Skidelsky Afirma que a crise atual é o momento do esgotamento da teoria dos novos clássicos como a crise de 1929 foi para os neoclássicos. E entende que a economia alterna ciclos de intervenção e retirada do Estado da economia. Deve-se ficar atento, porque quando ele usa o termo liberal o faz no sentido americano, os liberais são os defensores do ativismo do Estado.
Adiós a la revolución neo-clásica
by Robert Skidelsky
LONDRES – La bancarrota amenazadora de Lehman Brothers y la venta forzada de Merrill Lynch, dos de los nombres más importantes en el mundo de las finanzas, marcan el fin de una era. Pero, ¿qué vendrá a continuación?
Los ciclos de las modas económicas son tan antiguos como los ciclos comerciales y normalmente son causados por profundos disturbios comerciales. Tras los ciclos “liberales” vienen los ciclos “conservadores”, que dan lugar a nuevos ciclos liberales, y así sucesivamente.
Los ciclos liberales se caracterizan por una intervención gubernamental y los ciclos conservadores, por un repliegue gubernamental. Un ciclo liberal prolongado se extendió desde los años 1930 hasta los años 1970, seguido por un ciclo conservador de desregulación económica, que ahora parece haber seguido su curso. Con la nacionalización de dos bancos hipotecarios gigantescos de Estados Unidos, Fannie Mae y Freddie Mac, tras la nacionalización a principios de este año del británico Northern Rock, los gobiernos empezaron a intervenir para impedir colapsos en el mercado. Los días temerarios de economía conservadora terminaron –por ahora.
Cada ciclo de regulación y desregulación es provocado por crisis económicas. El último ciclo liberal, asociado con el Nuevo Trato del presidente Franklin Roosevelt y el economista John Maynard Keynes, fue generado por la Gran Depresión, aunque hizo falta el masivo gasto gubernamental de la Segunda Guerra Mundial para que se pusiera en marcha como corresponde. Durante las tres décadas de era keynesiana, los gobiernos en el mundo capitalista manejaron y regularon sus economías para mantener el pleno empleo y moderar las fluctuaciones comerciales.
El nuevo ciclo conservador fue provocado por la inflación de los años 1970, que parecía ser producto de las políticas keynesianas. El gurú económico de esa era, Milton Friedman, sostenía que la búsqueda deliberada del pleno empleo indefectiblemente alimentaría la inflación. Los gobiernos deberían concentrarse en mantener “sólido” el dinero y dejar que la economía se cuide a sí misma. La “nueva economía clásica”, como se la llegó a conocer, enseñó que, a falta de una interferencia gubernamental egregia, las economías gravitarían naturalmente hacia el pleno empleo, una mayor innovación y tasas de crecimiento más elevadas.
La crisis actual del ciclo conservador refleja la acumulación masiva de deuda incobrable que se volvió evidente con la crisis subprime, que comenzó en junio de 2007 y ahora se propagó a todo el mercado de crédito, hundiendo a Lehman Brothers. “Hay que pensar en una pirámide invertida”, escribe el banquero inversor Charles Morris. “Cuantos más reclamos se apilen sobre el resultado real, más tambaleante se vuelve la pirámide”.
Cuando la pirámide empieza a derrumbarse, el gobierno –es decir, los contribuyentes- deben intervenir para refinanciar el sistema bancario, revivir los mercados hipotecarios e impedir el colapso económico. Pero una vez que el gobierno interviene en esta escala, normalmente se queda por mucho tiempo.
Lo que está en cuestión aquí es el dilema sin resolver más antiguo de la economía: ¿las economías de mercado son “naturalmente” estables o necesitan ser estabilizadas mediante políticas? Keynes hacía hincapié en la fragilidad de las expectativas sobre las que se basa la actividad económica en los mercados descentralizados. El futuro es inherentemente incierto y, por lo tanto, la psicología de los inversores es caprichosa.
“La práctica de la calma, la inmovilidad, la certeza y la seguridad de repente se quiebra”, escribió Keynes. “Los nuevos temores y esperanzas, sin preaviso, se harán cargo de la conducta humana”. Esa es una descripción clásica del “comportamiento de rebaño” que George Soros identificó como la característica dominante de los mercados financieros. Es tarea del gobierno estabilizar las expectativas.
La revolución neo-clásica creía que los mercados eran mucho más estables cíclicamente de lo que pensaba Keynes, que los riesgos en todas las transacciones de mercado se pueden conocer con antelación y que los precios, por lo tanto, siempre reflejarán probabilidades objetivas.
Este optimismo de mercado condujo a la desregulación de los mercados financieros en los años 1980 y 1990, y la subsiguiente explosión de la innovación financiera que hizo que resultara “seguro” pedir prestadas sumas de dinero cada vez mayores respaldadas en activos predeciblemente en aumento. La burbuja de crédito que acaba de estallar, alimentada por los llamados vehículos especiales de inversión, derivados, obligaciones de deuda colateralizada y calificaciones triple A falsas, se basó en las ilusiones del modelo matemático.
Los ciclos liberales, pensaba el historiador Arthur Schlesinger, sucumben a la corrupción del poder; los ciclos conservadores, a la corrupción del dinero. Ambos tienen sus beneficios y costos característicos.
Pero si analizamos los antecedentes históricos, el régimen liberal de los años 1950 y 1960 fue más exitoso que el régimen conservador que vino después. Fuera de China y la India, cuyo potencial económico fue generado por la economía de mercado, el crecimiento económico fue más rápido y mucho más estable en la era dorada keynesiana que en la era de Friedman; sus frutos se distribuyeron más equitativamente; y se mantuvo mejor la cohesión social y los hábitos morales. Estos son beneficios serios para compensar cualquier inactividad comercial.
La historia, por supuesto, nunca se repite exactamente. Hoy existen cortacorrientes para impedir una caída en el desastre, al estilo de 1929. Pero cuando el sistema financiero, librado a sus propios dispositivos, se atora, como sucedió ahora, claramente estamos frente a una nueva ronda de regulación. La industria quedará en libertad, pero las finanzas pasarán a estar bajo control.
Los ciclos económicos muestran cuánto dista la economía de ser una ciencia. No podemos pensar en alguna ciencia natural en la que la ortodoxia oscila entre dos polos. Lo que le da a la economía la apariencia de ser una ciencia es que sus proposiciones se pueden expresar matemáticamente abstrayéndose de muchas características decisivas del mundo real.
La economía clásica de los años 1920 se abstrajo del problema del desempleo asumiendo que no existía. La economía keynesiana, a su vez, se abstrajo del problema de la incompetencia y la corrupción oficial suponiendo que los gobiernos son dirigidos por expertos omniscientes y benévolos. La “nueva economía clásica” de hoy se abstrajo del problema de la incertidumbre suponiendo que se la podía reducir a un riesgo mensurable (o protegido).
Dejando de lado a unos pocos genios, los economistas adaptan sus suposiciones para que se adecuen a los estados de situación existentes, y luego les adjudican un aura de verdad permanente. Son mayordomos intelectuales que sirven a los intereses de los que están en el poder y no observadores vigilantes de la realidad cambiante. Sus sistemas hacen que queden atrapados en la ortodoxia.
Cuando, por alguna razón, los acontecimientos coinciden con sus teoremas, la ortodoxia que ellos abrazan goza de su momento de gloria. Cuando los acontecimientos cambian, se vuelve obsoleta. Como escribió Charles Morris: “Los intelectuales son indicadores rezagados confiables, guías casi infalibles hacia lo que solía ser verdad”.
Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica, es profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick, autor de una biografía galardonada del economista John Maynard Keynes y miembro de la junta de la Moscow School of Political Studies.
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