unidos está último y encabezan la lista países como Noruega y Suecia.

Hay una incumplida resolución de la ONU de 1970 que pone como parámetro para los países ricos el 0,7% del ING.

http://www.abc.com.py/articulos.php?pid=426340&fec=2008-06-22&ABCDIGITAL=ba3d3fdcd4d1bcd7054cf3e05eb870e3

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