El Mercosur, en estado crónicamente precario
Mónica Hirst
El escenario actual que combina las tensiones políticas intra-Mercosur y la obstrucción de los entendimientos comerciales globales post-Doha, si bien constituyen una fuente de preocupación para nuestras políticas exteriores, sirven para algunas reflexiones.
La primera remite a las lecciones dejadas por la teoría política de la integración regional conocida como el neofuncionalismo. Entre sus premisas, se encontraba la que sostenía que el ingreso a un proyecto asociativo es siempre voluntario. Los países deciden libremente si quieren o no formar parte de él. Nadie está obligado a integrarse. Al mismo tiempo, un bloque asociado dispone de la prerrogativa de aceptar, rechazar o condicionar cualquier nueva membresía. Nada mejor para ilustrar esto que la comparación entre los procesos políticos que conducirían a la espontánea creación del Mercado Común Europeo (ahora Unión Europea) y la forzada experiencia del Comecon (formado por la Unión Soviética y los países del este europeo) que se extinguió junto con la URSS.
Relacionada con lo anterior está la idea de que la integración regional es obra de países democráticos, para los cuales las libertades externas e internas obedecen a un mismo sistema de valores.
La identificación del Mercosur con este supuesto fue sellada en 1992 cuando se sumó la cláusula democrática en el Tratado de Asunción. Gracias a este instrumento fueron emprendidos los esfuerzos de estabilización en Paraguay en 1996 y 1999. Recientemente su vigencia se ha transformado en una causa indirecta de los desasosiegos políticos observados desde el ingreso de Venezuela al bloque, agravados a partir de las diferencias entre su gobernante y las instituciones representativas de los otros miembros —especialmente Brasil.
A pesar de no ser usual, el cambio de opinión de Venezuela acerca de sus intereses de pertenecer al Mercosur es coherente con las premisas políticas de los procesos de integración. La ausencia del mandatario venezolano de la 33 reunión de presidentes en Asunción, antes mismo de que sea formalizada su adhesión, podría resultar útil para revalorizar el consenso democrático dentro del bloque.
Un segundo punto trata el concepto de "geometría variable", tan utilizado en los últimos años para abordar las opciones comerciales de nuestros países. La idea de que es posible jugar en varios tableros simultáneamente crea la ilusión de que se pueden maximizar oportunidades y resultados en el mundo de las negociaciones comerciales. Hubo un momento en que Brasil y Argentina hacían sus ofertas en diferentes mesas de negociación: sub-regional (Comunidad Andina); inter-regional (Unión Europea); hemisférica (ALCA) y global (OMC). Parece ser que estos tiempos terminaron, y que aun para países con mayores márgenes de autonomía —como se da en el caso brasileño— se han comprimido dramáticamente las posibilidades de entendimientos mini y multilaterales.
Pero esto no significa que todo está perdido, ya que la vinculación recientemente establecida entre las agendas OMC y Mercosur puede abrir nuevas puertas de concertación entre Argentina y Brasil.
Los esfuerzos emprendidos por la diplomacia brasileña con el objetivo de buscar caminos colectivos para fortalecer el poder de presión del Sur frente al Norte a través de la creación del G-20, a pesar de estar motivados por ambiciones globales, en ningún momento pudieron prescindir de su base regional. Por esto Brasil ha tenido que equilibrar nuevos socios políticos como la India con vínculos prioritarios como el que mantiene con Argentina, cuyo desempeño en el frente Sur-Sur adquirió un nuevo impulso en el reciente período.
La necesidad de compatibilizar un promisorio lazo estratégico con un par político permanente supone la armonización entre pretensiones globales y necesidades regionales. Ambos frentes son relevantes para la inserción internacional de Brasil como nación intermedia emergente. Las presiones ejercidas por el gobierno argentino como miembro del G-20 sobre los negociadores brasileños e indios para que los intereses de protección industrial no fuesen sacrificados en un trueque por concesiones para las exportaciones agrícolas ilustran el tipo de desafío que la diplomacia brasileña encara para llevar adelante este doble juego. Las posiciones finalmente mantenidas en Potsdam crearon un nuevo inconveniente para el reencauzamiento de negociaciones comerciales globales, pero fortalecieron la bandera desarrollista del Mercosur.
Pero esta "mejora climática" para la reunión de Asunción no pudo resolver los problemas internos que el bloque enfrenta para profundizar el proceso de integración. Este es el tercero y último punto de reflexión: el estado crónicamente precario con que se llegó a la Cumbre presidencial. Podemos decir que el descrédito del Mercosur, tanto externa como internamente, ha alcanzado su nivel más alto. El no cumplimiento de las normativas tarifarias para su transformación en una unión aduanera, la parálisis en su institucionalización, la insatisfacción de sus socios menores y su disfuncionalidad a la hora de dirimir conflictos inter-estatales entre sus países miembros (como se observa en el caso de la disputa argentino-uruguaya) explican esta baja cotización.
Esta es una responsabilidad a ser compartida por sus dos principales socios. Argentina y Brasil disponen de los recursos para revertir este cuadro, siempre y cuando se dispongan a resistir, con una alta dosis de voluntad política, los vientos —domésticos e internacionales— que soplan a favor de la fragmentación regional.
Hoy por hoy, parece ser que los incentivos en este sentido son bajos, más aún en un contexto de desempeños económicos favorables que estimulan opciones que maximizan la autoreferencia y la búsqueda de trayectorias solitarias.
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