"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

quarta-feira, 5 de dezembro de 2007

É possível para uma potência não interferir em assuntos internos dos outros?

La diplomacia de no interferencia de China
Andreas Ni

Desde su fundación, la República Popular China adhirió a una política exterior de no interferencia en los asuntos internos de otro país –o al menos eso dice-. Pero con el rápido ascenso de China y la integración cada vez más estrecha con el mundo exterior, esta doctrina se ha vuelto cada vez más anacrónica.

En el exterior, el rol de China en lugares como Sudán y Birmania no sólo genera el oprobio internacional, sino que también tiñe su reputación. Al mantener relaciones amigables con regímenes represores y protegerlos de las sanciones internacionales, China corre el riesgo de ser vista como su cómplice. Incluso cuando la voz de China podría ser decisiva a la hora de resolver crisis o impedir un derramamiento de sangre, en lugar de actuar, sus diplomáticos repiten las viejas perogrulladas sobre la no interferencia.

La reciente “revolución azafrán” en Birmania le planteó a China no sólo un desafío, sino también la oportunidad de ejercer su influencia. Sin embargo, reprobó la prueba de habilidad política una vez más al sentarse de brazos cruzados y simplemente exigir atemperación. Gracias a la connivencia de China, el sufrimiento del pueblo de Birmania continúa.

La mezcla de inacción de China con una actitud mercantilista hacia sus socios comerciales del Tercer Mundo da fe de la hipocresía de su política exterior. Ya que, en lo que tiene que ver con el acceso a los recursos naturales, China está más que dispuesta a ignorar su doctrina de no interferencia.

Esto no ha pasado inadvertido, ya que una ola de movimientos anti-China se esparce por Africa. En Zambia, la indiferencia de las empresas mineras chinas ante la muerte de sus empleados africanos provocó importantes protestas contra la presencia china. Aunque China finalmente pacificó la situación amenazando con retirar la inversión, esto no implicó dar marcha atrás en la promesa de no interferir en los asuntos internos de otros países.

Por supuesto, la interferencia en los asuntos internos de otro país no es algo malo en sí mismo. Cuando está destinada a promover el crecimiento y los derechos humanos, la interferencia debería valorarse, más allá del régimen que la implementa. La gran influencia de China sobre un puñado de dictaduras amigas sigue siendo la mejor esperanza de suavizar su mal gobierno. Ahora bien, ¿se puede persuadir a China de utilizar su influencia de manera constructiva, en lugar de mantener su pretensión de neutralidad cuando su asistencia es tan necesaria?

Hasta el momento, los líderes de China no han visto los méritos de abandonar la no interferencia. Sus razones también parecen tener un costado pragmático: no quieren que Norcorea colapse por ser demasiado duros; temen perder influencia desde Birmania y la India hasta Estados Unidos; nadie está haciendo demasiado sobre Darfur, de modo que poner en peligro el suministro de petróleo sudanés por presionar al régimen en Jartum no parece tener sentido. Pero el pragmatismo tiene sus límites, especialmente cuando permite que se propaguen las situaciones peligrosas.

Por cierto, el consentimiento de China con los dictadores en su búsqueda de recursos contradice su interés de larga data de ser reconocida como una potencia benigna y legítima, merecedora del respeto internacional que tan ardientemente desea. Si China hubiera ejercido presión sobre la junta birmana para frenar la masacre de su propio pueblo, se habría ganado un crédito moral sustancial en todo el mundo. Es más, las sospechas de los vecinos de China alimentadas por su ascenso podrían estar parcialmente apaciguadas por este tipo de esfuerzos por mejorar la estabilidad regional.

China hoy enfrenta un dilema. ¿Sus intereses parroquiales deberían dar lugar a responsabilidades más cosmopolitas? La manera en que responda a este interrogante determinará ampliamente cómo la vea el mundo en las próximas décadas. Si China no quiere ser vista como cómplice en los crímenes de sus regímenes clientes, entonces es hora de que modifique su concepto de interferencia diplomática.

Si China mantiene su política de no interferencia, cada vez resultará más difícil enmascarar la malevolencia de esa doctrina detrás de la fachada de “ofensiva encantadora” del país. China todavía tiene un largo camino por recorrer antes de que se la perciba como un participante responsable en el mundo. Reformar la doctrina de no interferencia es un paso necesario en esa dirección.

Andreas Ni es un escritor que vive en Shanghai.

http://www.project-syndicate.org/print_commentary/ni1/Spanish

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