05.12.2007
¿Y si los políticos pudieran callarse al menos un mes?
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Nadie duda del valor de la libre circulación de las opiniones. Pero ante la sobreabundancia de discursos, se termina añorando la parquedad de Bismarck o la sigilosidad de los chinos.
Por: Paul Kennedy
Fue una escena divertida, aunque tal vez les dé a algunos diplomáticos de carrera bastante trabajo de "control de daños" en los próximos meses.
Durante la importante cumbre de gobernantes latinoamericanos e ibéricos del mes pasado en Chile, la ansiada solidaridad del mundo luso-hispánico se vio muy afectada cuando el efervescente Hugo Chávez lanzó un ataque personal contra el ex primer ministro español José María Aznar. Cuando el actual primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero, pidió que se respetara a su antecesor, Chávez redobló los insultos.
Ante eso, el rey Juan Carlos de España, un monarca respetado y de mente muy amplia, exclamó: "¿Por qué no te callas?" Qué buena idea. ¿Por qué el infatigable mandatario venezolano no trata de hacer silencio, por lo menos por un tiempo?
¿No sería un alivio para los oídos de la humanidad que los políticos redujeran en general la cantidad de declaraciones que hacen sobre temas de actualidad?
En ese sentido, los mayores pecadores deben ser los estadounidenses. La danza electoral hace que la gente sensata recurra a tapones para los oídos. Y todavía queda más de un año de cháchara.
La Casa Blanca, por su parte, no es mejor: informes de prensa diarios y frecuentes discursos del presidente Bush. Ninguno de ellos carece de importancia, pero el efecto acumulativo da la impresión de una gigantesca combinación de talk show y malabarismo en la que las palabras pierden su significado.
La lista de ejemplos políticos de verborragia e hiperactividad puede extenderse con facilidad; a París, por ejemplo, donde los funcionarios se esfuerzan por seguir el ritmo de (y explicar) las incursiones verbales de Sarkozy en temas complejos y delicados. ¿Y podría pasar una semana sin que nada, excepto silencio, saliera de la oficina de Ahmadinejad?
Hablar demasiado y actuar con excesiva frecuencia reduce la credibilidad de lo que se quiere lograr. En ese sentido, llegué a admirar las declaraciones públicas de Vladimir Putin, breves y severas, sin duda, y por lo general cargadas de advertencias a Occidente, pero piadosamente escasas y sin histrionismo alguno.
Los maestros de ese arte casi olvidado de salirse con la suya cerrando la boca son los chinos. Dan su opinión sólo cuando tienen que hacerlo, y preferentemente en privado. Las diferencias internas se discuten a puertas cerradas. A menos que surja un tema demasiado urticante (Taiwan, por ejemplo), optan por la diplomacia discreta y no por la oratoria pública, y casi siempre se salen con la suya.
Me resulta interesante que, a pesar de que China emitió muchos menos vetos que los otros cuatro miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, no dejó de tener peso en las decisiones. Los diplomáticos chinos se limitan a caminar con sus colegas extranjeros por los pasillos del poder y a sugerir que no están contentos con, por ejemplo, el lenguaje de un proyecto de resolución sobre Darfur y el lenguaje en cuestión se modifica. La mera alusión privada a un veto es suficiente.
Tal vez los chinos sean mejores discípulos de la gran figura alemana Otto von Bismarck que los occidentales. Sin duda Bismarck hizo una serie de declaraciones públicas (sus famosas palabras "sangre y hierro" sobre cómo se unificarían los Estados alemanes, por ejemplo), pero por lo general prefería conseguir sus objetivos por medio de la diplomacia y la negociación. Su proporción de éxitos, hasta el final de sus veinte años como primer canciller alemán, fue extraordinaria.
Lo más impresionante de todo fue la conducta impasible que adoptó Bismarck cuando las rivalidades entre los Estados balcánicos y algunas de las grandes potencias parecieron amenazar con una guerra generalizada en Europa. En las décadas de 1870 y 1880, los ejércitos sólo podían luchar en los meses más cálidos, de modo que fue entonces cuando surgieron las amenazas de conflicto. Bismarck, sin embargo, optó por retirarse a sus casas de campo durante el verano, se negó a recibir visitas y dispuso que toda la correspondencia se manejara a través del Ministerio de Relaciones Exteriores (y de su hijo Bill, que se desempeñaba como subsecretario en el ministerio). Al no poder descubrir cuáles eran las intenciones del Canciller de Hierro, las otras potencias se detuvieron: nadie quería dar un paso hasta saber cómo reaccionaría Berlín, lo cual, por supuesto, era imposible de saber durante las constantes ausencias de Bismarck. A medida que se acercaba la estación fría, las posibilidades de acción militar disminuyeron.
Esas fueron, sin duda, épocas extraordinarias o muy especiales en términos históricos. Alemania era el eje del sistema de la Gran Potencia Europea, Bismarck era un gran jugador de póquer y un diplomático genial y, por sobre todas las cosas, no tenía las limitaciones del Parlamento, la opinión pública y los medios que tienen los políticos en nuestros días. Sería ridículo sostener que las autoridades actuales podrían tomarse dos o tres meses libres del gobierno de sus países.
De todos modos, ese ejemplo extremo bismarckeano del "silencio es oro", y el ejemplo más actual de la reticencia de las autoridades chinas en relación con temas internacionales complejos, son puntos que vale la pena considerar. Por más que nuestros políticos no puedan guardar un largo silencio ni desaparecer durante toda una estación, ¿no podrían comprometerse a "callarse" un mes? Bastaría hasta con una semana. Por favor.
Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2007. Traducción de Joaquín Ibarburu.
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