ENTREVISTA: LULA: EL CARNAVAL Y NO LA GUERRA Luiz Inácio Lula da Silva Presidente de Brasil
"Hay que cambiar la ONU. Si sigue así, no servirá para el gobierno global"
Un socialismo del sentido común.
JUAN LUIS CEBRIÁN 09/05/2010
Prefiero un carnaval a una guerra". Posa su mano de obrero sobre mi rodilla, en un ademán de complicidad, de camaradería, de evidente franqueza, porque esa es su fuerza y su convicción, la de comportarse como lo que es, como verdaderamente le miran los brasileños, "soy uno de ellos, uno como ellos", viene de donde ellos vienen, habla como ellos hablan, "no soy un extraño en el nido", y hasta que llegó al poder vistió como ellos visten, "aunque trabajé durante veintisiete años bajo un overol nunca me encontré a gusto; con dos meses de corbata no tuve dificultad en acostumbrarme a ella, es una bonita prenda". Me viene a las mientes la reflexión de Sancho Panza antes de ocuparse como regidor de la ínsula, "vístanme como quisieren, que de cualquier manera que vaya vestido seré Sancho Panza", porque la sotana no hace al cura, y Lula es Lula cualquiera que sea su atuendo, "me comunicaron que tenía que ir de frac a la cena de palacio con el rey de España, mandé decirle a Juan Carlos que yo no usaba eso y aquí en Brasil muchos me criticaron, ¡qué falta de elegancia, de capacidad para ejercer la Presidencia!, hasta que el Rey llamó, venga como usted quiera, pues de traje y corbata, porque no quiero ser visto como un extraño en mi pueblo, lo que pasa es que la liturgia del poder está toda preparada para alejarte de aquél, cuando eres candidato vas a cielo descubierto, saludando, pero una vez llegas a presidente te montan en un coche blindado y nunca más ves el rostro de los ciudadanos".
Me pregunto a qué se parecen más las huelgas, si a las guerras o a los carnavales. Luiz Inácio Lula da Silva fraguó su carrera política en las movilizaciones populares, en la agitación callejera y en la lucha a pie de obra en defensa de los derechos de los trabajadores. Casi millón y medio de obreros brasileños fueron a la huelga, capitaneados por él, durante el año 1979, y a partir de esa fecha este correoso dirigente sindical emprendió una carrera política llena de altibajos que le llevaría un cuarto de siglo más tarde a la presidencia de la República. "Es notable que ni yo ni mi vicepresidente, un empresario de éxito, tengamos título universitario", señala con cierto tono de orgullo que irrita a la oposición por la ambigüedad que ese mensaje puede representar en un país en el que la educación es propósito fundamental del Gobierno y empeño necesario para acabar con las desigualdades y la pobreza. Pero lo que él quiere transmitir es que la democracia funciona en Brasil, que no son los méritos profesionales, académicos ni de cualquier otro género, sino la voluntad de los electores la que es decisiva para llegar al poder. Un poder del que Lula se apeará, al menos formalmente, el próximo mes de diciembre después de ocho años de ejercicio en el cargo, y del que sale rodeado de tal popularidad que algunos esperan verle levitar en cualquier momento, como hacía el curilla de García Márquez en Cien años de soledad, sólo que a base de ingerir café brasileño, que él consume a cada rato con avidez, en vez de tazones de chocolate.
"El momento más extraordinario del poder es el periodo entre el día de la victoria y la toma de posesión. Luego uno ve que las cosas no son tan fáciles, estás ante una carrera de obstáculos. Yo tendría motivos de sobra para decir que a mí el poder me ha dado más alegrías que tristezas, porque pocas veces en la historia de Brasil sucedieron cosas tan importantes como durante mi gobierno, pero me iré lamentando lo que no he podido hacer, la reforma del Estado, por ejemplo. No hemos sido capaces de procurarle mayor agilidad; desde que tomamos una decisión hasta que se ejecuta nos topamos con quinientos obstáculos en nombre de la democracia. Está el Congreso Nacional, con sus dos Cámaras, la Administración pública, los sindicatos, la justicia, las cuestiones ambientales, donde las ONG son muy activas... o sea, que pasan dos años y medio o tres antes de que un proyecto cristalice. Hace falta un consenso que nos permita eliminar tantas dificultades y retrasos. No podemos renunciar a la fiscalización, pero tampoco es aceptable utilizarla como una manera de impedir que se hagan las cosas que Brasil necesita".
Su pragmatismo, su campechanía, su sentido común, todo en él recuerda al gobernador de la Barataria. Casi ocho años después de ocupar la primera magistratura de la República, sus maneras personales, su método de trabajo, su aire decidido y socarrón son los del Lula joven que, huyendo de la burocracia sindical, se reunía por las tardes en la taberna regentada por Tía Rosa en San Bernardo del Campo, donde él todavía mantiene el domicilio familiar. Allí, con sus compañeros de lucha, un grupo de amigos antes que un comité organizado, preparaban entre chato y chato las movilizaciones en defensa de un mayor salario para los obreros. Ninguna ideología alimentaba sus acciones, que enseguida estuvieron apoyadas, sin embargo, por los movimientos de base católicos. "El PT no hubiese existido sin la ayuda de millares de curas y comunidades cristianas de Brasil, le debe mucho al trabajo de la Iglesia, a la teología de la liberación, a los sacerdotes progresistas. Todo ello contribuyó a mi formación política, a la construcción del PT y a mi llegada al poder. Mi relación personal con la Iglesia católica ha sido y sigue siendo muy fuerte, pero somos un país laico, tratamos a todas las religiones con respeto". Le interrumpe por un momento su jefe de gabinete, Gilberto Carvalho, "este era seminarista, iba para cura, y lo abandonó para venirse al PT, para construir conmigo", y despacha un par de asuntos a la sombra de un crucifijo gigantesco que preside su mesa de trabajo, mientras yo me barrunto que para algunos peteros de la época la agitación política era también una especie de sacerdocio. La influencia religiosa ("esta es la Iglesia más progresista de América Latina, probablemente del mundo") es evidente también en el tratamiento de las leyes de aborto en Brasil, aunque el presidente busca la equidistancia. El Vaticano "tiene una actitud muy conservadora sobre este punto. En Brasil, el aborto está prohibido, salvo en caso de violación de la madre. Yo, como ciudadano, soy contrario al aborto, y no creo que haya ninguna mujer que se muestre favorable a él porque genera un gran sufrimiento a quien lo practica. Pero como jefe de Estado pienso que se trata de una cuestión de salud pública. Debemos proteger a las chicas que tratan de abortar ellas mismas metiéndose agujas en el útero y cosas así. El Estado tiene la obligación de atender a esas personas".
Para los progres europeos, que adoran a Lula, una declaración de este género puede resultar decepcionante, tanto como la que él mismo ha hecho muchas veces en el sentido de que no se considera de izquierdas. "Mi trayectoria, mi perfil político, mi vida en el sindicato, la creación del PT, me caracterizan, desde luego, como un izquierdista. Pero el propio PT es una novedad en la izquierda mundial. Nació contra todos los dogmas de los partidos marxistas-leninistas, que obedecían fielmente a Rusia o China. Al principio era algo parecido a una hinchada del fútbol; un grupo de obreros que, junto con el movimiento social, la Iglesia católica y algunos intelectuales que habían creído y participado en la lucha armada, decidieron crear un partido político. No teníamos entonces un programa definido y a mí nunca me gustó que me encasillaran, menos aún al asumir la presidencia. Un jefe de Estado no es una persona, es una institución, no tiene voluntad propia todo el santo día, sino que tiene que llevar a cabo los acuerdos que sean posibles. He aprendido eso en el poder y creo que ha sido bueno para Brasil. No puede ser que me guste un presidente porque es de izquierdas y otro no, por ser derechista. Me llevé bien con Aznar y me llevo bien con Zapatero; tengo que relacionarme con Piñera en Chile igual que lo hice con Bachelet. En el ejercicio del poder soy un ciudadano, ¿cómo diría...? multinacional, multiideológico, ¿no?".
Con sus ojos brillantes, inquietos, reclama mi aprobación para ese pragmatismo, y se transforma de pronto en un agitador de la torcida, la hinchada brasileña; se levanta, se sienta, se vuelve a erguir, sonríe primero, luego se estremece, se desternilla, te guiña el ojo, busca la cercanía, el cariño, soy un brasileño más, un ciudadano más de este país que es capaz de contagiar la alegría, de este país con trescientos días de sol al año, de este país inmenso, autosuficiente, pacífico, "del que estamos tratando de eliminar cincuenta o sesenta años de atraso, de desconfianza, años en que nadie quería invertir aquí. Y por eso estamos construyendo un capitalismo moderno, el Estado de bienestar. Cuando entré en el Gobierno, Brasil no tenía crédito, no tenía capital de trabajo, ni financiación, ni distribución de la renta. ¿Qué coño de capitalismo era ese? Un capitalismo sin capital. Resolví entonces que era preciso primero construir el capitalismo para después hacer el socialismo; hay que tener qué distribuir antes de hacerlo. Si el país no tiene nada, no hay nada que distribuir, y los empresarios tienen que saber que hay que pagar salarios un poco mayores para que la gente pueda comprar los productos que fabrican. Esto ya lo decía Henry Ford en 1912".
Estamos en plena campaña electoral y Lula aprovecha para hacer la propaganda de su partido, se le escapan algunas críticas acerbas, probablemente injustas, contra su antecesor, el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso, tiempo atrás compañero suyo en la lucha contra la dictadura y con el que ahora no se muestra en absoluto generoso. Pero el milagro brasileño empezó precisamente con Cardoso, un profesor respetado y un demócrata ejemplar que niveló las cuentas públicas y venció la inflación. Lula hace un balance diferente. "Hoy el Banco de Brasil tiene más crédito que el de todo el país cuando llegué al poder. De modo que cuando yo deje la presidencia habremos creado más de catorce millones de puestos de trabajo en ocho años. Sólo China e India pueden competir con una realidad así". Le interrogo entonces sobre si eso es un triunfo del capitalismo y enseguida se apresura a aclarar que es un triunfo de su Gobierno "porque ha tenido el coraje de enfrentarse a la crisis, en vez de quejarse: haciendo inversiones, desgravando la actividad en sectores clave para la economía, emprendiendo muchas obras públicas. Si Brasil mantiene en los próximos cinco años seriedad en las políticas fiscal y monetaria, en las inversiones y el control de la inflación, lo tiene todo para transformarse en una potencia respetada en el mundo. Si la economía sigue creciendo entre un 4,5% y un 5,5%, en 2016 puede constituir la quinta economía mundial".
No sé si descubro rastros de la herencia portuguesa en esta ensoñación un poco hiperbólica del presidente, que le hace por momentos alejarse de la sesuda prudencia de Sancho para asemejarle más a la locura idealista de su señor don Quijote, porque mientras Lula habla, las encuestas, allá fuera, siguen dando probable vencedor, aunque por escaso margen, a José Serra, candidato del PSDB, el partido de Cardoso. "Gane el que gane, nadie hará ningún disparate; el pueblo quiere seguir caminando y no volver atrás. Pero déjeme decirle que yo no veo la posibilidad de que perdamos las elecciones". Muchos piensan que si así sucediera, no sería por los méritos de Dilma, la candidata del PT, una antigua guerrillera y una política eficaz, pero sin el carisma que unas elecciones presidenciales demandan, sino por el formidable apoyo que le presta el propio Lula, cuya personalidad lo impregna todo de lulismo, "sí, ya sé que mucha gente, para justificarse, dice, a mí no me gusta el PT, me gusta Lula; gente de derechas, claro. Pasa con otros líderes políticos, Felipe González, por ejemplo. Normalmente las figuras públicas estamos menos ideologizadas que los partidos y tenemos la capacidad individual de congregar en torno nuestro gentes que de ninguna manera se sienten cercanas a nuestras formaciones. Pero no creo que haya un 'lulismo' como tal, prefiero saber que vamos a fortalecer la democracia y que los partidos políticos van a saber organizarse y ser fuertes".
En cualquier caso parece descontada la continuidad en la política económica, que Lula salvaguardó desde un principio nombrando a un antiguo militante del partido de Cardoso gobernador del Banco central. La consecuencia de esas políticas ha sido la prosperidad que permite situar al país entre las potencias emergentes agrupadas en torno a lo que ha dado en llamarse los BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Junto a ellos, Lula ha hecho valer su voz afirmando su independencia como un protagonista de la política internacional singular e inclasificable. ¿Está camino su país de convertirse en una superpotencia? ¿Podría hacerlo sin ser poseedor -el único de los BRIC en esta circunstancia- del arma atómica? "La Constitución prohíbe las actividades nucleares salvo para fines pacíficos, están prohibidas, ¿quiere verlo?", me señala acuciante con su mano mutilada el artículo 21, inciso 23, "el presidente no decide en las cuestiones nucleares, es el Congreso, y no tenemos interés en ser una potencia militar si no es del tamaño de nuestra soberanía. Necesitamos unas Fuerzas Armadas adecuadas para garantizar la seguridad del pueblo, mantener una política de defensa respetable. No queremos invadir ningún país, pero tampoco que nos invadan a nosotros...", le interrumpo, entre irónico y risueño, invadir Brasil me parece difícil, presidente, una tarea casi titánica, y él impertérrito, "no se puede menospreciar la locura de algunos seres humanos, es preciso cuidarse". ¿Cuidarse de quién? No creo que sea de Chávez ("un hombre muy inteligente, aunque a veces comete equivocaciones y él lo sabe") ni de Evo ("un retrato de su pueblo, nadie lo representa mejor que él; en el tema del petróleo, yo comprendí que Brasil tenía que pagar mejor a Bolivia, no peleé con Evo, porque él tenía derecho") ni de Colombia, Argentina o Uruguay ("Brasil ha trabajado mucho con ellos para consolidar la democracia en su plenitud. Tenemos que generar una política de confianza. La doctrina utilizada antes por las grandes potencias era considerar a Brasil como enemigo de América Latina, la gran amenaza; nosotros estamos destruyendo esa visión negativa y demostrando en cambio que podemos ser su gran aliado").
El lulismo, si es que existe, hunde sus raíces en el sindicalismo, la lucha como presión y el acuerdo como respuesta. "El llamado mundo desarrollado tiene que comprender que la geopolítica ha cambiado. La democratización de África y el crecimiento de países como China, India y algunos de América del Sur sugiere una nueva dimensión. Yo no quiero la guerra, soy un hombre de diálogo, y en la cuestión nuclear Brasil tiene una política muy definida. Quiero agotar hasta el último minuto las posibilidades de un pacto con el presidente de Irán para que pueda seguir enriqueciendo uranio, teniendo nosotros la tranquilidad de que sólo lo va a utilizar para fines pacíficos. Mi límite son las decisiones de la ONU, a la que, por cierto, pretendo cambiar porque tal y como está representa muy poco. ¿Por qué Brasil no es miembro del Consejo de Seguridad? ¿Por qué no lo es India? ¿Por qué no hay ningún Estado africano? Si la ONU continúa así de débil, sin representatividad, con países con derecho de veto, nunca va a servir correctamente al gobierno global que se necesita".
Felipe González dice que los ex presidentes son como los jarrones chinos. Todo el mundo en casa sabe que se trata de piezas valiosas que merece la pena conservar, aunque no necesariamente aprecian su belleza y la gente no sabe dónde colocarlos: estén donde estén, siempre estorban el paso. A partir del próximo mes de diciembre, Luiz Inácio Lula da Silva, uno de los políticos más carismáticos, admirados y sorprendentes del último medio siglo, engrosará esa colección de grandes porcelanas. Los visitantes de los museos de cera venerarán su imagen, como la de Lincoln, la de Mandela, la de tantos grandes hombres capaces de surgir desde la nada. Lleno de vida, desbordante de ideas, no le imagino retirado en su piso de San Bernardo, compartiendo con sus vecinos las nostalgias de cualquier tiempo pasado. "El mejor servicio que puede prestar un ex presidente de la República es el de estar callado, dejar gobernar a quien gane las elecciones y él permanecer en silencio". Al buen callar llaman Sancho, pero yo no imagino así a Lula cuando hay tanto que denunciar, tanto que demandar, tanto que proponer. Entonces, quizá se limite a estar ausente, o lejano. "Voy a salir del Gobierno habiendo cosechado un montón de políticas exitosas y quiero compartir ese aprendizaje, esa auténtica lección vital, con países más pobres de América Latina y de África. No sé si lo haré a través de una fundación, porque en ningún caso quiero emprender nada que no esté en consonancia con el Gobierno. Sólo quiero transmitir a los demás la experiencia que adquirí, porque los pobres no tienen acceso a los gobernantes, los pobres no van a los cócteles, claro, y eso que no hay político que gane una elección hablando mal de ellos, puede denostar a los banqueros, a los grandes empresarios, pero a los pobres... de ninguna manera, en campaña electoral un pobre es la cosa más extraordinaria del mundo. Eso sí, una vez que el candidato gana la votación termina su mandato sin reunirse con un pobre ni una sola vez, sólo sabe que existen por lo que lee en los periódicos, no hay interacción, no hay vínculo. Yo, las próximas navidades, cuando mi periodo llegue a su fin, quiero invitar de nuevo a los cartoneros de São Paulo, hace ocho años que me reúno con ellos en palacio por esas fechas (también lo he hecho con los sin casa, con los okupas), y hemos comprobado que esa gente no quiere parar de recolectar papel, pero aspira a una existencia más digna, o sea, que organizamos cooperativas, centenares de ellas en todo Brasil, financiadas por el Estado, que permiten trabajar a cientos de miles de personas, capaces de llevar todos los días a su casa algo que comer gracias al resultado de su trabajo".
Cuando todo eso suceda, el palacio presidencial ya habrá sido reconstruido. De momento, Lula se aloja en unas oficinas prestadas del centro cultural del Banco de Brasil mientras los operarios se esfuerzan en recuperar las ajadas estructuras de Planalto, cuya remozada construcción no pudo estar a punto para la celebración del cincuentenario de Brasilia. Pero el próximo 23 de diciembre el presidente se despedirá de sus cartoneros paulistas en los aposentos elegantes y sobrios destinados al primer magistrado de la nación. Quizá lo haga pensando, como Sancho en su partida, que "saliendo yo desnudo como salgo, no es menester otra señal para dar a entender que he gobernado como un ángel". Seguro estoy, al menos, de que el cronista de ese momento venidero podrá de nuevo relatarlo con las mismas palabras de Cervantes: "Abrazáronle todos, y él, llorando, abrazó a todos, y los dejó admirados, así de sus razones como de su determinación tan resoluta y tan discreta". Vale.
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