"Desde mi punto de vista –y esto puede ser algo profético y paradójico a la vez– Estados Unidos está mucho peor que América Latina. Porque Estados Unidos tiene una solución, pero en mi opinión, es una mala solución, tanto para ellos como para el mundo en general. En cambio, en América Latina no hay soluciones, sólo problemas; pero por más doloroso que sea, es mejor tener problemas que tener una mala solución para el futuro de la historia."

Ignácio Ellacuría


O que iremos fazer hoje, Cérebro?

segunda-feira, 9 de julho de 2007

Ode a Riquelme no Olé

COPA AMERICA: ARGENTINA 4 - PERU 0
Top Gigio


El mejor Román de Selección está en la Copa América: hace goles como Crespo y te deja solo a lo Riquelme. Es de 10.


ADRIAN PIEDRABUENA

Fue el día de la madre... de Román. Señora, quién podría atreverse, por estas horas, a hacerla sufrir. Quién podría decirle, señora, que su hijo no dignifica la camiseta de Diego. Señora, quién podría cuestionarlo y resistirse a romperse las manos, de pie, para aplaudir lo que es capaz de hacer su hijo con ese guante derecho. Quién puede no conmoverse, como seguramente usted se habrá conmovido, señora, ante semejante demostración... Algunos, o muchos, tal vez esperen la última foto, la de Román levantando la Copa, para terminar de convencerse. Allá ellos. Su hijo, señora, es hoy el mejor jugador argentino. Y eso bien vale unas lágrimas, pero de alegría...

El calor y el color de Venezuela podrán guardarse para siempre la mejor versión de todos los tiempos de Riquelme. Lo que hizo contra Perú, en el mojado pasto de Barquisimeto, en el primer partido a todo o nada de esta Copa, fue tremendo. Lo suyo desafía el poder de descripción de cualquier mortal. Destruye los adjetivos, ninguno alcanza para dimensionarlo. Ratificó, con la camiseta y el número más importantes, todo lo que lo había llevado a lo más alto de América. Este Riquelme, sin dudas, es mejor que el del Mundial. Es más completo, más solidario, más determinante. Y eso que en Alemania, cuando muchos le pedían más de lo que podía dar entonces, cumplió. Hoy sería inimaginable una Selección sin él.

Si siempre piensa un segundo antes, esta vez rompió todos los registros. Porque después de un primer tiempo tibio, en el que se lució más como recuperador que como organizador (robó cinco pelotas), se fue al vestuario abrazado a Roberto Ayala, el capitán. Al oído, le decía algo. Cuando volvieron al campo, después de las palabras de Basile, se le acercó a Mascherano y también le susurró algo al oído. Lo lógico, lo normal, es que les haya dado una de las tantas indicaciones que les hizo durante todo el partido. Pero viniendo de Román, nada es normal. Quién puede negar que nos lo haya tranquilizado y les haya avisado que él iba a empezar a resolver la historia. Porque enseguida, cuando la pelota apenas se había humedecido con el césped, Román la clavaba de zurda, abajo, donde más duele. Y ahí, en el festejo, en lugar un unipersonal, se abrazó con todos, suplentes y titulares, en una de esas postales que trascienden el tiempo.

Con la seguridad del 1-0, hizo jugar a todos. Si Verón necesitaba ganar confianza por su imprecisa noche, lo invitaba. Si Tevez quería demostrarle al mundo que tiene que ser titular mientras Crespo busca el milagro de la sanación, se la daba. Si Cambiasso tenía su mejor noche venezolana, con él tocaba. Si Mascherano subía aun más el listón del asombro, con él descargaba. Y si Messi encaraba y encaraba pero no metía su primer gol, lo asistía con un movimiento y una visión de una mente superior. Messi la empujó, con clase. Riquelme, antes, lo soñó.

Esa solidaridad no sólo se advierte con la pelota. Sin ella, corre, se desmarca, se ofrece, ocupa espacios, habla, alienta. Le pide a Cambiasso que vaya, que meta la diagonal y lo cubre. Y le dice a Aimar, que entró con la energía de un nene de departamento, que vaya y juegue a ser el enganche mientras él hace de Cuchu. Más allá o más acá, de todos modos, el conductor será siempre uno solo.

La ilusión, alguna similitud, esa zurda divina, las ganas por volver el tiempo atrás, llevan a Messi por el camino de Diego. Román, desde otro lugar, y sin querer queriendo, camina entre duendes que erizan la piel como sólo uno lo hizo.

Por eso, señora, feliz día. Y gracias.

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