Generaciones enteras de mexicanos vaya que sabemos de turbulencias, de devaluaciones, de cerrar empresas, de perder empleos.
Justamente en otro mes de agosto, pero de 1982, el país conoció de frente las consecuencias de la explosión de una burbuja de deuda. Conocido como el fin de semana mexicano, la crisis derivada de esas 48 horas cimbró los cimientos de la economía global, tal como hoy los sacuden las hipotecas.
Tuvieron que pasar siete años para superar dicho trance, que se repetiría en diciembre de 1994. Qué bien que los fundamentos de la economía estén sólidos hoy, pero aprendamos a no creernos una isla aparte.
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