Cómo lidera Obama
by Joseph S. Nye
CAMBRIDGE – Hace dos años, Barack Obama era un senador en su primer mandato proveniente de un estado del medio oeste de Estados Unidos que había manifestado su interés en postularse para la presidencia. Mucha gente se mostraba escéptica de que un afro-norteamericano con un nombre extraño y escasa experiencia nacional pudiera ganar. Pero a medida que se desarrolló su campaña, demostró que tenía los poderes -tanto blando como duro- para gobernar.
El poder blando es la capacidad de atraer a los demás y las tres cualidades esenciales del poder blando son la inteligencia emocional, la visión y las comunicaciones. Por otra parte, un líder exitoso necesita cualidades del poder duro, como una capacidad política organizativa y maquiavélica. Igualmente importante es la inteligencia contextual que le permite a un líder variar la mezcla de estas habilidades en diferentes situaciones para producir las combinaciones exitosas que yo llamo "poder inteligente".
Durante su campaña, Obama demostró estas habilidades en su respuesta calma a las crisis, su visión futura y su soberbia capacidad organizativa. Además, su inteligencia contextual sobre la política mundial se forjó desde abajo con su experiencia en Indonesia y Kenia, al igual que su entendimiento de la política norteamericana, como organizador comunitario en Chicago.
Obama siguió demostrando estas habilidades de liderazgo en su casi perfecta transición. Al elegir a su principal rival, Hillary Clinton, como su secretaria de Estado, y atravesar las líneas partidarias para retener a Robert Gates como secretario de Defensa, demostró su disposición abierta a contar con subordinados fuertes. En su discurso de asunción, apeló a temas del poder inteligente -una voluntad de "tender una mano abierta a quienes aflojen sus puños"-, pero también destacó temas de responsabilidad en un momento en que los norteamericanos confrontan problemas económicos serios.
Es más, Obama inició su mandato de manera decisiva. En sus primeras semanas en el cargo, empezó a cumplir sus promesas de campaña diseñando un plan de estímulo económico masivo, ordenando el cierre de la prisión de la bahía de Guantánamo, concediéndole una entrevista a la cadena Al Arabiya y enviado a un emisario importante a Oriente Medio.
George W. Bush alguna vez dijo que su papel como líder era el de ser "el decididor". Pero aún si Bush hubiera sido mejor como "decididor", la gente quiere algo más de un líder. Queremos a alguien que refuerce nuestra identidad y nos diga quiénes somos. Juzgamos a los líderes no sólo por la efectividad de sus acciones, sino también por los significados que ellas crean y enseñan.
La mayoría de los líderes se alimentan de la identidad existente y la solidaridad de sus grupos. Pero algunos líderes ven obligaciones morales más allá de su grupo inmediato y educan a sus seguidores. Nelson Mandela fácilmente podría haber optado por definir su grupo como sudafricanos negros e intentar vengarse por las injusticias del Apartheid y su propio encarcelamiento. En cambio, trabajó incansablemente para expandir la identidad de sus seguidores mediante las palabras y también las acciones.
Cuando Obama se enfrentó a una crisis de campaña por las observaciones raciales incendiarias de su ex pastor, no se distanció del problema, sino que hizo uso del episodio para pronunciar un discurso que sirvió para ampliar el entendimiento y las identidades de norteamericanos blancos y negros por igual.
La crisis del 11 de septiembre de 2001 generó una oportunidad para que Bush expresara una nueva visión denodada de la política exterior. Pero no logró producir un panorama sustentable del papel de liderazgo de Estados Unidos en el mundo. Una visión exitosa es aquella que combina inspiración con viabilidad. Bush nunca entendió esa combinación.
Obama necesitará utilizar tanto su inteligencia emocional como contextual si ha de restablecer el liderazgo norteamericano. La inteligencia contextual es la capacidad diagnóstica intuitiva que ayuda a un líder a alinear las tácticas con los objetivos para producir estrategias inteligentes en situaciones diferentes. Hace una década, la sabiduría convencional era que el mundo era una hegemonía norteamericana unipolar. Los expertos neoconservadores llegaron a la conclusión de que Estados Unidos era tan poderoso que podía hacer lo que quería, y que los demás no tenían otra alternativa que seguirlo.
Este nuevo unilateralismo se basaba en un entendimiento profundamente erróneo de la naturaleza del poder -es decir, la capacidad de afectar a otros para obtener los resultados que uno quiere- en la política mundial. Estados Unidos puede ser la única superpotencia, pero preponderancia no es imperio. Estados Unidos puede influenciar pero no controlar a otras partes del mundo. Que ciertos recursos produzcan poder depende del contexto.
Para entender el poder y sus contextos en el mundo hoy, a veces sugerí la metáfora de un juego de ajedrez tridimensional. En el tablero superior del poder militar entre países, Estados Unidos es la única superpotencia. En el tablero intermedio de las relaciones económicas entre países, el mundo ya es multipolar. Estados Unidos no puede obtener los resultados que quiere en comercio, antimonopolio y otras áreas sin la cooperación de la Unión Europea, China, Japón y otros. En el tablero inferior de las relaciones transnacionales fuera del control de los gobiernos -pandemias, cambio climático, control del narcotráfico o terrorismo transnacional, por ejemplo-, el poder está distribuido de manera caótica. Nadie ejerce el control.
Este es el mundo complejo en el que Obama se pone el manto del liderazgo. Hereda una crisis económica global, dos guerras en las que hay desplegadas tropas estadounidenses y aliadas, crisis en Oriente Medio y el sur de Asia y una lucha contra el terrorismo. Tendrá que lidiar con este legado y al mismo tiempo trazar un nuevo curso. Tendrá que tomar decisiones difíciles y a la vez crear una mayor sensación de sentido donde Estados Unidos vuelva a exportar esperanza y no miedo. Esa será la prueba de su liderazgo.
Joseph S. Nye es profesor en Harvard y autor de The Powers to Lead.
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