"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

domingo, 26 de setembro de 2010

¿Es China fuerte o débil?

¿Es China fuerte o débil?

Jeffrey N. Wasserstrom

2010-09-22

IRVINE (CALIFORNIA) – El Gobierno de China ha estado usando un lenguaje fuerte últimamente para afirmar su soberanía sobre trechos disputados de aguas internacionales cercanos a sus costas, lo que ha aumentado las tensiones, en particular entre China y los Estados Unidos, y la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha subrayado que ahora el gobierno de Obama está dispuesto a intervenir para contribuir a velar por una resolución justa de las disputas relativas al mar de la China Meridional. Los portavoces chinos lo denunciaron como una vuelta a la época en que América consideraba que podía –y debía– intentar “contener” a la República Popular.

Una forma de interpretar la retórica elevada de China –y su dura reacción ante las maniobras militares conjuntas de los EE.UU y Corea del Sur– es otro indicio de que los dirigentes chinos han llegado a sentirse sumamente seguros de sí mismos y están deseosos de imponer su influencia a otros países. Sin embargo, la realidad es más compleja. Una mirada más detenida revela que las palabras y las acciones del Presidente Hu Jintao se caracterizan con frecuencia por una mezcla de inseguridad y chulería y que los funcionarios chinos alternan entre conceder importancia al ascenso de su país o quitársela.

Naturalmente, hay momentos en los que los dirigentes de China parecen personas que son conscientes de estar triunfando y quieren que otros lo reconozcan. Antes incluso de las actuales controversias diplomáticas, los dirigentes de China estaban señalando con regocijo a la atención lo mucho más eficaz que había sido su plan de estímulo que el de Obama para contrarrestar los efectos negativos de la crisis financiera.

Y, sin embargo, cuando el mes pasado se supo la noticia de que China había substituido oficialmente al Japón como la segunda economía en tamaño del mundo, en lugar de alardear de haber superado a un ya antiguo rival y tener puestas las miras en el primer puesto, ocupado por los EE.UU, el Gobierno hizo públicas declaraciones en el sentido de que el suyo seguía siendo un país “pobre y en desarrollo”.

La faceta segura de sí misma de la personalidad dividida de sus dirigentes es la que con frecuencia preocupa tanto a los vecinos de China como a los EE.UU. Aun así, es importante recordar que la seguridad del Partido en sí mismo tiene un aspecto positivo. Como ha sostenido el especialista en ciencia política Kevin O’Brien, se puede pensar que la mayor disposición de China a la transacción con algunos manifestantes internos, en lugar de considerar subversivas todas las formas de acción colectiva, refleja una sensación de seguridad cada vez mayor.

A la inversa, se pueden atribuir algunas de las iniciativas más preocupantes de China a sensaciones exageradas de inseguridad. Pensemos en el duro trato dado al insumiso crítico Liu Xiaobao, sentenciado a 11 años de cárcel con acusaciones inventadas de “subversión” por lanzar una campaña de peticiones por la red Internet en pro de las libertades civiles. ¿Se habría mostrado tan asustadiza una minoría gobernante de verdad segura de sí misma ante su activismo?

La faceta de seguridad en sí misma de la personalidad dividida de los dirigentes chinos es fácil de entender. Desde finales del decenio de 1980 hasta 2000, muchos observadores afirmaron que el partido estaba en las últimas, destinado a sucumbir con seguridad a la”extinción leninista” que comenzó con el hundimiento del comunismo en Europa, pero el Partido sigue al mando en la actualidad. Las librerías de los aeropuertos que en tiempos exhibían The Coming Collapse of China (“El próximo desplome de China”) de Gordon G. Chang ahora ofrecen When China Rules the World (“Cuando China gobierne el mundo”) de Martin Jacques.

Entonces, ¿por qué siguen los gobernantes de China recayendo en la duda y el miedo y por qué siguen evitando que se califique a China de superpotencia?

Para empezar, quitar importancia al ascenso de China tiene beneficios prácticos. Contribuye a que se la considere un país “pobre y en desarrollo”, no un gigante económico, porque de las naciones “desarrolladas” se espera que hagan más para luchar contra las amenazas planetarias, como el cambio climático.

Al mismo tiempo, China sigue siendo, en realidad, un país “pobre” en cuanto a la renta por habitante y algunas zonas del país son más similares a secciones de países “en desarrollo” y con dificultades que a las ciudades de China que son atracciones turísticas.

El Partido está en una posición vulnerable... y lo sabe, lo que no es una excusa para la paranoia y la represión, pero simplemente porque el Partido haya durado más de lo que se predecía no deja de tener un talón de Aquiles. Lo más importante es que la irritación por la corrupción y el nepotismo que impulsó las protestas de Tiananmen nunca han desaparecido.

Así, pues, los dirigentes de China siguen dependiendo de una forma de nacionalismo estructurado en torno a relatos victimistas. Ahora basan su legitimidad en la idea de que el Partido, que logró el poder cuando la nación estaba luchando contra la dominación extranjera, es el único en contar con las aptitudes necesarias para impedir que China resulte intimidada en una escena internacional hostil y sólo él puede brindar el ambiente estable necesario para el crecimiento.

La personalidad dividida de los dirigentes chinos explica un fenómeno curioso del que la ex asesora del Departamento de Estado de los EE.UU. Susan Shirk tomó nota en su libro China. Fragile Superpower (“China, superpotencia frágil”). Cuando citó el título del libro a americanos, le preguntaron por qué utilizaba el calificativo “frágil”, mientras que los amigos chinos decían que considerar una “superpotencia” a su país era prematuro.

El título de Shirk sigue reflejando un fenómeno importante que dificulta los asuntos diplomáticos. Los observadores exteriores están cada más convencidos de que China es una superpotencia y necesita mostrar que puede serlo de forma responsable, pero los gobernantes de China sólo a veces hacen suya esa designación... y el Partido sigue actuando a veces como si sólo tuviera un tenue control del poder.

Jeffrey Wasserstrom es profesor de Historia en la Universidad de California en Irvine y director del Journal of Asian Studies. Su libro más reciente es China in the 21st Century: What Everyone Needs to Know (“China en el siglo XXI. Lo que todo el mundo debe saber”).

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