Na volta da Venezuela, li no avião, o livro Casas Muertas de Miguel Otero Silva; O livro havia sido mencionado em uma das apresentações na PDVSA, uma das participantes da mesa de Desenvolvimento Social o mencionou, e logo vários de nós, nas visitas a sebos e livrarias tentaram comprar o livro, apenas um dos pesquisadores conseguiu no sebo. Na festa de encerramento do projeto, que virou um pequeno sarau, o Wagner leu um trecho do livro “Casas Muertas”. Ao ouvir a leitura fiquei convencido que eu deveria ter comprado o livro. Na véspera da viagem fui a outra livraria, não consegui o livro principal que estava procurando, mas comprei dois livros do Miguel Otero Silva, o Casas Muertas e Oficina nº1. Os livros tem uma sensibilidade muito grande para os problemas venezuelanos. O autor também foi fundador do jornal “El Nacional”, que hoje não tem a sensibilidade para a realidade venezuelana que seu fundador demonstrava nos anos 50 e 60.
“Carmen Rose se asomó muchas veces a la puerta de la esculea para verlos pasar. Iban en automóviles andrajosos, inverosímiles, de capotas cruzadas por costurones mal zurcidos o en camiones enclenques, despatarrados, con una rueda a punto de salirse del eje, una rueda que bailoteaba grotescamente al andar. Atravesaban aquel pueblo derrumbado, hablando a gritos, cantando retazos de canciones tabernarias, escupiendo salivazos oscuros de nicotina. Eran hombres de todas las vetas venezolanas, mulatos y negros, indios y blancos, en franela o con el tórax desnudo, defendiéndose del sol con sombreros de cogollo o con pañuelos de colorines anudados en las cuatro puntas. No saludaban nunca a aquella linda muchacha enlutada que los veía pasar desde la puerta de una escuela sin niños y cuyo dolor, cuando la miraban, imponía más respeto que las casas muertas de aquella ciudad desintegrada.
“Venían de las más diversas regiones, de las aldeas andinas, de las haciendas de Carabobo y Aragua, de los arrabales de Caracas, de los pueblos pesqueros del literal. Los había campesinos y obreros, vagos y tahúres, comerciantes de baratijas, jugadores de dados, oficinistas hartos dele scritorio, muchachos tímidos, rostros con cicatrices, un negro tocando una guitarra. También chinos cocineros, nortemaericanos enrojecidos por el sol y por la cerveza, cubanos de bigotes meticulosamente diseñados, colombianos de inquientante mirada melancólica. Todos iban en busca del petróleo que había aparecido en oriente, sangre pujante y negra que manaba de las sabanas, mucho más allá de aquellos pueblos en escombros que ahora cruzaban, de aquel ganado flaco, de aquellas siembras misarables. El petróleo era estridencia de máquinas, comidas de potes, aguardiente, otra cosa. A unos los movía la esperanza, a otros la codicia, a los más la necesidad.
(…)
“No transitada un ser humano por las calles, ni se refugiaba tampoco entre los muros desgarrados de las casas, cual si todos hubiesen escapado aterrados ante el estallido de un cataclismo, ante la maldición de un dios cruel.
“Apenas, desde un rancho misarable, llegaba el estertor de un hombre que sudada su fiebre agarrotado entre hilos sucios de su chinchorro. a su alredor volaban sosegadamente las moscas, moscas verdes, gordas, relucientes, único destello de acción, única revelación de vida entre los terrones de las casas muertas.”
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