Nicolas Sarkozy y Dios
El presidente francés fuerza la ruptura del laicismo del Estado republicano
J. M. MARTÍ FONT - París - 20/01/2008
Nicolas Sarkozy quiere meter a Dios en la política y romper el tabú más emblemático de la República: la separación radical entre religión y Estado definida por el muy francés concepto de laicismo. Dos recientes discursos; el primero en Roma, en la basílica de San Juan de Letrán tras ser nombrado canónigo honorario, y el segundo en Riad, ante el rey Abdalá de Arabia Saudí, le han servido para introducir este elemento en su relato político y encender la mecha de una polémica que va más allá de la vieja querella entre Dios y el César, para entrar de lleno en la fábrica de la textura de las sociedades del tercer milenio.
"En la transmisión de los valores y en el aprendizaje de la diferencia entre el bien y el mal, el instructor no podrá nunca reemplazar al sacerdote o al pastor, incluso si es importante que se aproxime, porque siempre le faltará la radicalidad del sacrificio de su vida y el carisma de un compromiso basado en la esperanza", dijo en Roma. "Un hombre que cree es un hombre que espera. Y el interés de la República es que haya muchos hombres y mujeres que esperen. La desafección progresiva de las parroquias rurales, el desierto espiritual de las barriadas (...), la penuria de sacerdotes, no ha hecho más felices a los franceses", añadió para propugnar "una laicidad positiva que no considere que las religiones son un peligro, sino una baza".
En Riad, además de deshacerse en alabanzas al "islam moderado" que supuestamente impulsa la monarquía saudí dijo: "La vida del hombre no tiene tan sólo una dimensión material, al hombre no le basta consumir para ser feliz. Una política de civilización es una política que integra la dimensión intelectual, moral y espiritual".
Las reacciones no se hicieron esperar. El ex primer ministro socialista Laurent Fabius denunció el intento del presidente de "imponer sus creencias privadas a la República", acusándole de "romper con lo que ha sido la tradición republicana del general De Gaulle a Chirac". Desde su propio campo, el muy gaullista Jean-Louis Debré, presidente del Consejo Constitucional, se encargaba de recordar que la ley sobre la laicidad "es uno de los pilares de la República" y que hay que "velar para que no se rompa el equilibrio". Y el líder centrista François Bayrou, él mismo católico practicante, ironizó: "Creía que esta concepción de la religión como distribuidora de esperanza, la que hace que los pueblos se mantengan tranquilos, ya quedaba detrás nuestro".
El otro filo de las intenciones del presidente lo denunciaba el socialista Jean Glavany señalando la "laicidad positiva" del presidente; una forma de acusarle de caer en la herejía del comunitarismo anglosajón. Por un lado estaría el Sarkozy bonapartista: la religión es buena para el orden; por lo tanto es buena para la estabilidad del Estado; por otro, el neoliberal intentando romper el hermético modelo republicano para dar carta de naturaleza a las diferencias en un país en el que el Estado tiene prohibido saber, no sólo la religión, sino también el origen étnico o cultural de sus ciudadanos.
Como ministro del Interior, Sarkozy fue el primero en sugerir que había que crear "un islam de Francia", y proponer ayudas para financiar lugares de culto para las confesiones no católicas, principalmente la musulmana. A él se debe la creación del Consejo del Culto Musulmán. Ahora ha decidido que los representantes de las grandes religiones pasen a formar parte del Consejo Económico Social, uno de los organismos consultivos más importantes del Estado.
El sociólogo Jean Bauberot cree que el presidente y sus asesores "han leído muy bien todos los análisis sobre la posmodernidad, de que ya no se puede tener confianza en el progreso como en el tiempo de la Ilustración. Entonces, la ciencia y sus aplicaciones prometían mejorar la vida en la Tierra, mientras que hoy día son acusadas de poner en peligro el planeta". "Pero Sarkozy hace de la religión una dimensión obligatoria del ser humano (...)", añade. "Ninguno de sus predecesores ha llegado tan lejos".
El pasado jueves recibía en el Elíseo a los representantes de las principales religiones de Francia, incluso, por primera vez, a los budistas. A la salida, el arzobispo de París, André Ving-Trois, se felicitaba de "la nueva manera de abordar el hecho religioso, más tranquila y menos conflictiva, que corresponde a una nueva generación política". El pastor Claude Batty analizaba de forma certera "el pequeño psicodrama" desencadenado por Sarkozy con este acercamiento al fenómeno de las religiones. "Es la manifestación del desfase entre un presidente que ha entrado de lleno en la sociedad posmoderna, en la que las convicciones se muestran sin complejos, frente a otros que funcionan sobre los viejos esquemas de la oposición entre la Iglesia y el Estado; la ciencia y la religión".
A Sarkozy le fascina el hecho religioso; lo asegura incluso su intelectual de cabecera, Henri Guaino, que reconoce haber tenido muy poco que ver en esta ofensiva y en los discursos de Roma y Riad. "Es un tema que le es muy querido", aseguró Guaino. "No soy el inspirador de esta irrupción de la religión en el discurso de Sarkozy porque es algo que ha empezado mucho antes de que yo trabajara con él. Es un tema importante", dijo.
El presidente dice considerarse "miembro de la Iglesia católica", aunque admite que su "práctica religiosa es episódica". Su vida personal, su moral sexual, están muy lejos de las reglas del catecismo.
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