Marian L. Tupy
África: ¿funciona la ayuda externa?
27 de junio de 2009
El libro de Dambisa Moyo, Dead Aid (Ayuda muerta, en español) ha vuelto a encender la polémica acerca de los efectos de la ayuda externa en África. Su contribución es bienvenida, porque a pesar de que existe poca evidencia a favor de aumentar la ayuda externa, Occidente parece determinado a superar sus extravagantes promesas hacia dicho continente.
La creciente popularidad de Moyo ha forzado a que Jeffrey Sachs se una al debate. Lanzó ataques personales contra Moyo y su crítico William Easterly. Ambos respondieron señalando problemas asociados con la ayuda externa. Pero un argumento requiere de mayor discusión: el debate de la ayuda externa tiene un tinte racista.
Este año marca el 20 aniversario del fin del comunismo. Como señala Oleh Haverylyshyn, antiguo funcionario del FMI, la transición de los países europeos y bálticos del comunismo al capitalismo ha sido en gran parte exitosa. Los países que realizaron reformas más profundas a un paso más acelerado “solían experimentar tasas de crecimiento más altas e inflación más baja”.
Los países bálticos, reformadores más entusiastas, se beneficiaron de su libertad económica. Entre 1995 y 2007, los ingresos en Latvia, Estonia y Lituania aumentaron 167%, 146% y 125%. Además, la longevidad, la calidad ambiental y la matrícula escolar subieron, mientras la mortalidad infantil cayó. Los problemas económicos actuales en Europa central quitan algo de brillo a esos logros, pero no los eliminan.
Un consenso político a favor de la liberalización económica emergió tras la caída del Muro de Berlín. Uno de los promotores del cambio rápido en lugar de gradual era Jeffrey Sachs. No existe tal consenso en África.
Luego del colapso del comunismo, casi todos asumieron que la clave para la prosperidad en Europea central dependía de reformas económicas, no de ayuda externa. Entendían que la gente de la región tendría que responder a los incentivos del mercado, y producir productos y servicios rentables. La inhabilidad de competir con Occidente no se les cruzó por la mente.
Esta actitud falta cuando se trata de África. La globalización es vista como amenaza, no como oportunidad. Políticos locales se quejan de la competencia de China y Bangladesh. ONG advierten contra la liberalización pues los africanos serían explotados. Músicos y estrellas de cine claman por más ayuda externa, no reformas, como una solución a la pobreza.
¿El resultado? Los ingresos africanos aumentaron apenas 26% entre 1995 y 2007. Nueve de 48 países del África subsahariana eran más pobres en 2007 que en 1960. África no logró crecer a pesar, o quizá debido a, la ayuda externa que había recibido. En lugar de reformar sus economías e incentivar el crecimiento del sector privado y mejorar la recaudación de impuestos, los gobiernos dependieron de la ayuda para sobrevivir.
Parece haber falta de confianza en los africanos para que reaccionen a los incentivos de mercado y se beneficien de la globalización. Se cree que deberían ser protegidos en vez de ser expuestos al mercado. Pero, ¿qué dice eso acerca de la presunción implícita respecto a la habilidad de los africanos de triunfar de igual manera que lo han logrado los ciudadanos de Europa central?
Mientras el mundo debate si África debería implementar reformas de mercado, otras regiones avanzan. El concepto de la “pobreza global” está perdiendo su significado. Pronto, la pobreza será sólo un “problema africano”. Para prevenirlo, los africanos no deben ser tratados como desesperanzados receptores de caridad sino como personas iguales a todos los demás.
Analista del Cato Institute
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