Poder blando y garrotes duros
by Chris Patten
LONDRES – Todos recordamos una frase de la primera campaña presidencial de un Clinton.
Cuando Bill Clinton se postuló a la presidencia a principios de los noventa, un miembro de su equipo explicó cuál era el tema central de la elección. “Es la economía, tonto”, dijo. La economía lo explica todo –el empleo, los precios, el ahorro, la vivienda. Determina el estado de ánimo público y fija la agenda política.
Un curioso anuncio que pueden haber visto recientemente en alguna revista refuerza este punto. Es de valijas caras. Mijail Gorbachev está en el asiento trasero de una limusina. Va pasando por el Muro de Berlín. En el asiento, junto a él, hay un portafolio de cuero de la marca de lujo. ¿El mensaje? ¿A quién le importa el Muro? Olvídense de la política; lo que importa es el dinero.
Tal vez las cosas realmente sean así en la actualidad. Hoy el mundo se enfrenta a las consecuencias de la adicción estadounidense a los préstamos y a la avaricia y torpeza de muchos bancos globales. Los conductores se quejan de lo que cuesta llenar el tanque de sus autos. Las amas de casa de los países pobres –y también de los que no lo son—se desesperan por el costo creciente de alimentar a sus familias. En Asia, África, el Medio Oriente y América Latina, sus hijos y sus maridos se rebelan por los precios de los alimentos.
Así pues, la economía es el gran tema. Pero hay otros dos que reclaman nuestra atención. Nos dicen mucho sobre la política mundial en un nuevo siglo. Después de todo, no sólo la economía importa.
En primer lugar está el Tibet, donde aparentemente la economía local ha crecido con rapidez. Eso no parece haber satisfecho a los tibetanos. El año pasado fueron los monjes budistas de Birmania quienes recibieron disparos y garrotazos. Este año son los monjes del Tíbet.
La historia es complicada, pero a mí no me causa problemas aceptar que el Tíbet es parte de China. Muchos disidentes chinos piensan lo mismo y también parece ser la opinión del Dalai Lama. Pero, ¿puede sostenerse esa posición únicamente mediante la violencia del Estado? El Dalai Lama no es un terrorista tortuoso. China no se ayuda al permanecer atrapada en la era maoísta de los sesenta cuando se discute este tema.
Los chinos han sido tan inteligentes en tantas otras esferas. Diseñaron la fórmula “un país, dos sistemas” para Hong Kong. ¿Realmente va más allá de la capacidad de su sistema político encontrar una fórmula para el Tíbet que reconozca su autonomía religiosa y cultural dentro del Estado chino?
Espero que esta cuestión no eche a perder los esfuerzos de China para utilizar las Olimpiadas como una oportunidad de mostrar al mundo que su país se está convirtiendo de nuevo en uno de los líderes mundiales. No tendría ningún sentido boicotear los juegos. Un boicot solamente provocaría hostilidad nacionalista en China. Pero quienes asistan a los juegos no deberán tener limitaciones para expresar sus puntos de vista –si es que los tienen—sobre los derechos humanos, de manera cortés pero firme.
Lo que ha sucedido económicamente en China en los últimos 25 años es trascendental. China se ha convertido en el taller del mundo. Su éxito no es una amenaza para los demás. Es una buena noticia para todos. Trascendental, ciertamente –pero China no es todavía una superpotencia. La marca de la autoridad calmada y confiada en sí misma de una superpotencia no es golpear monjes budistas y atacar a su líder espiritual.
El otro gran tema de la política global son las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Se trata del poder blando estadounidense sobrecargado. Queda por resolver la cerrada contienda entre los dos demócratas, Barack Obama y Hillary Clinton. John McCain, un auténtico y duro héroe de guerra, está esperando para retar al vencedor.
Si bien el enfrentamiento entre Obama y Clinton ha producido algunos sentimientos proteccionistas lamentables, ha acaparado la atención mundial. Obama mismo representa dos cualidades que entusiasman a muchas personas, no sólo a los jóvenes.
El éxito de Obama demuestra que Estados Unidos sigue siendo el país de las oportunidades. Si ganara las elecciones, imaginemos el impacto que tendría en el mundo el primer discurso que pronunciara desde el podio de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Estaría ahí como presidente del país más globalizado del mundo; en cierto sentido sería el presidente de todos.
En segundo lugar, su participación es positiva para la política democrática. Como otro hijo de Illinois, Adlai Stevenson, él cree que el hombre y la mujer promedio son muy superiores al promedio. Ante la vergüenza que significó la opinión de su pastor sobre la raza y Estados Unidos, Obama no acudió a los expertos en imagen para decidir cómo afrontar el problema. En cambio, pronunció un discurso sensato, elocuente y conmovedor sobre la raza. Abordó el problema de frente y con inteligencia. Ante un problema incómodo respondió con la razón. Suceda lo que suceda en la campaña presidencial, ese discurso fue un momento especial.
¿Por qué, entonces, es tan importante todo esto –el Tíbet por un lado y el poder blando de Estados Unidos por el otro? Es sencillo. En el siglo que nos espera no habrá una lucha entre China y Estados Unidos por el liderazgo global. No se trata de un combate de gladiadores en el que esté en juego el equilibrio del poder. Sin embargo, sí habrá una lucha de ideas. ¿Acaso el mundo desea y necesita el leninismo con centros comerciales? ¿Deben los gobiernos encerrar a los disidentes para generar prosperidad? ¿O quiere el mundo un tipo de libertad que abarque tanto a la política como a la economía?
Me parece que la elección es clara.
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