Chávez es mala palabra
por Danilo Arbilla.
LIMA. ¿Qué es peor, el fujimorismo o el chavismo? Esta fue la pregunta que se habrán comenzado a plantear por lo menos la mitad de los electores peruanos, a partir del lunes 11 de abril, una vez que quedó confirmado que el izquierdista Ollanta Humala y Keiko Fujimori, que se repartieron la otra mitad de los votos, serán quienes disputarán la presidencia del Perú el próximo 5 de junio.
Habrá alianzas, una campaña con propuestas, programas, compromisos, equipos de hombres de gobierno que significarán un aval anticipado de que los candidatos no se desviarán y de que en nada pesarán sus “antecedentes”. Pero habrá otra campaña “en contra del otro”, la que llamaríamos “sucia”, en la que se manejarán los cucos y los fantasmas. Será una pelea entre Hugo Chávez y Alberto Fujimori.
Y en esa pulseada subterránea la que lleva las de perder, aparentemente, es Keiko F. Es que, como se sabe, los amigos se eligen y los parientes, no. Humala puede renunciar a Chávez, y de hecho lo ha ocultado bastante en toda la campaña, pero ella no puede hacer lo mismo con su padre el ex dictador del Perú, preso y condenado a 25 años de cárcel por delitos cometidos en el poder. Ni renunciará a él ni quiere hacerlo y, a partir de ahí, se pueden aventurar muchas cosas sobre lo que ocurriría con Alberto Fujimori si su hija es electa presidenta.
Es una carga pesada para Keiko. Y, por si fuera poco, no es extraño que también le alcance el “toque chavista”. Ya han surgido recuerdos de las muy buenas relaciones, con hechos y alianzas concretas, que siempre mantuvieron Fujimori y Chávez y, por supuesto, Vladimiro Montesinos, quien tuvo en Venezuela su último refugio. Están incluso los que señalan al de Fujimori como el modelo seguido por los titulares de varios de los actuales gobiernos progresistas de América Latina, en materia de violaciones constitucionales, disolución de congresos y poderes judiciales, de ataques y compras de medios de comunicación, de periodistas, columnistas e intelectuales y de llamado a constituyentes y reelecciones.
Mientras tanto, Humala y en particular sus asesores saben que lo primero es estar lo más lejos posible de Chávez. Ese fue su mayor esfuerzo durante la campaña en la primera etapa y lo redoblarán en esta segunda. Se sabe que los asesores brasileños, gente del PT de Lula, desde el principio le prohibieron algunas palabras del discurso como “imperialismo”, “neoliberalismo”, “progresista”, “bolivariano” y otras del estilo, y en su círculo más íntimo incluso dejaron de llamarle “comandante” como era usual. Había que marcar la diferencia aun en los detalles. Dio resultado. No ignoran que la tarea por venir no es fácil, que la otra parte juega sus cartas, que los antecedentes son fuertes, que el mismo Ollanta aunque ha aprendido mucho “a veces se les escapa”, y siempre está la amenaza de Chávez y su incontinencia verbal y existe el riesgo de que aparezca otra vez aquel “Mono con metralleta”, como dijo la prensa limeña, que calificó a Alan García de “ladrón de cuatro esquinas” y le aseguró la presidencia a este y la derrota a Humala.
Quizá el esfuerzo de los asesores ahora no sea tanto por diferenciar a Humala de Chávez, sino por acercarlo a Lula, porque entre los que gustan del progresismo es una verdad revelada que para no parecerse a Chávez hay que parecerse a Lula.
Puede que ello convenza a los peruanos. Mientras tanto, Keiko tratará de hacer lo suyo, sin poder dejar de ser la hija de su padre.
Siempre puede haber sorpresas.
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