Cuba debe decidir su destino
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Fidel Castro ha dejado el poder y el impacto de la noticia despierta recuerdos de varios momentos compartidos con intensidad. También, los deseos de que la transición sea hecha en paz y que Estados Unidos cambie su actitud hacia Cuba.
Por: Raúl Alfonsín
Ha dejado el poder Fidel Castro, una de las figuras emblemáticas del siglo XX. No conozco demasiado su historia como para decir que sus ideas cambiaron en un tiempo rápido o tuvo que ampararse en los resquicios de la Guerra Fría para salvarse de las acechanzas de Estados Unidos. De todos modos parecen certeras las reiteradas palabras de Antonio Machado: "Se hace camino al andar".
En aquellos primeros años de la década del 60, siendo diputado en la provincia de Buenos Aires, en diversos discursos defendí la Revolución Cubana y condené las agresiones que sufría. Como presidente, estuve con él en varias oportunidades, cuando nos reuníamos en ocasión de los cambios de gobierno.
Recuerdo que cuando fue la asunción de Carlos Salinas de Gortari en México, me invitó a almorzar conjuntamente con su ministro de Educación. Yo acudí acompañado por Alberto Ferrari Etcheberry. Eran los tiempos de la Perestroika y la Glasnost en la Unión Soviética, de las esperanzas de Gorbachov que culminarían en el desastre de Yeltsin.
Me pareció que era una buena oportunidad para cambiar ideas sobre una posible transición en Cuba. Comencé describiendo las distintas formas que habían tenido en diferentes países de América latina, para sostener finalmente que era compatible con una democracia de partidos, una Constitución que estableciera una intervención decisiva del Estado en la educación, la salud pública y la distribución equitativa de la riqueza. Me referí también al problema de la libertad de prensa y la disidencia, y terminé dando gran importancia al sistema cooperativo, que tanto admirara Marx y que en realidad me parece el sistema acumulativo más compatible con el avance social.
Recuerdo que hice mucho hincapié en este último punto. De pronto Fidel me interrumpió para preguntarme en broma cómo hacía él para concretar esa gran república cooperativa con Reagan allí enfrente queriendo destruir la Isla. Sonriendo, yo contesté: "Mirá, con vos no se puede discutir. Mejor te invito a pescar en la laguna de Chascomús, cuando termines tu mandato". A lo que muy serio me contestó: "Y para qué vas a esperar tanto".
Recuerdo también la visita de Estado que hice a Cuba. Había aparecido la guerrilla contra Pinochet en Chile. Yo pensé que podía producir un retroceso en la visión de Estados Unidos, que ya estaba cambiando su posición inicial. Me movilizaba por dos razones: la democratización de Chile y el peligro para la Argentina, con sus cinco mil km. de límites, de que una lucha armada se instalara en el Cono Sur y echara a perder los esfuerzos por dejar atrás las dictaduras militares.
Primero había viajado a Moscú, también en visita oficial. Me entrevisté con Gorbachov, que me impresionó muy bien. Comenté el caso de Chile y creo que sinceramente me dijo que no tenía nada que ver en el asunto. Mi intención era que se ocupara del tema y hablara con Fidel.
Cuando llegué a La Habana, el recibimiento fue espectacular. Emocionaba ver a un pueblo entero agitando la bandera argentina. Cuando hablamos del tema que me preocupaba, Fidel fue muy sincero. Me dijo: "Fíjate que se trata de amigos que incluso se han entrenado aquí para terminar con la dictadura chilena, pero te voy a enviar a Volodia Teitelboim (recientemente fallecido) que está en Europa Central".
Lo recibimos junto con Raúl Alconada Sempé en la casa del entonces canciller Dante Caputo. Fidel había cumplido su palabra y creo que contribuyó a terminar con la Guerra Fría en América latina, algo en lo que estábamos empeñados en lograr con el Grupo Contadora para la paz en América Central.
En la visita a Cuba, también pasó algo gracioso. Lo convencí a Fidel para ir al Tropicana, a ver un muy lindo show al aire libre. Cayó una lluvia torrencial y como él no se movía, yo lo único que hice fue poner la mano encima de la copa de champán. De más está decir que nos empapamos, como dos gallegos caprichosos, hasta que las bailarinas pidieron suspender el espectáculo porque podían caerse. Al otro día, sentí una ligera sensación de revancha, porque Fidel estaba disfónico... pero yo tuve que mandar el traje al sastre.
Finalmente quiero afirmar categóricamente una convicción. Fidel Castro nada tuvo que ver con el golpe de La Tablada. Lo señalo, porque fue mucho lo que se dijo al respecto. En lo que a mí me consta, tuvo siempre una actitud constructiva hacia la democracia argentina. Para terminar, un deseo: que sean los cubanos los que decidan su destino en paz y que Estados Unidos cambie su actitud, como parecen anunciarlo Hillary Clinton y Barack Obama, hacia aquel país que ha sido ejemplo de dignidad, fortaleza y solidaridad a lo largo de su historia y frente a las circunstancias más difíciles.
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