Brasil, ejemplo a seguir
José Carreño Figueras
24 de noviembre de 2007
Cuando el presidente Luiz Inacio Lula da Silva anunció el descubrimiento de un enorme yacimiento petrolero en las costas de su país, remató con la frase “Dios es brasileño”.
Quién sabe si habría que llegar tan lejos. Lo cierto, sin embargo, es que el descubrimiento de las nuevas reservas tiene muy poco que ver con milagros o accidentes y sí mucho con previsión, planificación y disposición a cambiar.
Hace poco más de una década, la empresa brasileña Petrobras era una compañía para importación de crudo, refinación y distribución de petróleo y derivados.
Hoy, es un nuevo gigante en la industria energética mundial, que no sólo está en proceso de convertir a Brasil en exportador de petróleo, sino que se da el lujo de invertir en empresas petroleras de otros países y aun comprar concesiones en el lado estadounidense del golfo de México.
Un purista podría alegar que después de 1997, cuando el sector energético brasileño se abrió a la inversión externa bajo fórmulas muy controladas, el petróleo no sólo es algo menos brasileño, ni 100% puro carioca. Pero es petróleo y los brasileños son cada vez menos dependientes del exterior para llenar una necesidad que hace una década los ponía nerviosos.
Y si Dios es brasileño, será gracias tal vez a que sus políticos creen más bien en el refrán de “a Dios rogando y con el mazo dando” en vez de esperar a que la Virgen les ayude, o porque tienen un sentido de nacionalidad y de país que trasciende rollos patrioteros o lemas que a veces parecen sólo de simple conveniencia.
De hecho, la independencia brasileña quedó consagrada el 22 de abril de 2006, cuando el propio Lula da Silva inauguró la plataforma petrolera P-50, frente a las costas de Río de Janeiro, y más que subrayada el pasado 17 de noviembre, cuando anunció el descubrimiento del yacimiento de Tupí, con reservas de tanto como 8 mil millones de barriles de petróleo ligero frente a las costas del estado de Sao Paulo.
El descubrimiento fue hecho por un consorcio integrado por Petrobras en 65%, British Gas en 25% y Galp Energía de Portugal en 10%.
En ese método de concesiones, en las que las empresas transnacionales asumen los riesgos y la inversión a cambio de pagar royalties sobre la producción, el país —en este caso Brasil— queda como dueño del petróleo y la compañía gana pero también arriesga.
Brasil aprovechó además las nuevas tecnologías (incluso el desarrollo del etanol) para pasar de importar 80% de sus necesidades en 1970 a un ahora seguro papel de exportador al final de esta década.
México nacionalizó su petróleo en 1938 y en su momento fue un hito histórico. Hoy el país enfrenta la posibilidad de una crisis mayor, justo cuando el crudo amenaza sobrepasar los 100 dólares por barril y cuando la exploración al otro lado de la frontera amenaza con “chupar” los yacimientos que pudiera haber en el golfo de México.
Tal vez sea el momento de examinar el ejemplo brasileño y obtener de él la o las lecciones que pudieran ser útiles al desarrollo nacional. Los tiempos cambian y nada puede quedar inmutable. Y si no hay disposición a cuando menos examinar posibilidades de cambio por adhesión al dogma, se corre el peligro del anquilosamiento y la muerte lenta del estancamiento.
De otra forma, el petróleo puede ser nuestro —si logramos extraerlo antes de que la tecnología permita fórmulas de explotación que nos priven de él—. Por lo pronto, las gasolinas que consumimos ya son de importación, en un triste anuncio de lo que puede venir.
Periodista
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