Las fuerzas armadas chilenas, debido a los altos excedentes del cobre, tienen abundancia de poder y presupuesto, y son utilizados en la compra de más tanques y aviones de combate, en vez de invertir estos excedentes presupuestales en una mejor nutrición y equipo para las tropas, o intentar mejorar el estándar de vida de los más pobres.
Contrario a lo que puede creer su comando militar, Chile no hace frente hoy a ninguna amenaza militar externa (aun cuando es también necesario decir que tiene pocos amigos en el área, esa sensación no menos digna de un apretón de manos frío). Si algo está claro, es que los propios militares se convirtieron en sus enemigos más problemáticos del país, gastando los recursos escasos en compras de armas de destrucción, en vez de centrarse en programas sociales y educativos de urgente atención.
Estas compras demuestran que, en última instancia, los militares siguen siendo en gran parte una entidad autónoma en Chile, una entidad separada del gobierno civil de Bachelet y de funcionamiento bajo cualquier bonanza fiable.
Los militares chilenos están involucrados en una carrera armamentista unilateral en el subcontinente andino, con un gobierno civil que carece de voluntad política o intereses estratégicos para poner fin a la hipertrofia de las instituciones vitales que proviene de la herencia horrorosa de la dictadura de Pinochet y la tolerancia de Santiago de una definición tan sesgada de la democracia.
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