"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

quinta-feira, 19 de março de 2009

Não falta humor refinado nos meios liberais

Carlos Alberto Montaner
Estados Unidos no cumple con sus propias recetas

En los años ochenta y noventa del siglo XX, cada vez que en cualquier país se desataba una crisis económica, los especialistas del FMI y del Banco Mundial, prometían ayuda masiva a cambio de que las naciones afectadas cumplieran una serie de exigencias, que el autor enumera y analiza.

Carlos Alberto Montaner

En los años ochenta y noventa del siglo pasado, cada vez que en cualquier país del mundo se desataba una crisis económica, los hábiles especialistas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM) acudían a apagar el incendio dotados de una eficaz receta. Inmediatamente, prometían ayuda masiva a cambio de que las naciones afectadas:
• Balancearan el presupuesto (aunque tuvieran que aumentar los impuestos)
• Recortaran los gastos (incluidos los llamados ´´gastos sociales´´, si era necesario)
• Controlaran la inflación
• Estimularan el ahorro
• Pagaran o renegociaran la deuda pública, comprometiéndose a no incrementarla
• Redujeran el déficit comercial
• Abrieran sus mercados a la competencia
• Dejaran flotar sus tasas de interés y sus divisas para que la depreciación de la moneda sirviera de ajuste, aunque todos se empobrecieran con la disminución de los valores de la propiedad y la merma del poder adquisitivo de los salarios o de los ahorros.
Ante esta receta (que años más tarde se perfeccionará en el llamado Consenso de Washington), totalmente acertada desde la perspectiva de la ortodoxia económica, los gobiernos democráticos protestaban: las medidas eran correctas y en un par de años lograban darle la vuelta a la situación, pero la austeridad casi siempre era castigada en las urnas.
El implacable elector, que no quiere oír hablar de reducción de su capacidad de consumo o de su nivel de vida, solía premiar el discurso populista y alejarse de quien le proponía sangre, sudor y lágrimas. (El elector generalmente está de acuerdo en que se reduzcan los subsidios y se aumenten los impuestos, pero sólo si el que realiza esos sacrificios es otra persona y no él mismo.)
La resistencia de los países frente a los economistas del FMI y del BM era inútil. Llenos de buenos argumentos, los expertos de estas entidades, muchos de ellos norteamericanos graduados en magníficas universidades, explicaban que el país en crisis había gastado más de lo que producía durante un tiempo prolongado, financiando esas obligaciones con préstamos, negociando deuda pública, o con emisión inflacionaria de papel moneda, mientras las entidades crediticias habían prestado recursos irresponsablemente, generando distintos tipos de ´´burbujas´´, y muy especialmente la de bienes inmuebles. Es decir, habían alentado una escalada irracional del valor de la propiedad hasta que desaparecieron súbitamente los compradores, los precios cayeron en picado, cundió el pánico, y los bancos, víctimas de los morosos, no podían devolver los depósitos, convirtiéndose en insolventes.
La ironía de todo esto es que hoy, cuando las entidades financieras y el gobierno de Estados Unidos, con el regocijo de la sociedad, han provocado la mayor crisis económica de los últimos setenta años, desatando un verdadero tsunami en todo el planeta, en lugar de acudir a las medidas que propusieron o impusieron decenas de veces por medio del FMI y del BM están haciendo exactamente lo contrario: gastar más, endeudarse más, estimular el consumo, y tratar de lograr algo probablemente imposible: escapar de una larga e irresponsable etapa de orgía económica incurriendo exactamente en los mismos comportamientos que generaron la hecatombe.
Esta hipócrita paradoja, que probablemente agrave los problemas económicos en lugar de aliviarlos, acaba de explicarla uno de los grandes economistas españoles, Alberto Recarte, en un libro recientemente publicado en Madrid por La Esfera de los Libros: El informe Recarte 2009. La economía española y la crisis financiera internacional, obra que deberían leer los latinoamericanos y norteamericanos, dado que dos terceras partes del estudio son observaciones que encajan en la realidad de todos los países de ese hemisferio. El libro, que propone formas para salir de la crisis basadas en la experiencia y el sentido común, difícilmente va a ser tomado en cuenta. Nadie quiere oír hablar de austeridad.

http://www.eldiarioexterior.com/noticia.asp?idarticulo=28460

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