Anatomía de una crisis
by Barry Eichengreen
BERKELEY – Salir de la debacle financiera en la que estamos inmersos actualmente requiere entender cómo caímos en ella en primer lugar. La causa fundamental, según personas como John McCain, fue la codicia y la corrupción en Wall Street. Aunque no soy nadie para negar la existencia de este tipo de motivos básicos, insistiría en que la crisis tiene sus raíces en decisiones políticas clave que se remontan a décadas atrás.
En Estados Unidos, hubo dos decisiones clave. La primera, en los años 1970, desreguló las comisiones que se les pagaban a los agentes de bolsa. La segunda, en los años 1990, eliminó las restricciones de la Ley Glass-Steagall a la combinación de banca comercial y banca de inversión. En los días de las comisiones fijas, los bancos de inversión podían llevar una vida confortable registrando operaciones de bolsa. La desregulación trajo aparejados competencia y menores márgenes. La eliminación de Glass-Steagall entonces les permitió a los bancos comerciales involucrarse en los otros cotos tradicionales de los bancos de inversión.
En respuesta, los bancos de inversión se lanzaron a nuevos negocios como la creación y distribución de complejos instrumentos derivados. Pidieron dinero prestado y lo pusieron a trabajar para sustentar su rentabilidad. Esto dio lugar a las primeras causas de la crisis: el modelo de creación y distribución de securitización y el uso extensivo del apalancamiento.
Es importante observar que estas fueron consecuencias no buscadas de decisiones políticas esencialmente sensatas. En igualdad de condiciones, la desregulación les permitió a los pequeños inversores comercializar acciones de manera más económica, lo que los volvió más ricos. Pero otras cosas no eran iguales. En particular, el hecho de que los bancos de inversión, que fueron lanzados a actividades más riesgosas por estos cambios de políticas, estuvieran completamente fuera de la red regulatoria fue una receta para el desastre.
De la misma manera, eliminar la Ley Glass-Steagall fue esencialmente sensato. Los conglomerados les permiten a las instituciones financieras diversificar sus negocios, y la asociación con bancos comerciales les permite a los bancos de inversión financiar sus operaciones utilizando depósitos relativamente estables en lugar de mercados de dinero volubles. Este modelo ha demostrado su viabilidad en Europa durante siglos y sus ventajas son evidentes en Estados Unidos, incluso ahora con la compra de Merrill Lynch por parte de Bank of America.
Pero la conglomeratización lleva tiempo. En el corto plazo, a Merrill, al igual que a otros bancos de inversión, se le permitió duplicar sus apuestas. Siguió estando enteramente fuera del alcance de los reguladores. Por ser una entidad autónoma, en aquel momento era vulnerable a los vaivenes del mercado. Hacía falta que una crisis lo suficientemente grande como para amenazar a todo el sistema financiero precipitara la inevitable conglomeratización.
El otro elemento en la crisis fue el conjunto de políticas que dio lugar a los desequilibrios globales. La administración Bush recortó los impuestos. La Fed redujo las tasas de interés en respuesta a la recesión de 2001. La innovación financiera, mientras tanto, funcionó para hacer que el crédito fuera aún más barato y más accesible. Esta, por supuesto, es sólo la historia de las hipotecas de alto riesgo con otro disfraz. El resultado fue un mayor gasto estadounidense y la caída de los ahorros moderados de los hogares en terreno negativo.
De igual importancia fue el ascenso de China y la caída de la inversión en Asia tras la crisis financiera de 1997-1998. Con un ahorro por parte de China de prácticamente el 50% de su PBI, todo ese dinero tenía que ir a alguna parte. Gran parte fue a para a los bonos del Tesoro de Estados Unidos y las obligaciones de Fannie Mae y Freddie Mac. Esto hizo aumentar el dólar y redujo el costo de pedir dinero prestado para los hogares estadounidenses, alentándolos a vivir más allá de sus medios. También creó un mercado más vigoroso para los títulos de Freddie y Fannie, alimentando la máquina de crear y distribuir.
Nuevamente, estos no fueron errores derivados directamente de una política equivocada. Sacar a mil millones de chinos de la pobreza es el acontecimiento único más importante de nuestras vidas. El hecho de que la Fed respondiera rápidamente impidió que la recesión de 2001 se agravara. Pero hubo consecuencias no intencionadas. La imposibilidad por parte de los reguladores norteamericanos de ajustar los estándares de capital y préstamo cuando los abundantes influjos de capital se combinaron con las políticas laxas de la Fed encendió un auge crediticio furioso. Que China no actuara más rápidamente para alentar un gasto interno superior, proporcional a sus mayores ingresos, echó combustible al fuego.
Ahora, un sector financiero inflado se ve obligado a achicarse. Algunos resultados, como el matrimonio de Bank of America y Merrill Lynch, son más felices que otros, como la quiebra de Lehman Brothers. Pero, como sea, habrá reducción de tamaño. Los bancos centrales extranjeros están sufriendo pérdidas de capital por sus inversiones precipitadas. Mientras absorben sus pérdidas en el tesoro de Estados Unidos y los valores de agencia, los flujos de capital hacia Estados Unidos disminuirán. El déficit de cuenta corriente de Estados Unidos y el excedente asiático se achicarán. Los hogares norteamericanos tendrán que empezar a ahorrar otra vez.
La única anomalía es que el dólar se fortaleció en las últimas semanas. Ahora que Estados Unidos ya no es visto como un proveedor de activos financieros de alta calidad, uno esperaría que el dólar se hubiera debilitado. La fortaleza del dólar refleja la reacción de reflejo rotuliano de los inversores que se metieron en los bonos del Tesoro de EU como un refugio seguro. Vale la pena recordar que lo mismo sucedió en agosto de 2007, cuando estalló la crisis de las hipotecas de alto riesgo. Pero una vez que los inversores tomaron conciencia de la magnitud de los problemas financieros de Estados Unidos, la prisa para ingresar en bonos del Tesoro cedió y el dólar reanudó su caída. Ahora, mientras los inversores analizan la magnitud de los problemas financieros de Estados Unidos, volveremos a ver cómo el dólar reanuda su caída.
Resaltar la ambición y la corrupción como causas de la crisis lleva a una prognosis sombría. No vamos a cambiar la naturaleza humana. No podemos hacer que los inversores sean menos ambiciosos. Pero un énfasis en las decisiones políticas sugiere una perspectiva más optimista. Las consecuencias no deseadas no siempre pueden impedirse. Los errores de políticas tal vez no siempre sean evitables. Pero por lo menos se pueden corregir. Eso, sin embargo, primero exige analizar más profundamente las causas fundamentales del problema.
Barry Eichengreen es profesor de Economía en la Universidad de California, Berkeley.
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