Octavio Paz no
Mauricio Merino
27 de febrero de 2008
La semana pasada y tras meses de deliberación, la Comisión de Régimen, Reglamentos y Prácticas Parlamentarias de la Cámara de Diputados descartó la posibilidad de que el nombre de Octavio Paz fuera escrito con letras de oro en el llamado Muro de Honor del Palacio Legislativo. La razón que se esgrimió de manera unánime por los integrantes de esa comisión, según informa el dictamen correspondiente, fue que Octavio Paz no colaboró en la construcción del Estado mexicano.
No me sorprende. De un lado, la propuesta fue formulada hace casi dos años por un grupo de legisladores del PAN, dato que seguramente resultó mucho más importante que la vida y la trayectoria de Paz. En la lógica de los diputados, quien propone, marca. Pero de otro, es verdad que el poeta fue un firme opositor de los regímenes totalitarios de todo cuño, comenzando por el soviético. Que Octavio Paz haya tenido las agallas de renunciar a la embajada de México en India tras la matanza de Tlatelolco en 1968 fue siempre menos importante que su oposición al comunismo y al populismo, a los que combatió con tenacidad hasta el último día de su vida.
Octavio Paz defendía, en cambio, las libertades en todos los planos posibles y fue partidario inequívoco de la pluralidad y la democracia. Pero nunca se adscribió a ninguna iglesia política y se opuso a los dogmatismos que matan las ideas y, con mucha frecuencia, también a quienes las tienen. Paz sobrevivió a sus adversarios y lo seguirá haciendo, pero antes de morir físicamente su efigie fue quemada, eso sí, por un grupo de fanáticos que se proclamaba de izquierda, sin advertir que el poeta también quería la fraternidad como el único lazo que podía unir a la igualdad y la libertad, a las que veía como dos hermanas irreconciliables.
Dicen los diputados que no merece estar en el Muro de Honor del Palacio Legislativo porque no contribuyó a la construcción del Estado mexicano. Pero quizá hubiera sido mejor que nos dijeran, con toda franqueza, que no quisieron hacerlo porque Octavio Paz sigue despertando polémicas y sigue siendo inaceptable para un amplio grupo de las izquierdas y del viejo régimen.
Lo más fácil hubiera sido decir, sin más, que era inaceptable escribir su nombre en ese muro porque jamás podrán perdonarle su militancia democrática, ni su independencia, ni la fuerza de sus ideas. Para algunos de ellos, Octavio Paz sigue siendo un autor maldito. Y en el mejor de los casos, un representante del pensamiento de la derecha. ¿Por qué, si no, lo propuso el PAN?
Sin embargo, sospecho que no todos los diputados que le negaron un sitio en el recinto legislativo (¿o acaso alguno?) han leído la obra de Octavio Paz. Si lo hubieran hecho, sabrían que su decisión significa, en realidad, la concesión de un honor mucho mayor que el de haber escrito su nombre en ese lugar. Y con mayor razón, por los argumentos que se inventaron para negarlo.
Según dice la prensa, los diputados “se basaron estrictamente en los requisitos que establece el decreto de creación del muro”. Una respuesta burocrática casi perfecta, que explica por sí misma la calidad intelectual y política de quienes se dieron a la tarea de juzgar si Octavio Paz había contribuido o no a la construcción del Estado mexicano.
No hace mucho que, en la sobremesa con un grupo de amigos, echábamos de menos la presencia de Octavio Paz en el escenario de México. Nadie ha logrado llenar el hueco que dejó su pluma polémica, pero exacta, alerta y comprometida con el verdadero sentido del debate público.
Tras la muerte de Octavio Paz, el país ha cambiado de régimen de manera definitiva y se han multiplicado las voces que participan en la opinión y la discusión de la vida política del país. Pero nos falta la referencia válida que aportaba el poeta, así fuera para contradecirla. Y sobre todo, nos falta su precisión y su claridad.
¿Qué diría Octavio Paz, preguntábamos, ante la pobreza de ideas y el egoísmo ramplón y machista que se ha adueñado del espacio público mexicano? Cuando escribía sobre los asuntos del día, Paz le imprimía otra dimensión al debate: una que tenía, al mismo tiempo, sentido histórico y profundidad analítica. Y aunque no siempre compartiéramos su opinión, había que leerlo dos veces: una para disfrutarlo y otra para discutirlo.
No obstante, los diputados piensan que Octavio Paz no contribuyó a la construcción del Estado mexicano, quizás porque no fue general ni político. Tampoco fue diputado, ni quiso competir por puestos de elección popular, ni poner su nombre en la inauguración de las obras públicas. Hacer Estado, para los diputados, probablemente quiere decir hacer leyes, pertenecer a las burocracias y ejercer el poder público. O tal vez formular proclamas y encabezar rebeliones, o al menos haber sido mártir de alguno de los antihéroes favoritos del panteón patrio.
Esos son los requisitos estrictos que establece el decreto de los honores legislativos. Porque en la definición del Estado que tienen los diputados solamente caben los poderosos. No los escritores ni los poetas, aunque con su obra hayan hecho las mejores aportaciones para comprender la identidad de los mexicanos y hayan ensanchado las puertas de la reflexión democrática del país. Para ellos, eso no es el Estado.
Lo peor es que el tema no importa. Yo lo descubrí en un rincón de la sección cultural del periódico. En cambio, las páginas más relevantes de los diarios estaban pletóricas, como siempre, de las declaraciones de quienes consideran que el Estado es asunto de los políticos y de nadie más.
No importa porque no se refiere a la contienda retórica más reciente, al último agravio que debe vengarse, ni repite las palabras de los dirigentes de cada partido en defensa de las mejores causas de la nación. Este es un asunto menor, que apenas merece un vistazo. Una decisión de trámite, avalada con el consenso de todas las fracciones parlamentarias, para desechar el nombre de Octavio Paz del muro de honor del Palacio Legislativo. Y para rendirle, de esa manera poética, el más honroso de los homenajes que pueda tenerse en esta hora de México.
Profesor investigador del CIDE
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