La agenda faltante de Barack Obama sobre la libertadby Naomi Wolf
En su segundo día en el cargo, el Presidente Barack Obama hizo un gesto muy importante para restaurar la constitución y el Estado de derecho al firmar dos órdenes ejecutivas: una cerró la prisión de la Bahía de Guantánamo y la otra puso a Estados Unidos de nuevo en compañía de las naciones civilizadas con el cierre de los llamados “sitios negros” que facilitaban la tortura sancionada por el Estado.
Es un buen comienzo y hay que dar crédito tanto a Obama como a los millones de estadounidenses que alzaron sus voces y corrieron riesgos para luchar contra la creciente tiranía. Pero no es suficiente. Hay un discurso que todavía no hemos escuchado, en el que se detallarían cinco tareas que, con el fin de reparar el daño que la administración anterior causó a la libertad, debe emprender con la misma celeridad con la que se ocupó de las dos primeras órdenes ejecutivas. La sustancia del discurso debería ser algo así:
“Compatriotas estadounidenses, los Fundadores tuvieron la sabiduría para garantizar nuestras libertades de muchas maneras. No podían garantizar nuestras almas. Eso depende de nosotros y de la forma en que actuemos.
En todas las religiones principales se plantea una versión de la siguiente pregunta: ¿de qué nos sirve ganar riqueza y poder si perdemos nuestros valores morales? En los últimos ocho años participamos en actos que pusieron en peligro el alma misma de nuestra nación. El mayor delito que cometimos o toleramos fue el ataque despiadado a nuestra apreciada constitución.
Sin nuestra constitución, Estados Unidos es sólo otra gran potencia construida con riqueza y poder y no con valores y convicciones; por eso estamos en riesgo de un colapso cuando nuestra riqueza y nuestras armas fallan. La constitución es nuestra verdadera riqueza y la verdadera garantía de la resistencia de nuestra nación.
Tras cerrar Bahía de Guantánamo y prohibir la tortura, debemos revocar la Ley Patriótica y restablecer de ese modo los controles constitucionales contra la vigilancia y las escuchas sin orden judicial.
En segundo lugar, aunque hemos cerrado las cárceles, debemos buscar el perdón de nuestras naciones amigas por los horrores que hemos cometido o con los que nos hemos coludido al participar en la tortura permitida por el Estado y el “traslado extraordinario” de detenidos a países donde se practica la tortura. Nombraré una comisión que establezca un proceso de verdad y reconciliación para mostrar ante nuestras conciencias y el mundo el recuento de estos horrores.
En tercer lugar, debemos contar con un fiscal especial que enjuicie a los culpables. Muchos miembros del ejército y de los servicios de inteligencia temen ahora que se les imputen responsabilidades por acciones que ejecutaron por órdenes de sus superiores. Pero el procedimiento adecuado es el que se siguió en Nuremberg, La Haya, Sierra Leona y después del conflicto en Bosnia: enjuiciar a quienes diseñaron, aprobaron e implementaron la política de tortura y traslado, por alto que sea su grado –incluyendo a los abogados que justificaron las perversiones jurídicas que condujeron a la tortura y el asesinato—y no a los que se encuentran abajo en la línea de mando.
En cuarto lugar, prohibamos de nuevo la presencia del ejército en nuestras calles, como lo quisieron los Fundadores. El 7 de octubre de 2008, más de 3,000 efectivos estadounidenses fueron enviados de Iraq a Estados Unidos en infracción de la Ley Posse Comitatus , que nos ha protegido durante un siglo de que el ejército realice actividades correspondientes a la policía, y de la Ley contra las Insurrecciones, que nos protegió un siglo antes. Actualmente hay 20,000 soldados –que no rinden cuentas al pueblo, sino únicamente al ejecutivo—en nuestras calles.
El peligro de esa situación es la razón por la que los Fundadores adoptaron la Segunda Enmienda, cuyo objetivo es restringir las actividades de policía interna a la milicia –la Guardia Nacional y la policía civil—que rinden cuentas al pueblo. Estados Unidos no es ni un campo de batalla ni un Estado policiaco, por lo que debemos enviar a nuestros soldados al frente real o de regreso a sus casas con sus familias.
Por último, debemos asegurarnos de que esta oscuridad nunca vuelva. La mitad de los niños estadounidenses crecen sin educación cívica. En la mitad de los estados ya no se enseña civismo –el estudio de nuestra República y su funcionamiento—en la escuela secundaria. Así, la mitad de los estudiantes que llegan a la universidad no saben lo que es nuestra democracia, y ya no se diga cómo defenderla cuando se ve amenazada. Hago un llamado a todos los estados del país a que vuelvan a incluir el estudio del civismo estadounidense para que produzcamos ciudadanos que comprendan nuestro legado y puedan defender la libertad y la constitución cuando estén en riesgo.
Únanse a mí para cumplir estas cinco tareas y podremos mirarnos al espejo una vez más y reconocernos como estadounidenses verdaderos”.
Naomi Wolf es activista y crítica política y social, cuyo libro más reciente es Give Me Liberty: A Handbook for American Revolutionaries.
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